VICENTE JIMÉNEZ / Nueva York
Cada mañana, 849 alumnos cruzan la puerta del renovado edificio del Achievement First Endeavor Chartel School, un centro público de enseñanza secundaria en Brooklyn, al norte de Prospect Park, no muy lejos del Barclays Center, la cancha de los Nets (NBA). Ninguno de ellos es blanco. 76 son hispanic y el resto, chicos afroamericanos. El Achievement First Endeavor es lo que los expertos más críticos llaman un colegio apartheid. Unas calles más al sur, en Prospect Heights, la situación no cambia: solo dos de los 263 estudiantes del Elijah Stroud Middle School son blancos. Otros dos son asiáticos; el resto, negros (85%) e hispanos (13%). En los dos centros, más del 80% de los chicos reciben free lunch (almuerzo gratis o subvencionado para familias de bajos ingresos). A escasos veinte minutos a pie de allí, en Park Slope, el barrio del escritor Paul Auster y de alguna de sus obras, los colegios públicos ofrecen una realidad muy distinta: de los 387 alumnos del Henry Bristow, solo el 6% son negros. Cerca, en el John W. Kimball, la cifra asciende a un escaso 7%.
¿Qué hay entre los codiciados barrios de Prospect Heights y Park Slope que justifique semejante diferenciación racial? Nada, aparentemente. Solo una avenida, la Flatbush Avenue, y un sistema escolar público que durante años ha desatendido las medidas integradoras en favor de otras de carácter mercantilista. Con sus 1,1 millones de alumnos, 75.000 profesores, 1.800 escuelas y 24.000 millones de dólares de presupuesto anual, la muy liberal y progresista Nueva York, no las ciudades del sur, se ha convertido, 60 años después de la primera gran victoria legal contra la separación entre blancos y negros en las escuelas, en el “epicentro” de la segregación racial educativa de Estados Unidos.
La denuncia ha llegado como un puñetazo desde el otro extremo del país, en forma de estudio firmado por los veteranos investigadores Gary Orfield y John Kucsera, del Proyecto de Derechos Civiles de la Universidad de California-Los Angeles (UCLA) . El objetivo de esta organización —“renovar el movimiento de los derechos civiles”— podría parecer anacrónico si no fuera porque los datos del estudio son duros, incómodos y muy actuales. El documento, cuyo título es Segregación extrema en el Estado de Nueva York, es un tributo al 60º aniversario de la histórica sentencia del Tribunal Supremo de EE UU Brown v. Board of Education, en la que, por unanimidad, los jueces acabaron con la segregación entre negros y blancos en las escuelas. El argumento del tribunal, entonces, fue innovador: la separación atenta contra la igualdad de oportunidades. Sin embargo, si Oliver L. Brown y los otros 12 padres negros que se enfrentaron a las injustas leyes de la ciudad de Topeka (Kansas) conocieran la situación que hoy se vive en muchos colegios de Nueva York sufrirían una enorme decepción.
Las cosas no han cambiado
“Las escuelas americanas están ahora tan segregadas o más que hace 40 años. Nuestro informe no es catastrófico. Simplemente, denuncia la falta de voluntad para asumir una profunda desigualdad y la ausencia de un trabajo serio en favor de la integración”, denuncia Orfield a EL PAÍS por correo electrónico desde Los Ángeles. “Estamos ante un problema legal, político e institucional que determina una enorme diferencia de oportunidades entre unos estudiantes y otros”, remacha el profesor.
Las conclusiones del informe han escocido. Pese a que sus críticos denuncian que el problema es antiguo, lo cierto es que desagrada a los neoyorquinos, que se resisten a abordarlo. EL PAÍS intentó recabar la opinión de ocho directores y directoras de otros tantos centros educativos de la ciudad. Solo una de ellos accedió a ser entrevistada: Jill Bloomberg, principal (directora) del Park Slope Collegiate, un instituto con una composición racial desequilibrada (41% de hispanos, 39% de negros, 8% de blancos y 8% de asiáticos) situado en Brooklyn. La predisposición de Bloomberg a hablar no es casual: el barrio tiene alguna de las escuelas más segregadas del Estado. Otro responsable accedió a recibir a este periódico siempre y cuando su nombre no apareciera. El resto de los directores consultados respondieron a EL PAÍS con el silencio o con un escueto: “Lo siento, pero no puedo aceptar su entrevista”.
