El último libro de Fernando Escalante, Historia mínima del neoliberalismo, ofrece un recuento, rico en detalles, sobre de dónde vienen, en qué consisten y cómo han logrado imponerse con la fuerza con la que lo han hecho las ideas centrales de ese programa intelectual y político. Conviene leerlo con detenimiento y sin prisas, pues cada línea agrega matices, profundidad y densidad a la comprensión de uno de los fenómenos más importantes y, en muchos sentidos, constitutivos de nuestro tiempo.
Se requiere mucho arrojo y conocimiento para emprender la tarea de historiar el neoliberalismo todo, abarcando sus múltiples facetas, sus pulsiones morales, sus vectores intelectuales y su intencionalidad política. Se necesita arrojo y paciencia, pues el neoliberalismo es como una humedad que se ha ido filtrando por todas partes y, en el camino, modelando las palabras, las miradas y los actos hasta convertirse en el sentido común o incluso en LA REALIDAD misma. Dar un paso atrás, separar la humedad de las cosas impregnadas por ella y nombrar de qué está hecha, qué cuento cuenta y cómo consigue ser tan pegajosa y convincente requiere valor, entre otras cosas, porque el ánimo totalizante del neoliberalismo no ha dejado ninguna otra agarradera que parezca tan sólida y tan completa desde la cual siquiera imaginar una manera de mirar distinta.
El texto de Escalante ilumina aspectos insuficientemente discutidos y conocidos de este programa intelectual y político que se convirtió desde hace ya tiempo en los lentes con los que leemos el mundo y en la pecera en la que vivimos. Destacan, al respecto, dos elementos. Primero, el hecho de ser un programa, es decir, el producto deliberado y consciente de un grupo de personas convencidas de la necesidad de armarlo, impulsarlo y difundirlo lo más ampliamente posible. Segundo y a diferencia del liberalismo clásico, la noción según la cual el mercado, visto como la forma de organización óptima de la economía, requiere de la acción del Estado para existir y expandirse. Importan estas dos cuestiones, pues ayudan a entender de dónde viene el fenómeno y por qué ha tenido como blanco centralísimo el de incidir en la configuración de la acción del Estado (las políticas públicas).
El neoliberalismo, reitera una y otra vez, el autor no es un monolito perfecto. En su interior conviven ideas y valores no siempre consistentes, y en él cohabitan voces diferenciadas y, en ocasiones, encontradas. En el fondo, sin embargo, hay premisas intelectuales, normativas y epistemológicas que le dan identidad, cuerpo y alcance, entre otras, las siguientes: somos individuos y sólo individuos; en tanto tales, calculamos todo el tiempo el costo-beneficio de las opciones que se nos presentan y elegimos, con base en información perfecta, la que maximiza nuestra utilidad privada; el mercado es el mecanismo técnicamente más eficiente para organizar la economía, es también óptimo en términos morales y la lógica del mercado sirve para explicar la totalidad del comportamiento humano (incluyendo el de la política, la elección de una pareja o un pasatiempo, etc); lo privado, en cualquiera de sus formas, es siempre superior a lo público; y el único conocimiento válido y útil es el general y, en especial, aquel que es expresable y computable en números.
Se quedan fuera de la película neoliberal nuestra sociabilidad inescapable, todo lo que excede y acompaña lo racional dentro de lo humano y, desde luego, todo lo público, mismo que es visto en el lenguaje de ese programa intelectual y político como una mera tapadera de oscuros intereses privados. Se queda también afuera lo local, lo contextual, la trama fina que le da sentido a las palabras, a las cosas, a los gestos y a los actos.
El neoliberalismo, como bien señaló Lomnitz en una reseña de este mismo libro, ha generado avances importantes en todos los órdenes. Es harto conocido, sin embargo, que también ha producido destrucción, pobreza de muchos tipos y desigualdad a raudales. Uno de los mayores costos de ese programa y uno en el que se ha reparado menos ha sido su insistencia en que sólo el conocimiento abstracto y generalizable vale la pena. Esa insistencia ha devaluado enormemente el conocimiento contextual –localizado en el tiempo y en el espacio físico y social–, ese que permite entender en sentido fuerte y también transformar la realidad sin producir tanta destrucción y tanto aplanamiento.
Entre muchas otras virtudes, este libro de Escalante contextualiza el neoliberalismo y, al hacerlo, lo vuelve comprensible.
Twitter:@BlancaHerediaR