La contienda por la educación no sólo se ejecuta en la política, también en la arena de las ideas. Si algo sabemos de la educación nacional es que no tenemos consensos con respecto a lo fundamental —aunque tampoco a lo insustancial—, estamos invadidos de prejuicios ideológicos y de intereses políticos. Claro, estos lo traslucen más los partidos y las instituciones, pero en nuestro hacer cotidiano también lo forjamos los mortales comunes, más aún los académicos.
En su número de octubre, la revista Nexos, convocó a 10 colegas a debatir los haberes y débitos de la Reforma Educativa que el futuro gobierno ataca con violencia. Para justificar el título de la colección de ensayos, Al pie del patíbulo, los editores afirmaron: “La tienen, metafóricamente, al pie del patíbulo. Han hablado de abrogarla, de cancelarla, de de-saparecerla, de no dejar de ella ‘ni una coma’”. La premisa para organizar el debate fue llana: “Nos parece imposible condenarla en bloque, nos parece una ceguera no reconocer sus aciertos, sus prometedores embriones, sus logros. Ciego también sería defenderla en bloque, no mirar con claridad sus errores, sus huecos, sus equivocaciones”.
Los autores hicieron un análisis equilibrado, aunque más cargado al lado crítico, pero también con argumentos que señalan avances y votos por no regresar al pasado. En el número de noviembre, Aurelio Nuño Mayer, exsecretario de Educación Pública en los años centrales del sexenio, aporta su visión —y la del gobierno de Enrique Peña Nieto— para argüir por qué y para qué se hizo la Reforma Educativa.
Nuño arranca con la condición del mundo y el cambio de régimen —del que enterró al de la Revolución Mexicana— y la condición de rezago de la educación nacional respecto a las demandas del futuro. No obstante, su reflexión es política, expone la razón de Estado.
Había que empezar por lo primordial para llegar a lo sustantivo. Primero recuperar la rectoría de la educación, capturada por los líderes de las facciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, en un proceso de décadas, digo yo, no de los primeros gobiernos de este siglo, como afirma Nuño Mayer. De cualquier manera, la parte central del argumento es clara: había que acabar con el orden opaco y clientelar que incluía la herencia y venta de plazas; establecer una nueva relación entre el magisterio y las autoridades. Ése fue el propósito político del Servicio Profesional Docente.
Tras una consulta en 2014 y otra en 2016, una vez que el gobierno había recuperado el timón, fue el momento de lanzar la oferta pedagógica: el modelo educativo para la educación obligatoria. Nuño acentúa el subtítulo: “educar para la libertad y la creatividad”. A fe mía que el gobierno obtuvo laureles al quitarles grandes porciones de control a los dirigentes sindicales, reducir el número de comisionados —y dejar de pagarles con la nómina educativa— y, lo más importante, arrebatarles el control de la trayectoria profesional de los maestros. Pero no liquidó al corporativismo que se cobijó en las secciones sindicales, más en las estatales que algunos gobernadores arroparon. Hoy, esos restos son los enemigos frontales de la reforma, no nada más los de la CNTE. Son quienes más abogan, para seguir con la metáfora de Nexos, por llevarla al patíbulo.
Bienvenido el discurso del exsecretario Nuño. Aporta datos, debate con razones y defiende lo hecho por este gobierno. Es una exposición reverente, tiene un argumento orgánico y su redacción es templada. ¿Rebatible? Sí, pero con el mismo respeto que él muestra.
Y sí, por desgracia, parece que el nuevo gobierno llevará la reforma al cadalso. Nada más espero que en la contienda conceptual no renazca el corporativismo camuflado de buenas intenciones para el magisterio.