El Departamento de Educación de Nueva York asume la denuncia, pero destaca la, a su juicio, discutible interpretación de la concentración racial en algunos barrios. La ciudad de Nueva York es la más diversa y heterogénea de los Estados Unidos. El 50% de sus residentes son negros y latinos, el 40% son blancos y el resto, básicamente, asiáticos. Sin embargo, y a pesar del cliché del crisol de razas, muchos barrios ofrecen poca o ninguna diversidad. Pero la segregación inmobiliaria no lo explica todo, afirma Orfield. La clave del problema, según él, es la ausencia de políticas integradoras o las medidas adoptadas en los últimos años a partir de una concepción mercantilista de la educación. “Los neoyorquinos me dicen a menudo que la integración es una buena idea, pero que es imposible de alcanzar. Los neoyorquinos tienen miedo de tomar medidas en favor de la integración porque no han experimentado sus ventajas. No pueden imaginar los avances que en muchas ciudades del Sur han supuesto décadas de escuelas integradoras”, afirma Orfield en su estudio.
Carmen Fariña, de 71 años, canciller de las escuelas públicas de Nueva York, es una de las funcionarias más importantes de la ciudad. Nacida en Brooklyn e hija de emigrantes gallegos, Fariña invitó a EL PAÍS a visitar una escuela en el extremo norte de Manhattan, la Dos Puentes Elementary School. Situada en un barrio de mayoría dominicana y mexicana, el centro ofrece un perfil muy segregado (81% de niños hispanos, 16% de blancos y 2% de afroamericanos y asiáticos). “Somos conscientes de lo que sucede. Estamos ante un problema de clases sociales. Aquí, en Nueva York, tú mandas a los hijos a las escuelas del barrio donde vives. Si vives en uno con un determinado perfil racial, esa es la gente que va a ir a esas escuelas. Lo que tenemos que hacer es dar la oportunidad de que los niños puedan ir a escuelas de otros barrios. Particularmente, donde podemos tener más efecto es en el bachillerato (high school), donde los centros están abiertos a estudiantes de otros barrios. Ahí es donde estamos analizando qué se puede hacer para evitar institutos segregados”.
Segregación escolar. Un asunto de actitud
Lejos de allí, desde su despacho en la 7ª avenida de Brooklyn, Jill Bloomberg, directora del Park Slope Collegiate, no solo tiene una vista privilegiada de Manhattan, sino también del fenómeno contradictorio de una segregación escolar persistente en un distrito, el número 15 (Park Slope), cada día más integrado y diverso socialmente (40% de hispanos, 26% de blancos, 16% de negros y 16% de asiáticos). Tras diez años en su puesto, Bloomberg cree que las raíces del problema son profundas: segregación inmobiliaria, libre elección de centros, selección de alumnos por parte de los colegios, políticas que apuestan por institutos especializados… “El informe de Orfield no es exagerado, pero mucha gente quiere pensar que la segregación es un asunto resuelto. Nueva York es una ciudad diversa, no integradora. El problema de la segregación no se ha solucionado. La gente se siente cómoda con él. En 1954, el Tribunal Supremo dijo que la separación escolar por razas no era legal. La cuestión es que, aunque no la ampare la ley, si hay separación hay desigualdad. No es ilegal tener una escuela con el 100% de alumnos negros. La separación conduce a la desigualdad, es intrínsecamente injusta”, explica.
Para Bloomberg, el problema no es nuevo. Lo que ha cambiado con respecto a décadas de gran preocupación por los derechos civiles es la actitud de la gente. “La segregación inmobiliaria es determinante. Hasta 1948 era legal negarse a vender la casa a un negro. Ya no lo es, pero los patrones permanecen. Se ha hecho muy poco para corregir esto. Y, sin embargo, hay barrios que son intencionadamente integrados porque sus habitantes creen en las ventajas de la integración y toman medidas. Luego es posible hacer algo. Si los barrios están segregados, las escuelas lo estarán también. Las notas que los chicos obtienen están directamente ligadas los ingresos de sus padres. Bajos ingresos, bajos resultados; altos ingresos, altos resultados”, añade.
