Nota del editor: Tribuna Milenio convocó a cuatro destacados analistas: Manuel Gil Antón (ColMex y Educación Futura); Rosaura Ruiz (UNAM); Axel Didrikson (UNAM); Sergio Cárdenas (CIDE); y Ulises Flores Llanos (FLACSO) para debatir sobre las necesidades de la UNAM y su futuro. Por ser de interés general, reproducimos aquí el debate. Bienvenida la deliberación pública.
La mañana del lunes 19 de abril de 1999 no fue un día como cualquier otro. De hecho fue el último en el que recibía clases de forma regular en la Universidad Nacional Autónoma de México. Los profesores hablaban con cierta preocupación sobre el destino que tendría la universidad y en particular la continuidad de nuestros estudios ante la inevitable huelga que se avecinaba. Los resultados y consecuencias de dicho evento los sabemos ahora: la UNAM no volvería a ser igual. No se qué tanto se hubieran comprometido los grupos que apoyaban la huelga a ir tan lejos, si se hubiese sabido las consecuencias de ello. Y es que una de las consecuencia no fue solamente retrasar el calendario escolar para ajustar después las clases y los periodos de término de los programas de estudio. Se trataba, desde luego, de mantener pública y gratuita una de las pocas opciones que todavía existen en esa modalidad para acceder a la educación superior. Y es que eso es decir muchas cosas.
Desde luego que la gratuidad de la educación superior, en un país donde prevalecen la pobreza y la desigualdad, significa una opción para mejorar el estatus de vida. De acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2015 (ENOE) del INEGI, del total de personas ocupadas que ganan más de cinco salarios mínimos, el 71% cuenta con educación media superior o superior. Esto significa que la educación sigue constituyendo un factor de mejora social y económica, en muchos casos por un muy bajo costo. Y es que mantener la gratuidad de la educación superior siempre será un tema debatible. Sin embargo, la conclusión debe ser sencilla: debe al menos garantizarse una opción gratuita, que no genere discriminación económica en el acceso para la obtención de uno de los mecanismos de movilidad social por excelencia.
Hay que señalar, desde luego, que la educación superior no es sólo el pago de una colegiatura: implica una dinámica de gastos alrededor de la carrera de la que se trate; pagar los costos asociados al estudio, comidas, transporte, incluso acceso a diversión, sobre todo cuando ésta es sana e intelectual. La UNAM ofrece eso a un costo bastante bajo con sus más de 26 museos y más de 13 mil actividades artísticas y culturales por año. Sin embargo, en términos del gasto de bolsillo en educación, ésta podría llegar a constituir una erogación poco financiable para familias que poseen muy bajos recursos. La conquista de la gratuidad ha sido un logro, pero tal vez con un costo bastante alto.
Existe un pensamiento generalizado de que no podemos entender los avances científicos, tecnológicos y de humanidades sin ponderar una gran participación de la UNAM en nuestro país. En todos ellos debemos ser más conscientes de que ha sucedido así por dos motivos fundamentales. El primero es que origen es destino. La UNAM surge en mayor medida como la conocemos en 1929, con el logro de su autonomía. De ahí, los gobiernos centralistas y aun con los rezagos de una larga revolución nacional, buscaban reivindicar a la educación como estandarte del progreso y la paz. A partir de ello, la UNAM se convertiría en la respuesta a la educación superior por excelencia. Con esto, se incorporaba a la dinámica de la política de educación superior a nivel nacional que continúa hasta nuestros días, con una estructura monopólica para atender la mayor parte de las demandas de formación de recursos humanos.
La dinámica y estructura de la UNAM es parecida a la dinámica de los problemas nacionales. Continúa enfrentando un fuerte centralismo. Mantiene una organización burocratizada, llena de papeleo y de excesos sindicales que obstruyen las reformas universitarias y que sólo apoyan los movimientos para la defensa de sus propios beneficios. Existen intereses creados por grupos al interior de cada organización: facultades, institutos, centros que defienden plazas y otro tipo de prebendas por encima de los intereses de la universidad.
