En esta primera fase del debate político-electoral hacia 2018 es perceptible la pobreza de ideas y la superficialidad con que se abordan los problemas nacionales. Cuando se abordan. En educación no hay nada nuevo: se recurre a lugares comunes que a veces incluyen algunas propuestas absurdas, desconectadas de la realidad.
La educación es quizá el principal problema de México. Si asumimos que estamos viviendo una grave degradación en nuestra convivencia y que sus síntomas inocultables son la violencia, la ilegalidad, la impunidad, la corrupción y la irritación social, etc. no cabe duda que la educación es el principal factor para combatir, de fondo, estos males cuya presencia desmoraliza a todos.
Si, por otro lado, admitimos que son la pobreza y la desigualdad el sustrato estructural de los males que antes mencioné, no hay duda que la educación es la adecuada respuesta que se debe dar. Si elevar la productividad será el disparador de nuestra economía, ¿quién lo duda?, la clave la tiene la educación.
Pero, por otra parte, la educación es una maquinaria gigantesca, burocrática, ineficiente, que rinde resultados muy pobres. En su estado actual, no tiene capacidad para cumplir sus grandes tareas —hecho dramático que debería alarmarnos a todos.
Pues todos sabemos que, de alguna manera, nuestro destino colectivo está atado a la educación. Lo que la educación reclama es una acción de Estado decisiva, de largo plazo y de gran calado que convoque a todos los mexicanos a realizar un esfuerzo extraordinario para apoyarla.
Una acción de ese tipo no será nunca producto de la voluntad aislada de un partido político o un grupo de partidos. No, lo que se requiere es que todos los partidos políticos, sin excepción, se pongan de acuerdo para diseñar y echar a andar una estrategia ambiciosa en materia educativa.
Esa estrategia debe partir de movilizar a la sociedad en apoyo de la educación. Sería una cruzada. Empresarios, trabajadores, intelectuales, académicos, profesionales, comunicadores, organismos de la sociedad civil, asociaciones de padres de familia, sindicatos de profesores, deben ser convocados a actuar en favor de la educación.
Que todo mundo hable, se informe y discuta sobre educación; esto sería darle a la educación el lugar que le corresponde. Enseguida, sería necesaria una reforma fiscal significativa que permita al Estado dedicar un porcentaje mayor de dinero al rubro educativo pues, es bien sabido, falta mucho dinero en educación.
No se pueden negar los esfuerzos realizados en los últimos años en infraestructura escolar, pero las evaluaciones del INEE revelan que en esta área es mucho lo que todavía se necesita hacer (ECEA 2016 Y EVOE, 2017). Pero lo más importante es elevar la condición salarial de los maestros: no puede haber buena educación mientras los docentes vivan con carencias y angustias de orden material.
Se necesitará enseguida enfrentar la tarea de reconstruir la esfera de gestión del sistema educativo, dentro de la perspectiva de edificar un auténtico sistema federal, de tal forma que haya progresivamente menos centralismo y entidades federativas con mayor capacidad de decisión en educación.
Todo esto obliga a una reingeniería que tome en cuenta experiencias anteriores y que no pierda de vista la condición desigual y diversa de los sistemas educativos locales. El gobierno federal debe crear un mecanismo institucional poderoso para apoyar activamente el desarrollo de la educación en los estados más débiles. He aquí los primeros elementos para un programa de acción posible y deseable, si se piensa seriamente en el tema educativo.