Luis Alan Acuña Gamboa
Profesor investigador de las Universidades Autónomas de Chiapas y Querétaro, así como de la Universidad del País Innova
Martín Plascencia González
Profesor investigador de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Chiapas, con líneas de investigación sobre culturas infantiles en contextos escolarizados.
La investigación científica tiene como finalidad dar respuestas o soluciones a los problemas que aquejan a la humanidad; en este sentido, se comprende que tiene una función sustantiva en el desarrollo de las sociedades. Desde esta óptica, en el mundo del Siglo XXI se comprende que debiera existir un puente entre la ciencia y la toma de decisiones por parte de los Estado-Nación; sin embargo, parece que dicho puente se encuentra roto desde hace varios años, y los científicos y tomadores de decisiones son visualizados como grupos antagónicos en el escenario social.
¿Qué ocasiona que entre la clase política y la comunidad científica no se logren concretar los esfuerzos para la mejor toma de decisiones políticas? “No miren arriba”, es un filme que ha causado miradas y posturas contradictorias respecto a la temática que aborda de manera literal la destrucción natural de la humanidad. Sin embargo, en el desarrollo de la obra del Director Adam McKay se abre la posibilidad, como lo sentencia el astrofísico deGrasse Tyson, de reflexionar aspectos que para algunos espectadores pudieran pasar por alto, tal como la relación existente entre la ciencia y la política para la toma de decisiones ante problemas de orden regional y global; y los escenarios actuales en los que se da eco a las ideas y acciones del Estado para con su sociedad. Desde esta óptica, viene bien considerar tres puntos nodales para suceder la analogía de la cinta por la realidad social en la que vivimos: 1) Valor y consumo social del conocimiento científico; 2) Redes sociodigitales de distribución de la información y el conocimiento, y 3) Estado, toma de decisiones y prioridad social.
Valor y consumo social del conocimiento científico
La ciencia puede definirse como el gran acervo en materia de generación de conocimiento con sustento en la evidencia. Esta conformación histórica de la ciencia, le otorga un papel preponderante en la actividad humana puesto que provee miradas y posturas críticas y rigurosas ante hechos o problemas sociales emergentes y prioritarios; sin embargo, es cada vez más observable el hecho de que el consumo del conocimiento científico se realiza única y exclusivamente por grupos especializados o en formación dentro de un campo específico; en otras palabras, más allá de los científicos, tecnólogos e innovadores (sea como actores consolidados o en formación) cuyos intereses en el avance de la ciencia a nivel mundial son trascendentes para su ejercicio profesional, este conocimiento no encuentra el mismo eco en la vida pública de los otros y tan diversos grupos sociales.
El conocimiento científico, en cuanto consumo cultural, no goza del sentido de pertenencia y pertinencia en grupos sociales ajenos al desarrollo de la ciencia, puesto que este pierde valor de consumo a medida que se aleja de las comunidades que lo desarrollan y critican desde referentes teóricos y prácticos específicos. Con base en esto, se comprende que uno de los grandes problemas de la ciencia es la falta de comunicación social de sus avances bajo estructuras frescas y atractivas para públicos no especializados.
Aunque para muchos sea obvio, es necesario evidenciar el hecho de que el conocimiento se desarrolla a partir de sistemas de evaluación rigurosos de las nuevas investigaciones y sus resultados por parte de las comunidades científicas, de donde se obtienen productos de alto valor académico (artículos científicos, libros, desarrollo de patentes, entre otros). Estos productos son escritos desde referentes conceptuales tan especializados que excluyen a toda persona que no domina el campo de estudio, incrementando así el desinterés y la pérdida de la cada vez menor vocación científica en las y los jóvenes en México y el mundo (Domínguez, 2009; El Futuro es Apasionante de Vodafone, 2016). Ante la evidente insuficiencia de conexión entre la sociedad y el quehacer científico, algunas entidades públicas como el CONACYT han impulsado en los últimos años la investigación con incidencia social y la formación de vocaciones jóvenes tempranas, buena iniciativa en la materia.
Si se desea menguar esta situación, es preciso que las y los científicos, tecnólogos e innovadores traduzcan los hallazgos de sus investigación y propuestas, a medios más abiertos de divulgación del conocimiento científico: el periodismo científico, las redes sociodigitales, participación en eventos académicos, el desarrollo de espacios para las vocaciones científicas tempranas, entre otros pueden ser pasos fuertes hacia esta nueva forma de inclusión social a la ciencia.
Redes sociodigitales y distribución de la información y el conocimiento
Cada vez es más evidente que las sociedades se relacionan más por medios digitales que convencionales; en palabras de Bauman, la tecnología nos acerca de los que están lejos, y nos aleja de los que están cerca. Estas redes sociodigitales que toman mayor fuerza y relevancia en las generaciones jóvenes, se han convertido en una especie de termómetro donde se mide la relevancia y se consume la mayor cantidad de información sobre la situaciones, problemas y tendencias mundiales en los diferentes escenarios de la sociedad; en otras palabras, dichas redes son el espacio para generar violencia simbólica a partir de noticias falsas o engañosas, tendenciosas e, incluso, con alta probabilidad de generar violencia simbólica entre los internautas.