La UNAM actualmente se ubica en el sexto lugar en el ranking de universidades de América Latina y en la posición 165 a nivel mundial. Cuenta con 342,542 alumnos regulares inscritos en el último periodo 2014-2015 en todos los niveles de estudio, desde bachillerato hasta posgrado. De este último, 28,018 alumnos constituyen la matrícula de posgrado, lo cual representa el 26% del total inscritos en escuelas públicas y el 18.6% del posgrado nacional. Con 38,793 académicos, de los cuales alrededor del 31% son de tiempo completo, desarrolla la oferta de licenciaturas más amplia de todas las universidades con 115 licenciaturas y 77 programas de especialización, maestría y doctorado, que se subdividen a su vez en distintos planes de estudio y orientaciones. Tiene 15 Facultades y 33 institutos de investigación, así como nueve planteles de preparatoria y cinco del Colegio de Ciencias y Humanidades, la mayoría concentrados en el DF.
Cuenta además con 86% de los programas de estudios de posgrado incorporados al Programa Nacional de Posgrados de Calidad del Conacyt, con 4202 investigadores adscritos al Sistema Nacional de Investigadores, lo que constituye casi el 20% de los que hay en el Sistema. De acuerdo con la numeralia oficial, cuenta con 37,755 millones de pesos en presupuesto, alrededor de 87% del cual se destina a docencia e investigación, cuestión que en realidad es difícil de creer, sobre todo cuando hay más de 2000 edificios que administrar y con presencia en las 32 entidades federativas y en países como Estados Unidos, China, Inglaterra, Francia, Canadá, España y Costa Rica.
Con este contexto, el puesto de rector de la UNAM es similar al de un primer ministro: tiene a su encargo Ciudad Universitaria, así como diversos centros de estudios y facultades a lo largo de la República Mexicana y otros países. Posee, al menos de manera simbólica, un equipo de futbol en la liga profesional (debería aclarar la situación del equipo y haber elaborado un mejor contrato que la beneficiara por el uso de logos e instalaciones), un equipo de futbol americano, dos buques, una estación de radio y una de televisión, así como diversas instituciones exclusivas y de gran importancia como el Sismológico Nacional, o participación en el observatorio de las Canarias. Ser rector es estar a cargo de un mini país. Es tener la responsabilidad de orientar la política de investigación nacional más importante e impactar en los recursos de investigación y desarrollo más trascendentes con los que cuenta México, algunos, como he señalado, reivindicados por el monopolio natural del que se ha favorecido la UNAM.
Sin embargo, probablemente algunos rectores no son muy conscientes de ello. O aunque lo sean, no han contado con los herramientas de apoyo y negociación política importantes para llevar a buen puerto los procesos de reforma necesarios para así poner a la vanguardia a la universidad. Es importante destacar que los recursos de un monstruo de esta magnitud prácticamente nunca serán suficientes. Mantener contacto con el sector privado y con recursos adicionales resulta una respuesta que debe buscarse cuanto antes. No se puede lograr ello sin tener en cuenta que al interior de la universidad todo es sujeto a debate, con posturas ideológicas que pueden coartar el futuro de esta casa de estudios.
El segundo motivo es de carácter más ideológico. Aun cuando la UNAM tiene una estructura monopólica con la que ha crecido de origen, esta estructura esta defendida por una falsa ideología y un orgullo relativamente ficticio que hace pensar a la UNAM aún como la vanguardia en la educación, cuando poco a poco esta dejando de ser así. Existe un cierto orgullo de los universitarios en la defensa irrestricta de la universidad como máxima casa de estudios y como máxima concentración del saber nacional. La sensación que envuelve dicho orgullo lleva a pensar que sigue sin haber alguna institución de educación superior que la supere en conocimientos y desarrollo de la investigación. Digamos que dicho orgullo ha nublado un poco la vista. En los últimos años el crecimiento de oferta de educación superior ha sido de gran magnitud.
