En un universo paralelo, los mundiales son cada tres años. Urge hacer un mejor papel: siquiera jugar cuatro en vez de sólo tres partidos antes de regresar a casa. Vamos México: sí se puede. Manos, y pies, a la obra. Entrenamientos constantes, duros. Fortalecer los músculos corriendo en playas arenosas, intensas sesiones de gimnasio y de cancha en la mañana y en la tarde. Espacios reducidos a veces para controlar mejor el balón, y a todo lo largo del campo para ensamblar a los titulares y prever suplentes. Concentración máxima. Apoyo de las autoridades e impulso de televisoras, radio y prensa al unísono. Partidos de preparación en abundancia. Con apuro se logró: México va al mundial y, por extensión, al ser este país nuestra matria, todos nos vamos al mundial. Uniforme nuevo más tres pares de zapatos de futbol que renuncian al negro: amarillos, rosas, verdes…
En ese otro universo, el mundial del 2013 era en Italia, y la sede del Tri fue la ciudad de Pisa. Al llegar el día de la inauguración, nuestros jugadores esperaban, nerviosos, el inicio de la competencia. Jugarían el partido inaugural contra Finlandia. Al salir del túnel sus caras no pudieron ponerse más pálidas: en lugar de una cancha de futbol había una piscina; eso sí, con dos porterías pequeñas, una en cada extremo. Desconcierto. Se les olvidó el Himno enterito. El Piojo y sus jefes se dieron cuenta: habían ido al campeonato mundial, sí, ¡pero de waterpolo! Ni hablar, con zapatos de colorines, el uniforme oliendo a nuevo y mucho corazón, se tiraron al agua. Trataron de hacer algo, pero la derrota fue escandalosa. Finlandia 35, México cero, y ocho jugadores medio ahogados. Más cantado que El Rey su destino: el último lugar.
Ya en nuestro universo, troquemos al futbol por un sistema educativo que favorece la memoria, la repetición: premia las respuestas previsibles y castiga las preguntas. Escucha, anota, copia y pega. Produce expertos en exámenes de confusión múltiple, ahítos de competencias, sobre todo la de rellenar ovalitos tratando de atinar a la opción correcta. Sin haber leído un libro completo en nueve años. La mitad de las escuelas, al menos, cuarteadas por la desigualdad y todas afectadas por la irrelevancia de (casi todo) lo que se aprende. Profesoras y maestros, equilibristas consumados: han de cumplir con abundantes formatos administrativos y, a su vez, atender a los estudiantes. Si no hacen lo que dictan los programas, pagarán caro en los exámenes de sus pupilos y eso rebota en el dinero. Son concebidos y tratados como títeres por quien tiene los hilos en una esquina del centro de la ciudad. Y el contexto social del sistema es un país que compite por un deshonroso primer lugar: el más desigual del planeta.
Así, vamos a PISA: el waterpolo es análogo a un sistema educativo que está centrado en que aprendan, sin repetir sino comprendiendo, los estudiantes. A más preguntas, mejor. Leer y entender es crucial, no contar palabras por minuto. Saber relacionar las cosas. Argumentar con orden. Escuelas dignas, limpias, homogéneas en la calidad de su infraestructura material y académica. Se confía en los profesores: que piensen y compartan errores y aciertos. Propongan estrategias. Son apreciados, con espacio para la creatividad, y convergencia en las líneas generales que unen a los pueblos, viviendo en una sociedad en que la inclusión no es un sueño.
Fuimos los peores en PISA. De los 34 participantes en el torneo oficial, quedamos en el sótano. Si te has preparado para el balompié, y el asunto es el polo acuático, no hay remedio. La prueba, afirman, trata de medir lo que se sabe hacer con lo aprendido, no lo que se sabe repetir. Tiene bemoles. ¿Torre inclinada? Hoy se discute en el mundo, por expertos, si está bien que sea una especie de FIFA de la educación mundial. Hay que estudiar el tema, aunque en lo que indica nos va mal. En la extinta prueba ENLACE, que quizá se ajusta más al sistema mexicano, en promedio fracasamos. Ganar en waterpolo entrenando para futbol es imposible. ¿Cuál es la sorpresa con nuestra posición en el torneo PISA? Es una oportunidad de revisar el horizonte educativo nacional, ausente —vaya paradoja— en la celebrada reforma educativa. Más nos vale.
mgil@colmex.mx
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México
Publicado en El Universal