Alberto Sebastián Barragán*
Durante cien años han surgido distintas versiones de planes de estudio para la educación básica mexicana, pero la evaluación había quedado bajo la responsabilidad de los docentes, y para la década de 1970 aparecieron algunas evaluaciones a gran escala para atender el crecimiento de la educación secundaria. El carácter de la evaluación se fue renovando hasta prescribirse el Acuerdo número 200 en 1994, en donde se establecía la escala de evaluación de 5 a 10.
La evaluación de los aprendizajes había guardado una lógica de medición. El enfoque pedagógico de cada plan de estudios avanzaba a su ritmo y en su dirección, pero la evaluación apuntaba hacia conocer, verificar o medir que se estuviera logrando lo planteado. Esta modalidad de evaluación, cuantitativa-sumativa, predominó en nuestra educación hasta finales del siglo XX. Ya en los albores del siglo XXI, la estructura curricular unificó su enfoque por competencias, lo que implicó el enriquecimiento de modalidades, estrategias e instrumentos de evaluación, hasta consolidar el séptimo principio pedagógico del Plan de estudios 2011: Evaluar para aprender.
Esta nueva lógica de evaluación, representó una reorientación en la finalidad educativa. Es decir, se trata de apuntar hacia el logro de los aprendizajes clave, y no hacia la asignación u obtención de una calificación. Ángel Díaz Barriga fue muy enfático en señalar, que no es lo mismo “Evaluación del aprendizaje”, que “Evaluación para el aprendizaje”. Parece muy simple el cambio, porque solo radica en una palabra. Sin embargo, implica todo un cambio de sentido en las prácticas educativas.
Cuando se menciona la frase “Evaluación del aprendizaje” se hace mención de prácticas sumativas y finalistas, en donde lo más importante es el trabajo del docente al asignar una valoración que repercutirá en la acreditación de un curso, promoción de grado, o certificación de un nivel educativo. Pero cuando se asume el cambio por “Evaluación para el aprendizaje”, toda la práctica pedagógica deberá concentrarse en el aprendizaje del estudiante, y la evaluación habrá de ser un insumo para lograrlo.
Esta lógica de evaluación, había sido acuñada desde el uso formativo de los exámenes que recomendaba Juan Amos Comenio (1657) en su obra Didáctica Magna. También es indispensable recordar la propuesta pedagógica de Jean Pierre Astolfi, donde a través de la evaluación se identificaban aciertos, y los errores a los que se enfrentaban servían como medio para lograr el aprendizaje. O también la obra: Yo explico, pero ellos… ¿aprenden? de Michel Saint-Onge, donde se analizan aspectos implicados en el aprendizaje, y se abordan nociones formativas de evaluación. Parecía que nuestro sistema educativo mexicano iba consolidando su enfoque pedagógico para que la evaluación, dejara de ser sumativa y finalista, para convertirla en un proceso formativo del aprendizaje.
Pero otra vez, la enseñanza y la evaluación, no avanzaban por el mismo camino. De 1994 al 2012, los acuerdos secretariales fueron cambiando del número 200, al 648, luego al 685 y por último quedó en el Acuerdo 696. Mientras que curricularmente se prescribía una evaluación formativa, como un insumo para el aprendizaje, en los acuerdos mencionados preponderaba la evaluación cuantitativa, como elemento de acreditación y certificación. Como hasta el último ciclo 2017-2018.
El Plan de estudios para educación básica: Aprendizajes clave, propone otra organización de unidades curriculares. En los campos de formación académica son asignaturas; para Desarrollo personal y social son áreas; y para los Ámbitos de autonomía curricular son clubes. Uno de los principales cambios radica en los periodos de evaluación. Los bimestres anteriores se reorganizan en periodos trimestrales que finalizan en noviembre, marzo y junio. Y se mantiene la cuestionable escala de 5 a 10, con calificación mínima aprobatoria de 6.
