Las decisiones trompicadas del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, casi universalmente repudiadas, son un tremendo desafío a la diplomacia, e inéditas pruebas para la gobernanza. En otra dimensión, son un recurso didáctico de inestimable potencial para usar en las clases de cualquier materia, sobre todo en aquellas que explícitamente se proponen la formación cívica o ciudadana.
En México, el país más ligado a la potencia mundial por razones geográficas, históricas, culturales y económicas, la interpelación al sistema educativo es ineludible. Pongamos una dimensión que ya se vislumbra: si los inmigrantes mexicanos retornan al país, la escuela pública tendrá que recibirlos física y culturalmente; miles de hijos de inmigrantes probablemente no hablen el idioma de sus padres, el de los centros a donde deberán incorporarse para continuar o comenzar sus estudios. El reto es financiero, cultural, social y pedagógico.
Hay otra cara que resulta brutalmente reveladora, sutil pero fuertemente conectada. La condición invisible de sus propios indígenas, quienes habiendo nacido en localidades marginadas enfrentan una situación inaceptable en un siglo llamado “del conocimiento” y otras expresiones eufemísticas en países subdesarrollados.
El muro que la historia de la educación mexicana ha construido sistemática y eficazmente demuestra estar en pie, cumplir su encomienda excluyente y resistir avatares discursivos. Las cifras presentadas el penúltimo día de enero por el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) son triste recordatorio de la deuda con los pueblos originarios, como así lo reconociera Sylvia Schmelkes, consejera presidenta del Instituto autónomo.
A modo de ejemplo, algunos datos sobre la condición educativa de los indígenas mexicanos, comenzando con las cifras demográficas que demuestran su tamaño entre la población nacional, superior a los 119 millones, según el más reciente conteo oficial. 21 % de los habitantes declara ser indígenas, de ellos, 7 millones tienen menos de 17 años. El 10 % de los mexicanos habla lengua indígena o es parte de hogares indígenas; en el país se usan 68 lenguas indígenas y 364 variantes lingüísticas. 8 de cada 10 indígenas viven en condiciones de pobreza: ser indígena es prácticamente sinónimo de pobre y rezagado escolar o excluido de la escolarización, como se aprecia en los datos siguientes.
El analfabetismo es tres veces mayor en población indígena; su escolaridad promedio es de primaria, mientras en el resto de la población, de secundaria. 1 de cada 5 niños no asiste a la escuela; y entre los asistentes, 1 de cada 10 no cursa el grado correspondiente. 4 de cada 5 no obtienen los aprendizajes esperados en Matemáticas y Lenguaje y comunicación, las áreas que mide el Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes.
Las condiciones para la enseñanza también son un muro: 1 de cada 10 escuelas primarias indígenas carecen de servicios básicos; en 8 de cada 10 primarias el director también es maestro frente a grupo; más del 50 % de los docentes de primarias indígenas no hablan esas lenguas. Por otro lado, en una decisión de implicaciones muy fuertes, la educación intercultural se ofrece solo a los indígenas.
No es preciso abundar más en este montón de ladrillos con los cuales el sistema educativo elevó un muro gigantesco y excluyente. Por esas realidades, el INEE propuso seis directrices, concebidas como “recomendaciones para mejorar las políticas educativas orientadas a garantizar el derecho a una educación de calidad para todos”. Con ellas se busca, entre otros propósitos, la pertinencia lingüística y cultural y que los pueblos originarios sean consultados sobre la educación que reciben, como expresión indispensable de su derecho.
Estas recomendaciones no admiten dilación. Concretarlas significaría dinamitar la muralla que encarcela a los indígenas, los más excluidos, quienes han debido sumar, a su pobreza material, la pobreza de la enseñanza recibida. Derribar esos muros es una manera de darle congruencia a las urgentes reivindicaciones frente a las políticas delirantes del execrable Donald Trump.