Dicho crecimiento ha implicado una dinámica de competencia, no sólo por la atracción de la demanda de estudios universitarios, sino también por el campo del mundo laboral y los egresados que se forman. La capacidad de adaptación de la Universidad es también reflejo de una dinámica nacional: vive a destiempo, se tarda en renovarse y en enfrentar los retos de la competencia nacional e internacional. Diversos programas de estudio se han actualizado recientemente, algunos incorporando materias que debían haber estado desde hace 20 años, o que por lo menos en la oferta de educación privada se contemplaban desde entonces. Otros planes de estudio han ido en retroceso, quitando materias útiles y que marcaban la diferencia con respecto a los planes de instituciones de carácter privado. En otros casos adicionales, las reformas a los planes cambian los nombres de las materias pero no a sus maestros, implicando con ello que, en honor a la libertad de cátedra, el conocimiento sea el mismo y no tengan mayor efecto las transformaciones que supuestamente se realizan.
Retomando mi argumentación, esa mañana del 19 de abril fue muy particular. En la última clase que tomaba, al iniciarse esa serie de transformaciones que sufriría la universidad sin dar marcha atrás, un profesor mencionaba enfáticamente: “Nalgas de plomo”, a lo cual agregaba: “…en ésta y todas las carreras se necesitan nalgas de plomo si quieren continuar y terminar con sus estudios”. No se equivocaba. La vida universitaria me enseñó que si uno quería aprender realmente había que fletarse varias horas en la biblioteca, en el metro, en la casa, en cualquier lado con un libro, ahínco y mucha concentración, incluso en libros que no estaban contemplados en el plan de estudios y muchos documentos que se obtenían en las revistas especializadas. Esa mañana se iniciaba el camino hacia la UNAM moderna, la que evidenció sus carencias y limitaciones y la que ponía sobre la mesa los retos de ésta y del país.
La Universidad Nacional Autónoma de México constituye y constituirá siempre un baluarte de la historia de México y de la formación de profesionales de todos los tiempos. Con todas sus agitaciones, sigue ofreciendo un espacio para la cultura, la enseñanza y la investigación. Continúa siendo el reflejo de la diversidad y multiculturalidad del ser humano, del conocimiento y de las diferencias sociales. Sin embargo, este ejemplo se desvanece. La competencia y los cambios de la sociedad hacen que su dinámica sea constantemente cuestionada. No es para menos. La universidad lamentablemente tiene a sus peores enemigos dentro de ella. Grupos que ponderan sus ideologías e intereses propios por encima de los objetivos centrales.
La UNAM sigue ocupando un lugar en los rankings mundiales pero lo hace sobre todo por razones de presupuesto, por el renombre y por que mantiene la funcionalidad de algunos centros exclusivos y focalizados. A ese camino le queda poco tiempo. La UNAM debe transformarse constantemente, porque así lo hace el conocimiento y debe contar con las herramientas y mecanismos necesarios para afrontar sus cambios. No pueden pararse las reformas a los planes de estudio. No pueden pararse tampoco el cambio en los mecanismos de vinculación y gestión de recursos. No puede prohibirse la evaluación a los profesores ni la competencia abierta por plazas de docencia e investigación. Deben crearse los enlaces universidad-empresa que tanto se anhelan para conectar el mundo del trabajo y generar una dinámica simbiótica entre la generación de conocimiento, la investigación y los proyectos del sector privado. La conexión entre investigación y desarrollo, así como la demanda y oferta laboral, debe ser algo creado conjuntamente en las necesidades del país y no sólo un producto de la inercia, como lo ha venido siendo en la UNAM desde hace al menos 20 años.
El acceso a la educación superior en un país como México implica acceder a otro estilo de vida, no sólo por una cuestión de ingresos, sino por una cuestión de pensar distinto los problemas cotidianos: transforma en general la mentalidad de las personas. La educación universitaria imprime un sello de universalidad de las acciones humanas, de entender el contexto como una multiplicidad de valores y expresiones que forman parte de la sociedad. A ello deben estar orientadas las reformas de la Universidad y no sólo a los intereses de grupos.
Investigador FLACSO.