René D. Jaimez*
Allá en el 2008, Guillermo Sheridan publicó en Letras Libres un artículo que bajo el título de Agustín sin fin ironizaba sobre esa increíble contradicción entre la reelección sin fin del líder del Sindicato de la UNAM y la ideología democratista predominante en su discurso y el de sus seguidores: “en un tan decidido cuanto desinteresado sacrificio, el líder de ese sindicato, Sr. Agustín Rodríguez … ¡ha decidido reelegirse por quinta ocasión consecutiva!” y añadía que “De resultar triunfador en las democráticas, populares, laicas y gratuitas urnas, el Sr. Agustín Rodríguez dirigirá los destinos de su sindicato de “más de 30,000 miembros” por lo menos hasta el año 2011 de nuestra era.”
Triste contradicción que tiene su origen en la mistificación de que el discurso de estas izquierdas en nuestro país, suele tener algo que ver con sus prácticas. En este caso, el mito se construyó sobre la idea de que el sindicato de la UNAM, por haber surgido en la época de auge del sindicalismo independiente (que formalmente perseguía transformar las formas corporativistas, patrimonialistas y clientelares de la organización política gremial), transformaría entonces sus prácticas anti democráticas y autoritarias. Y el mito es tan fuerte que el líder stunamita tiene el cinismo de afirmar que, de hecho, las transformaron, y de indignarse cuando se le ha llegado a comparar con el otrora eterno líder de la CTM, Fidel Velázquez: “En la CTM y esas organizaciones no hay votaciones directas y secretas, los liderazgos se manejan por puros compadrazgos y las secretarías generales de los sindicatos se reparten entre cuates”, decía el indignado Agustín, citado en aquel artículo por Sheridan.
La fuerza de este mito de sindicalista democrático, le ha valido a Agustín para “pelear” (ajá) este 24 y 25 de Abril por su ¡octava reelección!, es decir, que este 26 de abril, en el exclusivo festejo privado que tendrá lugar con sus amigos y con sus políticos aliados (Graue incluido), Agustín y compañía estarán festejando que éste llegará a sus primeros 26 años consecutivos de ser el semental nato, perpetuo líder máximo y padre de la burocratización administrativa y académica de la Universidad Nacional.
Claro que no se puede culpar al líder del STUNAM de haber generado, él sólo, lo que bien se puede considerar como el mayor problema de la UNAM: la subordinación de su vida académica bajo su burocratizada y oligarquizada vida política. Todo lo contrario, es la verdadera élite de la UNAM (las altas esferas de la burocracia universitaria que van pasando de una dirección a una coordinación, al staff de rectoría o a alguna secretaría de Estado, pero que jamás regresan a la vida académica de un profesor común y corriente), la que ha requerido de un líder sindical como Agustín Rodríguez para la contención de los conflictos internos y, por tanto, la reproducción de las condiciones que les permitan seguir ocupando las posiciones de aristocracia universitaria que, con mucho esfuerzo personal, han logrado alcanzar. Y todo esto, con un discurso levantado sobre el misticismo democrático de la Universidad.
Para que la UNAM de verdad se democratice, haría falta debilitar el poder de la alta burocracia universitaria, debilitar el poder de la alta burocracia sindical, y debilitar el poder “los poderes fácticos internos” (capital privado y partidos políticos que se han empoderado a través de la inversión selectiva de recursos económicos en lugares como ingeniería, química, jurídicas, etcétera, lo que en algunos casos se puede relacionar sin mucho problema con la designación de autoridades internas afines a determinados partidos o empresarios).
Pero las altas esferas de la UNAM están bien organizadas como camarillas (de médicos, abogados, ingenieros, químicos, científicos, humanistas, etcétera) que disputan entre ellas la distribución del poder y los privilegios, legitimados por una serie de mecanismos formales e informales bien establecidos y que rebasan por mucho el ámbito interno (la UNAM es usada como plataforma política y fuente de legitimación para políticos de todos los signos y colores).
La única manera de debilitar el poder de las altas esferas de la UNAM es empoderar a los académicos y sus academias, es decir, construyendo la democracia desde abajo. Y también esto es cierto para el caso sindical, es necesario fortalecer los comités sindicales locales, debilitando el poder de su líder máximo y haciendo algo aún más básico: reglamentar las relaciones laborales, porque, gracias a una complicidad entre la élite sindical y la élite burocrática de la institución, la UNAM tiene un Contrato Colectivo para sus trabajadores, pero no un Reglamento Interno de Trabajo, lo que permite un manejo completamente discrecional y clientelar de prebendas por parte de la dirigencia sindical, factor determinante, por ejemplo, en los procesos electorales que terminan en la reelección de quién permanentemente controla el manejo de esas prebendas.
*René D. Jaimez es candidato a doctor por El Colegio de México. Investigador de los grupos de poder en la UNAM, ha publicado una serie de artículos y trabajos científicos sobre el funcionamiento interno del Sindicato de Trabajadores de la UNAM (STUNAM).