Julieta Guzmán
Hace un par de días me encontré con la siguiente cita, atribuida a Stacia Tauscher, “nos preocupamos por lo que una niña o niño será mañana, pero olvidamos que ya es alguien hoy” (traducción mía). Creo que Tauscher expone muy claramente lo que pasa en muchas sociedades actualmente: nos preocupamos del porvenir de las niñas y niños, pero no les procuramos lo necesario para su desarrollo desde que nacen.
El desarrollo infantil es (o debe ser) un proceso continuo que despliega el potencial y habilita el pensamiento, la agencia y la voz de las niñas y niños en relación con la sociedad en la que viven y con el mundo. El desarrollo, en su sentido más amplio, involucra lo físico, la salud, lo cognitivo, lo socioemocional, la habilitación comunitaria y la identificación cultural específica. Este proceso requiere de una serie de apoyos para que cada niña o niño llegue a su máximo potencial.
Es crucial que estos apoyos lleguen a tiempo. En cuanto a la salud y nutrición, por ejemplo, sabemos que las niñas y niños deben comenzar a recibir seguimiento y apoyo desde la gestación. Pero ¿qué sabemos con respecto a la educación? ¿Cuándo deben empezar a recibir apoyo? Si consideramos que todos lo seres humanos comienzan a aprender desde que nacen y entendemos la educación como un proceso que apoya a los seres humanos para que tengan la posibilidad de seguir aprendiendo a lo largo de su vida, la respuesta es: la educación comienza el día uno de vida. Por ende, el apoyo debe comenzar a más tardar el día uno de vida con lo que se conoce como educación inicial.
No se trata de escolarizar a los bebés ni a sus cuidadores, sino de fortalecer las prácticas de crianza. La educación inicial debe entenderse como un proceso continuo e integral con fines educativos que involucra a todos los adultos cercanos a las niñas y niños (Jarillo, 2014). Lo que busca es que los adultos les ofrezcan experiencias de aprendizaje estimulantes y desafiantes, en un ambiente que resguarde su salud e integridad física y en el que se sientan apoyados y queridos.
Dado que las prácticas de crianza son tan diversas y múltiples como lo son las infancias, la educación inicial no debe ser prescriptiva. En cambio, debe caracterizarse por complementar y potenciar la educación que inicia en el entorno familiar, respetando la diversidad cultural, al mismo tiempo que propone procesos de calidad que favorecen el desarrollo integral de niñas y niños.
Las niñas y niños en cualquier momento de su desarrollo disponen de capacidades diversas que conforman el acervo de habilidades, construcciones y conocimientos con las que se desarrollan y comprenden el mundo. Por lo tanto, la educación inicial ofrece la posibilidad de una intervención oportuna de acuerdo a cada etapa del desarrollo.
Es un reto para la sociedad, así como para el Estado que la representa, garantizar que cada niña y niño –desde que nacen y a lo largo de su vida- reciba lo que requiere para desarrollarse y hacer efectivos sus derechos (a la vida, la salud, el desarrollo, la participación, la expresión y la educación) de manera integral, no segmentadamente y no de manera sucesiva.
Aunque nuestras niñas y niños comienzan a ir formalmente a clases en su primer día de preescolar, comienzan a aprender desde que nacen. Es necesario que cada vez se reconozca más y se brinde más apoyo al nivel inicial de educación. Estado y sociedad deben colaborar y encontrar la manera de coordinar las acciones de múltiples sectores a favor de las niñas y niños más pequeños, no sólo por lo que serán mañana, sino por quienes son hoy.
Investigadora de Mexicanos Primero
@Lilia_Julieta