Sobre los centros especializados o selectivos que eligen a sus alumnos con un examen, Bloomberg reflexiona: “Creo que es un poco contradictorio con la idea de una educación pública. Cuando el Ayuntamiento apuesta por escuelas selectivas, apuesta por algo que no es para todo el mundo. No dice que va a crear una escuela para familias blancas, dice que va a crear una escuela selectiva. Y cuando una escuela elige, qué pasa con los que se quedan fuera, cuál es el plan para ellos. Las escuelas integradas ayudan a combatir este problema”. Y pone un ejemplo: “Nosotros tenemos 375 estudiantes. Este año han entrado 10 chicos blancos. Ahora la gente piensa que somos mejor escuela de lo que lo éramos el año pasado. Solo por esto somos más interesantes para las familias blancas”.
La concentración de estudiantes negros y latinos con escasos recursos en escuelas muy segregadas se ha disparado en el Estado de Nueva York en los últimos años. En 2010, según los datos censales disponibles, casi la mitad de los estudiantes de Nueva York procedían de familias con escasos recursos. Sin embargo, el estudiante blanco tipo acude a escuelas en la que solo el 30% de sus compañeros proceden de familias con bajos ingresos, mientras que el estudiante negro o latino estudia en centros donde el 70% de los alumnos padece ese problema.
La mitad de los jóvenes negros y latinos de Nueva York acude a colegios en los que la presencia de blancos es mínima, apenas un 10%. Solo el 20% de los distritos escolares del área metropolitana de Nueva York se considera integrado racialmente. En los 32 distritos de la ciudad, 19 tienen el 10% o menos de estudiantes blancos. Esto incluye todos los de Bronx, dos tercios de Brooklyn, la mitad de Manhattan y un tercio de Queens. Y la situación no ha hecho más que empeorar. Por escuela segregada se entiende la que tiene entre el 50% y el 100% de alumnos afroamericanos; muy segregada, entre el 90% y el 100%; y escuela apartheid, entre el 99% y el 100%.
La primera dama de Nueva York, la afroamericana Chirlane McCray, esposa del alcalde, el demócrata Bill de Blasio, alzó su voz al respecto en un artículo publicado en el New York Amsterdam News, un semanario dedicado a la población negra. “Sesenta años después de la sentencia Brown v. Board of Education, los neoyorquinos se enfrentan a una incómoda verdad: los jóvenes afroamericanos siguen siendo estafados por el sistema educativo. El año pasado, solo el 11% de los estudiantes negros de la ciudad abandonó el instituto con los conocimientos para acceder a la universidad. No podemos dejar pasar otro año sin abordar esta crisis. Los niños que no tiene acceso a una educación de calidad tienen un 25% más de posibilidades de abandonar la escuela, un 40% más de convertirse en padres adolescentes y un 70% más de cometer un crimen violento”.
Capítulo aparte merecen las llamadas escuelas chárter, objeto de polémica por sus características y porque, siempre según el estudio de la UCLA, han llevado la segregación en York a niveles insoportables. Las chárter nacieron a principios de los años 90 con el objetivo de agilizar el sistema y dotarlo de alternativas. Son escuelas gratuitas que reciben fondos públicos pero que operan de forma autónoma, según los términos de un contrato o carta (charter, en inglés). Aunque son públicas no dependen del Departamento de Educación correspondiente. Se comprometen a lograr determinados objetivos, como ayudar a estudiantes con pocos recursos, y tienen absoluta libertad para definir sus métodos de trabajo. Si estos objetivos se consiguen, el contrato con las autoridades educativas se mantiene; si no, se revoca. Su peculiaridad permite a estas escuelas centrarse en determinados objetivos. Una escuela chárter puede ser creada por un grupo de padres, un equipo de maestros, una organización ciudadana o una empresa privada.
En el caso de Nueva York, donde el exalcalde Michael Bloomberg apostó por este tipo de centros en sus 12 años de mandato, la experiencia ofrece resultados polémicos. El 97% de los alumnos de las 183 escuelas chárter existentes en Nueva York en 2013 eran afroamericanos o latinos. El 73% de estos centros es definido por algunos investigadores como “escuelas apartheid” (el número de estudiantes blancos no supera el 1%) y el 90% se consideran “intensamente segregadas” (menos del 10% de alumnos blancos). Solo el 8% son multirraciales. En Bronx, Brooklyn y Manhattan, donde estas escuelas son una parte importante del total, casi todas las escuelas chárter son “intensamente segregadas”. El 100% de las escuelas chárter del Bronx sufre este problema. En Brooklyn y Manhattan esta situación afecta el 90% y el 97%, respectivamente, de dichos centros.
