Elisa Guerra
La pandemia nos recordó que la familia, en general, y los padres, en particular, son los primeros y más influyentes educadores de sus propios hijos. Esto, por supuesto, no es una herencia del coronavirus: es, como ha sido desde el principio de los tiempos, el derecho de nacimiento de todos los niños. Sin embargo, la vida moderna propició que los padres delegaran una buena parte de la educación de sus hijos en las escuelas, y, a veces sin darnos cuenta, que los maestros arrebatáramos de los padres la confianza en sus propias habilidades como educadores. Precisamente ahora que la pandemia ha traído consigo el cierre de escuelas, que los maestros intentan frenéticamente cumplir con objetivos académicos a distancia y que los padres se atragantan con la devolución no solicitada de ciertas responsabilidades educadoras, tanto unos como otros comienzan a darse cuenta de que para salir más o menos bien librados de esta crisis, padres y maestros necesitamos colaborar entre nosotros.
El reto es que la pandemia tiene la dudosa cualidad de dejar al descubierto muchos de los problemas que permanecían latentes, con frecuencia exacerbándolos: Inequidad. Acceso a educación y recursos. Calidad educativa. Capacitación docente. Violencia doméstica. Relaciones antagónicas entre padres y maestros.
Esta relación antagónica – que no es generalizada, pero sí común– puede empezar en cualquier momento de la vida escolar de un niño, y generalmente responde a uno o varios factores. Es común que se derive de creencias arraigadas o estereotipos fuertemente establecidos. Por ejemplo, con respecto a los padres:
- Los padres no se interesan por sus hijos, no se comprometen o “no pueden” con ellos.
- O, por el contrario, los padres están demasiado involucrados con sus hijos, todo quieren hacer por ellos, son sobreprotectores.
- Los padres no pueden ser objetivos porque están demasiado involucrados con sus hijos.
- Los padres no son pedagogos ni psicólogos, y aún los que lo son, en realidad no tienen idea de cómo educar a sus propios hijos.
Existen también las ideas que detrimentan la labor de los maestros:
- Los maestros siempre tienen preferencias por ciertos alumnos.
- Si el maestro es estricto o asignó una baja calificación a un alumno, seguramente es porque tiene algo contra él, “le cae mal”.
- Los maestros son flojos, mediocres, o las dos cosas.
Por supuesto, existen casos de negligencia patológica, pero la mayoría de los padres ama a sus hijos y quieren, sinceramente, lo mejor para ellos. Y existen maestros poco profesionales e irresponsables, pero en proporción, son muchos mas los que aman su labor docente y entregan su vida en ella.
El riesgo de la pandemia es caer en la tentación de repartir culpas e incrementar las tensiones: los padres que se quejan de que “ahora tienen que hacer ellos el trabajo de los maestros”, y los maestros que reniegan porque los padres “les van a echar a perder a los niños”. Empecemos por reconocer que nadie está en esta situación por voluntad propia. Los maestros no decidieron un día “irse de vacaciones” y “abandonar a los niños” a medio ciclo escolar. Y los padres están enfrentando el nuevo esquema de aprendizaje a distancia lo mejor que pueden, en sus propios contextos y con sus propios recursos.
Ni padres ni maestros perdemos credibilidad si compartimos la labor educativa, y el principal recipiente de los beneficios de esta colaboración es cada niño. Si algo deberíamos dejar ir en la pandemia, es ese antagonismo paralizante entre padres y maestros, entre la casa y la escuela. Las respuestas educativas más exitosas en esta crisis serán aquellas donde, independientemente de las estrategias pedagógicas adoptadas, exista un clima de confianza, calidez y colaboración entre maestros, padres, y niños.
Así como los maestros deben ser considerados por las autoridades educativas en el diseño e implementación de soluciones para el aprendizaje a distancia, los padres de familia también deberían ser considerados por los maestros para la retroalimentación y refinamiento de las estrategias aplicadas. No se trata de simplemente entregar a las familias una lista de las cosas por hacer, sino de honestamente preguntarles: ¿Cómo podemos apoyarles mejor?
La oportunidad que nos da la pandemia es única: reconocer y celebrar las aportaciones de familias y escuelas por el bienestar de los estudiantes. Ahora que los maestros piden acciones concretas de los padres para la educación en casa, y ahora que los padres están reconociendo la complejidad y demandas de la labor docente, podríamos estar en la antesala de una revolución del aprendizaje que integre a los padres-educadores, que valore a la profesión docente, y que cumpla su promesa de elevar a cada individuo a su máximo potencial humano.
*Elisa Guerra fue nombrada “Mejor Educadora en América Latina” por el Banco Interamericano para el Desarrollo. Actualmente forma parte de la Comisión Internacional “Los Futuros de la Educación” de UNESCO.
Twitter: @ElisaGuerraCruz