El Congreso va a la escuela. Los legisladores revisarán pronto las iniciativas de leyes y definirán el futuro educativo para los siguientes cinco años, porque ya vimos que las cosas cambian cada seis. No está por demás recordarles lo que sirve y no sirve.
Mucho del rezago educativo no proviene de la escuela sino de la cultura. Por tanto, lo que sucede en casa es más importante que lo que sucede en la escuela. Los hábitos que los niños traen a la escuela, que tienen arraigo cerebral, son los que permitirán, o no, que la pedagogía funcione. Si los niños llegan a la escuela desnutridos, golpeados, con tensión tóxica y desinteresados, la pedagogía no puede hacer mucho. Por tanto, la nueva escuela mexicana no será exitosa por decreto, antes necesita una cultura de aprendizaje en el hogar. Por el lado de los maestros, el tema no es menos complejo.
El docente es el factor escolar que más puede impactar el desempeño de niños y jóvenes. Al igual que con los hogares, donde no necesitamos padres de familia con doctorado para que los niños aprendan, en la escuela no necesitamos a maestros finlandeses. En el primer caso se necesitan padres interesados y preocupados porque sus hijos vayan a la escuela y hagan sus tareas. En el segundo caso, se necesitan maestros que amen su carrera, reciban una buena formación y quieran actualizarse. Las normales son instituciones con arraigo histórico, político y cultural.
Cuando en 1983-84 Reyes Heroles les concedió el grado universitario lo hizo como reacción a la ola de cambios que se formó a raíz de la Conferencia Internacional sobre la Crisis Mundial en Educación, en Williamsburg, Virginia, en 1967, donde se urgieron recomendaciones tanto en la formación docente como en los currículos escolares.
En la década de los setenta la educación mundial empezó a cambiar. Las normales dejaron de ser escuelas vocacionales y se transformaron en instituciones de educación superior con tres tendencias: se transformaron en universidades como en el caso de Finlandia, se fusionaron a universidades como departamentos de educación y pedagogía como sucedió en Nueva Zelanda, o desaparecieron y, en su lugar, se crearon institutos de educación superior dentro de las universidades en las 32 academias en Francia, país al que se le atribuye el origen lejano de las normales.
Para mejorar la calidad de las normales es necesario darles el poder de una universidad, ya sea convirtiéndolas en universidades o fusionándolas. Como en el caso de Francia uno podría pensar que perderían autonomía, así sucedió con la reforma de los noventa, pero poco a poco las universidades reconocieron su importancia. Una escuela normal, per se, difícilmente podría competir con la riqueza del conocimiento universal que provee una universidad de calidad. Finalmente, debemos dejar atrás el concepto de un solo currículo para un país tan multicultural.
No es lo mismo educar a un niño en Las Lomas de la Ciudad de México que en la Perla, Veracruz. En lugar de pensar en currículos estandarizados para un mundo global, debemos transformar de tajo ese criterio por el de currículos locales, contextuales, indígenas o ecológicos, que respondan a la realidad de los niños y a partir de ahí llevarlos al mundo. Un currículo ecológico respondería no solo a las características del ambiente biológico donde viven los niños sino del ambiente cultural, económico y social en el que crecen.
De esta manera el currículo hablaría un “lenguaje” familiar, cercano y amable a los niños y jóvenes. Cuando estandarizamos a los niños y jóvenes los forzamos a perder su riqueza biológica y cultural indispensables para entender el mundo global. Es al revés: no es forzar la globalidad a la escuela, sino partir de la localidad hacia la globalidad.
*Texto publicado en Reforma