Desde su creación a principios del siglo XXI, el objetivo de las redes sociodigitales fue abrir canales de comunicación social a nivel mundial con fines de ocio, esparcimiento e intereses comunes entre los usuarios; sin embargo, en los últimos años se han convertido en magníficos escaparates para el posicionamiento político, tanto de los que desean ocupar puestos de elección popular; o bien, para rendir cuentas de lo alcanzado en un período gubernamental determinado. Y es que los influencers políticos son los nuevos rostros de la política y la toma de decisiones en países de alto consumo de redes, como es el caso mexicano con poco más de 115 millones de habitantes hiperconectados desde la telefonía móvil, ávidos de ver en sus representantes la necesidad de estar en sintonía con la comunidad sociodigital.
Y es que el engranaje de los followers, views y likes se sustenta y potencializa gracias a las inversiones económicas millonarias en publicidad que significa posicionarse en el complejo industrial cultural denominado redes sociodigitales, donde facebook e instagram son las líderes en el mercado. Con base en esto, queda claro que la relevancia de la información, bienes y servicios que pueden publicitarse por estos medios están inmanentemente ligados al poder adquisitivo de los creadores del mismo: se soslaya el contenido por encima de las posibilidades económicas de los vendedores online. En materia política, esto ha quedado claro en países como Argentina, Estados Unidos de América, México y España donde partidos políticos o personajes de la política local, estatal o nacional han hecho uso de los algoritmos de la hiperconexión para implantar sus visiones y deseos de llegar a los puestos deseados.
En contraparte con el asunto político, posicionar el conocimiento científico en estos mismos escenarios conlleva, en primera instancia, dos problemas de gran calado: recursos económicos para la divulgación de la ciencia, y el interés social por el conocimiento científico. En cuanto al primer problema, resulta evidente que de otrora el presupuesto para ciencia, tecnología e innovación en países en desarrollo tiene una tendencia negativa, y lo poco asignado se emplea para el gasto corriente y de capital necesario para el desarrollo de las actividades de investigación, pero que en dichas partidas no se contempla la comunicación social de la ciencia (divulgación científica). Consideramos que este punto es medular para empezar procesos de consumo cultural de la ciencia `por fuera de las comunidades científicas; es decir, que los hallazgos hagan eco en los salones de educación básica, en grupos o talleres de lectura y redacción, en la práctica de la investigación formativa en niveles educativos secundarios y medio superior. Para esto, las redes sociodigitales pueden servir de potencializador para hacer llegar a más personas, las bondades de la ciencia, la tecnología y la innovación pero, como lo expresamos en el primer punto, es necesario que las y los investigadores piensen en formatos más frescos y atractivos para la sociedad: traducir el conocimiento científico en tiktoks, podcasts, videoblogs, blogs, artículos periodísticos y tutoriales, junto con un plan de financiamiento institucional o del Estado, puede contribuir de sobremanera al despertar el interés de las niñas, niños y jóvenes al mundo de la ciencia.
En este sentido, el segundo gran problema es el interés social por el conocimiento científico. Y es que en el imaginario social persiste la idea de que los científicos e investigadores son personas grises, antisociales, destinadas al desarrollo del conocimiento; en pocas palabras, de vidas poco atractivas. Seguir reproduciendo estos estereotipos hace de la profesión científica una de las de menor demanda en el campo profesional de las nuevas generaciones; los jóvenes, con intereses por convivir, disfrutar y relacionarse con tantas personas como puedan en el espacio sociodigital, ven en la ciencia la parte más aburrida de la vida y en la que menos posibilidades de desarrollo profesional existe. Romper estereotipos es una labor muy difícil, porque significa crear conciencia y reconstruir la cultura (en sus tres estados). Por citar ejemplos, Neil deGrasse Tyson, Steven Pinker y Ruy Pérez Tamayo (QEPD) son ejemplos claros de la necesidad de las y los científicos por divulgar el conocimiento y, con ello, atraer a nuevos bloques de niñas, niños y jóvenes a este mundo profesional; empero, pelear contra el contenido de ocio, esparcimiento e incluso bélico y sexual de las redes sociodigitales, obliga la divulgación desde la primera infancia, donde aún se goza de la inquietud, incertidumbre y asombro de los seres humanos: elementos fundamentales para el desarrollo del amor o la pasión por la ciencia.
Estado, toma de decisiones y prioridad social
Si bien se ha delineado la necesidad de comunicar la ciencia en formatos diversos para integrar la ciencia como consumo social, también los Estados deben considerar tener como eje la ciencia para las decisiones que toman. Para que las decisiones en el ámbito público que toma el Estado tengan soporte científico, se deben mejorar los canales de comunicación bajo una responsabilidad compartida entre científicos y funcionarios públicos, pues la toma de decisiones sustentadas en la ciencia no es sólo cuestión de voluntad, sino que se requieren estrategias. Además, aunque se tomen decisiones sustentadas científicamente, puede que estas no sean aceptadas por la comunidad porque los modelos explicativos de la realidad no siempre son homogéneos. Un ejemplo de ello son las decisiones que los países adoptaron para abordar el tema de la pandemia. Dependiendo del modelo científico, tomaron la decisión de las medidas de salud pública y no toda la población estuvo de acuerdo.
Hay investigadores con producción académica altamente relevante en términos científicos, pero infravalorados socialmente, y otros muy reconocidos con sobre-exageración de sus contribuciones, lo cual ha sido observado a través del Índice Kardashian, porque popular no es igual a trascendente. Entonces, no es que se busque la popularidad de la ciencia, sino que los Estados tomen los hallazgos científicos para guiar y sustentar su toma de decisiones considerando aquellos temas prioritarios para la conservación de la vida; y que las personas tengan los insumos necesarios para la comprensión de conceptos científicos y sus efectos en las vidas, ¿o usted qué piensa?