El máximo responsable de una de las principales organizaciones de escuelas chárter de Nueva York accedió a hablar con EL PAÍS en su despacho de Wall Street con la condición de no revelar su identidad. “Los colegios han estado segregados durante décadas y sabemos por qué, lo sabemos con precisión. Si se quiere hablar de segregación hay que ir a los distritos. Allí está el pecado. Resulta curioso oír que las chárter fomentan la segregación cuando es el sistema el que está diseñado para ser segregado, para seguir siendo segregado, y la gente protege sus privilegios. No digo que no haya quien desee fomentar la integración, pero, en general, la gente está bastante satisfecha. ¿La posibilidad de elegir aumenta la segregación? Sin duda, pero en todo el sistema, no solo en nuestros centros. La posibilidad de elegir centro se ha utilizado como una herramienta de segregación, de forma voluntaria y planificada. Así ha sido en muchos estados del Sur”, denuncia.
Y añade: “Si hablamos seriamente de segregación hay que hablar de un sistema intocable protegido políticamente, no de las escuelas chárter… Nos utilizan para buscar un responsable, porque nos les gustamos, porque estamos fuera de los sindicatos educativos, porque tenemos autonomía en nuestros métodos”. La misma fuente consideró despreciable la utilización del término apartheid: “Es una palabra que debe usarse para sistemas educativos en los que por la fuerza, por ley, se separa a blancos y negros… Pero los chárter son centros de elección, ningún padre está obligado a llevar a sus hijos. Utilizar esa palabra es una ofensa para todos los que trabajan y estudian en las escuelas chárter. Y lo es también para quienes tenían, como en Sudáfrica, un régimen de verdadero apartheid”.
La mitad de los jóvenes negros y latinos de Nueva York acude a centros en los que la presencia de blancos es mínima, apenas un 10%
En los institutos especializados, joyas del sistema educativo público de Nueva York a las que se accede por examen, los datos mueven también a la preocupación. Pese a que hispanos y negros constituyen más de dos tercios del total de estudiantes de la ciudad, solo representan el 9% en el Bronx High School of Science (más de 3.000 alumnos), uno de los mejores. En el Stuyvesant High School de Manhattan (3.200 alumnos), de los 952 estudiantes que obtuvieron plaza para el próximo curso, solo 21 eran hispanos y siete, negros. El año pasado, en ese mismo centro, solo nueve afroamericanos y 24 hispanos fueron aceptados. Los directores de estos dos centros se negaron a hablar para El País. Asimismo, de los más de 5.000 estudiantes a los que se ofreció una plaza en alguno de los ocho centros especializados que realizaron examen de ingreso para el próximo curso, solo el 11% eran negros o hispanos. “Esta es una ciudad bendecida por la diversidad. Nuestros colegios, especialmente los mejores, deben reflejar esa diversidad”, dijo al respecto en una declaración pública De Blasio. Sin embargo, el anterior alcalde, Michael Bloomberg, siempre consideró que el sistema era justo. “Creo que el Instituto Stuyvesant y otros centros similares son justos. No hay nada subjetivo. Superas el examen, obtienes la puntuación más alta y entras en el centro. No tiene nada que ver con tu raza ni con tu situación económica”, declaró en 2012 a The New York Times.
Los motivos que explican que el Estado de Nueva York haya sido el más segregador de todo el país son variados, según los autores del informe del Proyecto de Derechos Civiles. Orfield atribuye la causa principal al abandono de las políticas integradoras que caracterizaron los años 60 y 70, además de una “intensiva segregación inmobiliaria, fragmentación de las ciudades en distrito escolares muy pequeños y un sistema de elección de centros que favorece la separación por razas en función del nivel de renta”. Los análisis más críticos afirman que el sistema escolar público conduce a los estudiantes más desfavorecidos a un embudo que les lleva a los peores colegios. Un ejemplo: en el distrito 15, en Brooklyn, las tres mejores escuelas captaron al 64% de los estudiantes que mejor rendimiento dieron en el examen de lectura; las seis peores, según los rankings, apenas matricularon a una docena de ellos.
