En días recientes se dio a conocer la declaración “No a PISA. Por una evaluación al servicio de una educación emancipadora” por parte del Grupo de Trabajo sobre Políticas Educativas y Derecho a la Educación en América Latina y el Caribe (GTPE) del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso).
Antes de comentar la declaratoria, es necesario decir que Clacso es una organización no gubernamental que surgió en 1967 con el propósito de coordinar las actividades de investigación y docencia en ciencias sociales en la región latinoamericana (www.clacso.org.ar). Este consejo se propone, además, fortalecer el intercambio y la cooperación entre investigadores e instituciones académicas. Según su página, Clacso agrupa a más de 370 centros de investigación y a más de 650 programas de posgrado en ciencias sociales distribuidos en 25 países de América Latina y el Caribe, Estados Unidos y Europa.
Para lograr sus propósitos, Clacso cuenta con una amplia estructura organizativa. Tiene, por ejemplo, 12 áreas de labor, entre las cuales se encuentra el Programa de Grupos de Trabajo, que a su vez reúne a 46 conglomerados en diversas temáticas. Uno de estas temáticas es precisamente la de políticas educativas y derecho a la educación.
¿Qué cuestionan los 29 firmantes del GTPE-Clacso? En primer lugar, los académicos de Clacso aseguran que el Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) “constituye una referencia paradigmática, como símbolo y como dispositivo, de un proyecto político educativo de efectos enajenantes, mercantilistas y estigmatizantes”. Por ello, en segundo lugar, cuestionan: (1) los supuestos que sustentan una evaluación que delinea un modelo de “buena educación” consistente en adquirir “conocimientos presuntamente universales, objetivos y apolíticos”; (2) el hecho de confundir a la evaluación como un fin en sí mismo y no como un medio para “mejorar las prácticas pedagógicas”; (3) el mal uso de los resultados de PISA que ha provocado “uniformización de las prácticas docentes en vistas a lograr un mejor desempeño en las pruebas”; (4) la asociación entre los resultados de PISA y los sistemas de estímulos económicos a profesores; (5) la presión o ansiedad que causa salir bien calificado en estas pruebas afectando el “deseo de enseñar y de aprender”; (6) la “mercantilización que supone la creación de un dispositivo gerenciado globalmente en tanto profundiza una lógica de financiamiento educativo transnacional en clave de lucro…”; (7) “….la validez de las pruebas PISA y sus resultados para conocer y resolver los problemas de la escuela pública en América Latina y El Caribe preocupada por asegurar el derecho a la educación…”.
Como se puede ver, estos argumentos no suenan extraños en México debido a que desde antes, pero más a raíz de la puesta en marcha de la reforma educativa, hemos debatido los pros y contras de la evaluación. Además, coincido con los colegas de Clacso en el punto de que PISA no puede ni debe servir para fijar horizontes normativos de lo que significa una “buena educación”. Aunque sean muy importantes las tres áreas de competencia de PISA (ciencia, matemáticas, lectura) y seamos competentes en éstas, no se puede afirmar que al poseerlas estamos formados integralmente.
Pese a esta acertada crítica, hay que recordar que el reduccionismo no se genera por una prueba en sí misma ni mucho menos porque la desarrolla y mantiene la OCDE. Estoy consciente de que como toda declaratoria “crítica”, el propósito no es realizar un balance objetivo de PISA, sino mostrar que más allá del dato y de los resultados de estas pruebas hay un espacio en donde existe una lucha política entre dos bandos. De hecho, el tono de la declaratoria tiende a dicotomizar. “Hay, por un lado, los tecnócratas que apoyan PISA y culpabilizan a los maestros y a las escuelas y por otro, están los firmantes que defienden ‘un proyecto educativo democrático y emancipador’ y poseen una perspectiva que es “radicalmente distinta sobre los contenidos, métodos y sentidos de la evaluación”.
Tenemos entonces a los buenos y a los malos de la evaluación. ¿Qué significa esto? ¿Qué pasamos del reduccionismo de la OCDE-PISA al simplismo de Clacso? Aunque simpaticemos con la declaratoria, no hay que olvidar que PISA no evalúa conocimientos, como asumen los declarantes, sino competencias para “resolver problemas, para manejar información y para enfrentar situaciones” de la vida real (www.oecd.org/pisa). Este enfoque es interesante porque nos deja ver, a mi juicio, el espacio de acción de las personas, de los sujetos. ¿Cómo podríamos los individuos conducir nuestra praxis al poseer cierta competencia? ¿Qué podríamos hacer con el conocimiento? A estas preguntas nos acerca PISA.
Aún hay mucho trabajo para vincular la evaluación con la mejora escolar y el bienestar, sin embargo, es importante decir que la OCDE y PISA lograron, por medio de su ejercicio evaluativo, tener una incidencia real en los procesos políticos y de política en distintas regiones del mundo. Reconozco y suscribo los cuestionamientos sobre mal uso y abuso de los resultados de las pruebas estandarizadas, pero si realmente queremos promover el cambio en América Latina, el siguiente paso a la declaratoria sería desarrollar una propuesta sobre cómo rebasar los reduccionismos y simplificaciones y esto se logra por medio del juicio crítico, el diálogo y la discusión académica, que son las bases de la generación de conocimiento de alto nivel. ¿O es que el objetivo no es científico?
Publicado en Campus milenio