El 27 de agosto, el presidente Enrique Peña Nieto designó a Aurelio Nuño Mayer como secretario de Educación Pública. La mayoría de los comentaristas lo catalogan como inteligente, innovador, afanoso y señalan que disfruta de la confianza absoluta del Presidente. La misma mayoría lo sitúa como otro más de los presidenciables.
No es lisonja. Espero que el secretario Nuño tenga éxito en su nueva encomienda. México necesita —y con urgencia— mejorar la educación pública en todas sus cataduras. Sólo los mezquinos apuestan a desbarrancar a quien, se supone, debe sacar adelante la educación mexicana. Al igual que con los secretarios —y la única secretaría— de Educación Pública, desde esta trinchera reprocharé lo que me parezca mal y no tendré empacho en encomiar lo que considere positivo.
Son muchos los retos que tiene por delante el nuevo secretario. Destaco dos trances que me parecen importantes y especulo sobre las herramientas con las que cuenta para salir adelante en su encomienda. El primero es llevar a buen puerto los temas pendientes de la reforma. El segundo demanda valor y visión, así como la disposición de espíritu de arriesgar capital político: lidiar con el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
La parte programática de la reforma ya está aprobada. Hubo cambios en la constitución y cuenta con dos nuevas leyes. Además, en el terreno político, tiene buen camino allanado; primero, por el encarcelamiento de Elba Esther Gordillo y, segundo, por el golpe rotundo contra la CNTE en Oaxaca. También ya tiene el andamiaje institucional en marcha: centralización del pago de la nómina, nuevo programa de estímulos, información abundante como nunca antes, evaluación independiente y resultados de una consulta a cientos de maestros, investigadores y funcionarios que ofrecieron materia intelectual para mejorar el modelo educativo.
Pero falta lo más importante: llevar las nuevas ideas —que no todas son buenas— al sanctum de la educación: las aulas; también tendrá que ganar la buena voluntad de cientos de miles de maestros para la causa de la reforma. Es una labor titánica, ya que la SEP no cuenta con una estructura de gobierno que le permita llegar a las escuelas y los docentes. Depende de los gobiernos de los estados y del SNTE.
Los gobernadores no apoyan la reforma. No tienen nada que ganar. Al contrario, el gobierno central les quitó dinero y les echó la mayor parte de la culpa por los yerros. La corriente mayoritaria del SNTE dice que sí, pero la historia demuestra que no hace nada gratis. En realidad, el sindicato es el segundo y mayor desafío a la reforma, al secretario y al Presidente mismo.
En su mensaje, el presidente Peña Nieto asegura que el gobierno ya recuperó la rectoría de la educación. Es una percepción falsa. Expulsó de la subsecretaría de Educación Básica a los fieles de la señora Gordillo, pero en las dependencias de educación de los estados, los agentes de las diferentes camarillas del SNTE son gobierno.
El secretario Nuño expresó que quiere trabajar junto con los maestros. Me temo que esa sea la trampa que aprovechen los líderes del SNTE —que muchos nos quieren convencer de que son tan puros como los querubines— para cercar al secretario y mantener y, de ser posible, ampliar sus redes de colonización de la administración de la educación básica.
Es probable que el secretario Nuño tenga el apoyo que el Presidente siempre le negó a Emilio Chuayffet y que eso prevenga a la Segob de meterse con la SEP. Además, como sentenció Maquiavelo, la fortuna es siempre amiga de los jóvenes, porque son menos circunspectos, más irascibles y se le imponen con más audacia.
RETAZOS
En cuanto se dio el nombramiento de Aurelio Nuño comenzaron los halagos a su vanidad al pintarlo como prospecto firme para 2018. En “La política como vocación”, Max Weber señaló que “el político tiene que vencer cada día y cada hora a un enemigo muy trivial y demasiado humano, la muy común vanidad, enemiga mortal de toda entrega a una causa y de toda mesura, en este caso de la mesura frente a sí mismo”.
Si el secretario Nuño hace caso a las lisonjas podría caer en el pecado mortal de los políticos que, según Weber, comienza cuando el: “Ansia de poder deja de ser positiva, deja de estar exclusivamente al servicio de la ‘causa’ para convertirse en una pura embriaguez personal”. Espero —por el bien de la educación— que Aurelio Nuño cierre su oído a las loas, que nunca son desinteresadas.