Entre 1950 y 1980 la lucha por la integración racial en las escuelas de EE UU era un tema importante. La presión de organizaciones civiles, las decisiones de los tribunales y la legislación intentaron combatir el problema. En las últimas décadas, sin embargo, la mayor parte de las políticas anti segregación se han ido abandonando mientras las minorías (latinos y negros) iban creciendo aisladas en determinados barrios. Orfield recuerda el gran boicot escolar que se produjo en febrero de 1964, cuando medio millón de alumnos negros, sobre todo puertorriqueños, decidieron no acudir a la escuela en Nueva York como protesta contra las escuelas gueto y la política de “separados pero iguales”. Fue la mayor protesta civil jamás registrada en Estados Unidos.
Durante los años 80 y 90, las autoridades educativas se centraron más en los sistemas de medición del rendimiento de las escuelas, la libre elección de centros y las citadas escuelas chárter. “La posibilidad de elegir centro o de que los centros seleccionen a sus alumnos puede aumentar la igualdad o la integración, si se acompaña de las medidas adecuadas, o, todo lo contrario, producir más desigualdad y estratificación social. El Sur, hace 50 años, fue un excelente ejemplo de que la posibilidad de elegir centro solo sirve para aumentar la segregación cuando no va a acompañada de políticas de igualdad”, sostiene Orfield. La concepción de una escuela pública bajo el lema “separados, pero iguales” se ha demostrado incapaz de reducir la brecha entre estudiantes blancos y de otras razas. “Separados pero iguales, después de 60 años de análisis social, solo conduce a separados y desiguales. Separados pero iguales conduce a que las escuelas racial y económicamente aisladas poseen siempre profesores con menos experiencia, peor formados, peores materiales, profesores que abandonan, mayores tasas fracaso escolar, violencia, indisciplina….”, señala el profesor de Los Ángeles.
Pedro Noguera, sociólogo de la Universidad de Nueva York (NYU) y autor de muchos trabajos de investigación sobre desigualdad en las escuelas de EE UU, está totalmente de acuerdo con su colega de Los Ángeles. “Si concentramos los niños más pobres en determinados colegios, esos colegios son los que más problemas tendrán. El Gobierno anterior, con Michael Bloomberg, no dedicaba recursos a esos centros. Los colegios se deterioraban y los cerraban. Conocían el problema, pero no tenían estrategia para afrontarlo. La razón era ideológica. Su estrategia era hacer que los colegios rindiesen cuentas, que se viesen sus datos y que se viese cómo estaban funcionando, y si no mejoraban, en primer lugar se ejercía presión, se imponían sanciones y luego se cerraban” explica a EL PAÍS en su despacho del 726 de Broadway.
Noguera lamenta que el nuevo alcalde y Carmen Fariña se resistan a hablar de segregación: “Me siento decepcionado. Carmen tiene mucha experiencia, ha sido directora de colegio, y sabe que la solución no es cerrar un centro que no ofrece buenos resultados, sino dotarle de más recursos. Sin embargo, no han dicho ni una palabra sobre segregación. Ni una declaración, salvo para decir: “¡Qué vergüenza!”. No están haciendo nada para crear colegios integrados”. Noguera va más allá: “Para combatir la segregación hay que tener liderazgo y programas de calidad. No se puede dejar la solución del problema al mercado. Hay que intervenir”. Hay ejemplos. Centros como el Dos Puentes o el Manhattan Country organizan visitas diarias de niños con menos recursos a las casas de los compañeros más pudientes, y viceversa. El objetivo es que los chicos tomen consciencia de que pueden crecer juntos aunque el del pupitre de al lado tenga una casa mejor, o peor.
Los demógrafos señalan que en 2040 la población de color de los Estados Unidos será mayoría. “Si no preparamos a nuestros alumnos para interactuar con gente diversa, les estaremos privando de una buena educación. Hubo una época en que este tema era importante. Ahora se acepta la segregación. Hemos vuelto a la idea de separados pero iguales. La igualdad no se ha alcanzado, pero mucha gente se siente satisfecha con la separación”, afirma Noguera. Las cifras, parecen darle la razón. En la actualidad, el 64% de los estudiantes negros de Nueva York van a clases en escuelas muy segregadas. En New Jersey, el porcentaje es del 48%. En Pensilvania, el 46%. En Illinois es el 61%, en Maryland el 53%, en Michigan el 50%. Todas esas escuelas tienen tasas de pobreza del 90%. Solo el 1,9% de las escuelas con mayoría blanca tienen ese tipo de problemas. Dicho de otra manera, y en palabras de Orfield, en las escuelas del norte urbano de Estados Unidos la integración nunca se produjo.
Publicado en El País