La formación académica se evaluará a partir de aprendizajes esperados, con niveles de desempeño del I al IV. Donde el I, se asocia con valores numéricos de 5; el Nivel II con 6 y 7, el Nivel III con 8 y 9; y el Nivel IV equivale a 10. Esto es para las asignaturas de Lengua Materna y Extranjera, Matemáticas, Ciencias, Geografía, Historia, Formación Cívica, así como para las áreas de Artes y Educación Física.
Para el área de educación socioemocional, la evaluación será en términos de indicadores de logro. Y para el espacio de autonomía curricular, se evaluará en función de los aprendizajes de cada club. Estas valoraciones se ubicarán en los cuatro niveles, pero no tendrán calificaciones numéricas. Se mantiene el Reporte de evaluación, como documento oficial, para asentar los registros y comunicar a los padres o tutores cuáles son los apoyos que requiere el estudiante para mejorar su desempeño, así como observaciones y recomendaciones.
La acreditación para los tres niveles tiene como primer requisito cubrir al menos el 80% de la asistencia. Para primaria y secundaria se van agregando otros requisitos como calificaciones aprobatorias en Lengua materna y Matemáticas, y niveles de desempeño mínimo de II, para las demás unidades curriculares. En el modelo educativo Aprendizajes clave (que ya anunciaron que se cancelará), se intenta transitar de la calificación numérica, hacia la combinación de niveles de desempeño. Justo como se ha hecho con la evaluación docente (que también se ha anunciado que cancelará). Para comprender esa combinación de niveles de desempeño de las diferentes áreas o dimensiones en las Normas de control escolar, se adjunta el anexo “7. Tabla de promedios y niveles de desempeño”.
Tabla 1. Equivalencias para dos Niveles de Desempeño.
Tabla 2. Equivalencias para tres niveles de desempeño.
Aunque en el octavo principio pedagógico degradaron la noción de evaluación, en el resto de los documentos se apunta hacia lograr una evaluación formativa, significativa, situada, que repercuta en la mejora de los aprendizajes, y agregan nociones de metacognición, autorregulación, equidad, flexibilidad, realimentación, inclusión e integración.
En la nueva evaluación aparece la inasistencia o la reprobación de Lengua o Matemáticas, como áreas de riesgo para el aprovechamiento de niñas y niños. Pero las normas de control escolar mantienen estrategias compensatorias, de regularización o de recuperación para atacar la reprobación escolar y el rezago educativo. Permanecen aspectos de adecuación para niños con problemas de salud, barreras de aprendizaje, niños migrantes, o provenientes de cursos comunitarios.
La reforma educativa tiene un giro pedagógico que contempla lo socioemocional, pero no es la gran novedad, recordemos la presencia de lo afectivo desde el año 1873, en el proyecto educativo de Lerdo de Tejada. Esta nueva lógica curricular y su evaluación tomará tiempo en asentarse, ya que requieren estrategias efectivas de habilitación docente, y prácticas evaluativas con honestidad y ética por parte de alumnos, padres y maestros. Por lo menos, mientras tardan en diseñar y aplicar la reforma educativa de López Obrador, se tendría que mantener la lógica vigente, el tiempo necesario. Así las cosas. Es lo que hay.
El nuevo modelo educativo Aprendizajes clave presenta una organización más compleja, pero la evaluación presenta combinaciones complicadas. En las normas de control escolar, tanto generales como específicas, además de faltas de ortografía y errores gramaticales, hay indeterminaciones y ambigüedades en los términos de acreditación y promoción. Para resolverlas remiten al Anexo 7, pero dicho anexo no estaba en el archivo fragmentado de la página de control escolar durante la fase intensiva del Consejo Técnico Escolar.
Era indispensable que se analizara esta información, desde las reuniones de los profesores al inicio de este ciclo escolar que tuvo transformaciones. Sin embargo, la SEP actuó como el niño que dice que sí hizo la tarea completa, pero que sólo se le olvidó esa parte y la entrega días después.
* Coordinador de Voces Normalistas.