En días pasados se concretó la detención tan anunciada del dirigente de la Sección 22 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), Rubén Núñez, así como también, de Francisco Villalobos, Secretario de Organización de la misma.
Envalentonado como ya es su costumbre, el Secretario de Educación, Aurelio Nuño, dio la cara ante los medios de comunicación para enfatizar que los dirigentes habían sido detenidos por el desvío de recursos de los trabajadores adheridos a tal organización. Por su parte el Secretario de Gobernación, Osorio Chong, declaró que dicha detención nada tenía que ver con las marchas que estos maestros lideraban en contra de la Reforma Educativa, porque tal acción, estaba fundamentada en la corrupción que prevalece en ese gremio magisterial.
Por sentido común, es lógico pensar que los discursos de los Secretarios tenían que coincidir; la simple expresión de ideas y la posibilidad que la misma Constitución ofrece a cualquier ciudadano mexicano de agruparse como hasta la ahora lo han hecho para manifestarse, no es un delito. Por obvias razones, si hubiesen sido detenidos por estas manifestaciones, la violación a sus derechos humanos sería más que evidente y no creo que estos funcionarios quisieran tener un “raspón” más en su camino para la silla grande. En fin.
Estas aprehensiones trajeron a mi mente lo que sucedió hace poco más de tres años, cuando se detuvo en el aeropuerto de la Ciudad de México a la maestra Elba Esther Gordillo Morales, ex dirigente vitalicia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Tal parece que el mismo guion, cual novela de Televisa, se utilizó y reutilizó para capturar a los presuntos culpables de los delitos que ahora se les imputan. De hecho, hasta el momento en que cierro estas líneas, se habla de 24 detenciones pendientes de ejecutar, dado que hay más líderes de la disidencia que, a decir de la Procuraduría General de la República (PGR), merecen estar tras las rejas.
El mensaje que ha mandado el Gobierno Federal con este asunto es claro: cualquiera que se oponga a los designios Presidenciales y Secretariales irán a prisión. No hay más.
El tema en sí es polémico, porque como es sabido y en caso de comprobarse los cargos que se les “adjudican” a los inculpados, muchos nos preguntaremos –aunque ya lo hemos hecho–: ¿quién dio pauta a ello? El juego que en antaño –cual secreto a voces– establecieron los líderes disidentes y gobernadores de los estados en conflicto, pero también, con Secretarios de Educación y Presidentes de la República, dejo bastantes dividendos a los involucrados. A muchos les arrojó jugosas ganancias que pueden medirse en cantidades importantes de dinero, aunque ello haya significado perjudicar a cientos y cientos de niños oaxaqueños, chiapanecos, guerrerenses y michoacanos.
¿A poco usted cree que en la venta y herencia de plazas se dio de un solo lado sin que la Secretaría de Educación Pública (SEP) estuviera enterada? Sería un absurdo que nadie, absolutamente nadie, creería.
En este sentido, es que coincido plenamente con Gil Antón cuando reiteradamente ha señalado que la SEP jamás fue colonizada –como asegura Carlos Ornelas–, sino que en diversos sexenios hubo “acuerdos” por debajo de la mesa que a muchos, insisto, benefició en su momento o… ¿ya se les olvidó que el yerno de la profesora Gordillo ocupó la Subsecretaría de Educación Básica?; no nos hagamos, esa nombramiento fue el pago que el Calderonismo realizó a quien supuestamente lo llevo “al triunfo”.
Envalentonarse como lo ha hecho el señor Secretario en estos días, es fácil, sobre todo, porque el gobierno de su jefe ha respaldado sus acciones para “acabar con los males educativos”; sin embargo, y desde mi perspectiva, se le olvidó algo: en el medio existe gente pensante y que en absoluto se chupa el dedo. Como sabemos y ha quedo demostrado, el deterioro del Sistema Educativo Mexicano se debe, en buena parte, al manejo que le ha dado la Presidencia de la República –en diversos periodos– conjuntamente con las organizaciones sindicales que conocemos.
Sobre esta idea, en días pasados leía con mucha atención otras que expresaba en este mismo espacio Ornelas, investigador mexicano que a lo largo de mi carrera profesional, he leído con verdadero entusiasmo. Obras como el “Sistema Educativo Mexicano: la transición de fin de siglo”, “Política, poder y pupitres. Crítica al nuevo federalismo educativo”, fueron de lo más enriquecedoras para mi quehacer docente. No obstante el respeto y admiración que le tengo, tengo que reconocer que su análisis se ha hecho impreciso por el México que hoy conocemos. ¿Por qué afirmo esto? Explico.
En su momento el citado autor se fue con todo sobre quien dirigía los destinos del SNTE; palabras más, palabras menos, la responsabilizó del fracaso educativo y, en parte, fue cierto; sin embargo, una vez que se aprehendió a la líder vitalicia que lo encabezaba, su discurso cambió –por obvias razones–, y ha enfocado su mirada en la CNTE y los líderes que hoy se encuentran tras las rejas pero, como él mismo lo ha dicho… ¿y los funcionarios de la parte oficial que han estado coludidos en este asunto para cuándo? La cargada no debe ser para un solo lado o… ¿me equivoco?
Si la postura de Ornelas es que la CNTE es corrupta, intransigente y combativa como lo fue el SNTE en su momento, ¿se tendría que someter a todo el magisterio para que no haya corrupción, intransigencia y lucha y con ello se mejore la educación en su conjunto? Si el SNTE ha sido doblegado por Nuño hasta ganarse a pulso aquel mote de “charro” que la disidencia ha repetido hasta el hartazgo, ¿la CNTE tendría que someterse a los designios del Secretario? Si el sindicalismo en México quiere pulverizarse, ¿se tendrían que aceptar los destinos que se vislumbran para los derechos laborales de los trabajadores? –ahí está Francia, por ejemplo–.
No sé si usted mi estimado lector coincida conmigo pero, prefiero tener a un grupo de alumnos que analicen, reflexionen, critiquen, pregunten, cuestionen, indaguen, dialoguen, debatan, confronten, y demás aspectos –con el debido fundamento–; a contar con estudiantes que no digan nada por miedo a ser reprobados o expulsados.
En ese sentido, es que prefiero a un magisterio combativo –no violento–, que a un docente sumiso y callado. De hecho, prefiero que en el medio educativo se debata, se dialogue y se consense, a que se imponga lo que quiera imponerse sin conocimiento. En fin, prefiero vivir en democracia, que en un autoritarismo disfrazado de cordero.