Carlos Ornelas
Leticia Ramírez Amaya es secretaria de Educación Pública a partir de la semana pasada. El presidente López Obrador fue fiel a su tecnología del poder: 90% de lealtad y ya veremos el 10% restante. Con sus palabras en la mañanera del lunes mostró que la educación le importa poco, felicitó a Delfina Gómez Álvarez por lograr el “Avance en el mejoramiento de los contenidos educativos que ya han sido aprobados”. Pero apenas ayer la SEP los santificó y no hay nada publicado en el Diario Oficial de la Federación.
Con los rubros que señaló de buen trato con los maestros, la Escuela es Nuestra y programas de becas, el presidente le tiró línea a la nueva secretaria. No extraña —porque nunca lo ha hecho— que no hablara de los problemas del rezago en conocimientos, el abandono escolar ni de recursos financieros. Por supuesto, echó flores a los docentes.
Dudo que la nueva secretaria y su equipo diseñen una estrategia para tratar afrontar la pérdida de conocimientos que provocó la pandemia. El presidente ya dijo —y su palabra es la ley— que “hemos regresado a la normalidad en el terreno educativo luego del periodo en que cerraron las escuelas por la emergencia sanitaria”. O sea, no hay rezago.
El presidente López Obrador tampoco habló de que el nuevo equipo busque la forma de recuperar a niños que abandonaron las escuelas o trazar programas para evitar que más alumnos renuncien a la escolaridad. Eso no es prioridad, sí que continúe la entrega de becas.
El problema del abandono escolar es severo. Nada más en básica alrededor de un millón 200 mil alumnos dejaron los estudios. Las causas son varias: falta de acceso a la red o a la TV para la enseñanza remota, trabajar para apoyar a la economía familiar, orfandad o enfermedad. Pero parece que no le importa al presidente.
Quizá tampoco le interese destinar presupuesto a la educación nacional, vamos ni siquiera de que se ejerza lo establecido en el presupuesto federal. La SEP dejó de operar casi 25 mil millones de pesos en el primer semestre de 2022, poco más del 13%. No son conservadores o neoliberales quienes ofrecen esos datos, provienen de la Secretaría de Hacienda (“Situación económica, las finanzas públicas y la deuda pública”).
Los más perjudicados son los programas de educación para alumnos con capacidades diferentes, las escuelas multigrado y las normales. La pobreza franciscana condena a esos estudiantes y a sus educadores, con todo y que desde Palacio Nacional se desparraman aplausos a granel a las escuelas formadoras de maestros.
Lo que sí parece importar al presidente es que la SEP siga adelante con el proyecto de cambio curricular y los libros de texto a su gusto, aunque no haya nuevo plan de estudios. En la ceremonia de ayer en la Escuela Secundaria Anexa a la Normal Superior, junto con la transición entre Delfina Gómez y Leticia Ramírez, se presentó, de nueva cuenta, el marco curricular que viene. Delfina Gómez no se midió en el autoelogio. Deja la SEP de maravilla; le dijo a la su sucesora: “Le deseo el mayor de los éxitos en su nuevo encargo. Encontrará una secretaría en marcha, viva…”. La señal y la promoción: Claudia Sheinbaum en el presídium del ritual.
Al presidente sí le importa la relación con los maestros, quizá por ello destacó que Leticia Ramírez ejerció como cuadro del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. En efecto, allí si tuvo experiencia, fue secretaría de Organización de Preescolar, Primaria y Niveles Especiales en la Sección IX del SNTE, en las jornadas contra Carlos Jonguitud Barrios.
Pero la CNTE no le da luz verde; ya le lanzó granadas desde Chiapas y de la que fue su casa, la sección IX un bazucazo duro. La corriente que comanda Alfonso Cepeda Salas, le da la bienvenida, pero no será gratis; ya vendrán los cobros al gobierno a cambio del beneplácito.
Pienso que no hay motivos para ilusionarse; el cambio de secretaria no implica que las cosas mejoren, quizá serán peor. El presidente ya trazó la ruta hacia su ruina.