En estos días de conmemoración sobre la lucha de los derechos de las mujeres en el mundo, existen conceptos de los cuales se estarán hablando a lo largo de la semana y en todo el mes de marzo, muchas veces sin conocer sus fundamentos y su importancia en el encuentro y la participación de mujeres en organizaciones y movimientos que se han unido y siguen haciendo memoria y que, en muchos casos, han sido más de expresión de resistencia y denuncia, buscando siempre cambios significativos en sus espacios sociales.
Estos movimientos son muy diversos, dado las épocas y las causas que los originaron, los objetivos que los impulsaron, su conformación social, las teorías que los sustentaron, las demandas de fondo, que buscan la superación de los problemas y males que aquejan a las mujeres y al reconocimiento de su dignidad como tales, de sus derechos, de su condición de sujetos, uniéndose y cooperando mutuamente.
Tanto el empoderamiento como la sororidad son conceptos profundos y complejos dentro de la lucha feminista. El neologismo empoderamiento ha sido acuñado recientemente como una categoría de análisis social para referirse a procesos por los cuales sujetos subalternos logran poder, entendiendo dicho poder como capacidad para manejar la propia existencia y para definir los propios proyectos de vida, exigencias ineludibles para que sujetos puedan abrir(se) espacios de participación social, transformando así su situación de subordinación y logrando ser sujetos políticos.
En el caso específico del empoderamiento de las mujeres, la sororidad es una ruta fundamental, tanto que para algunas ha sido y es el camino. Al respecto, Azcuy y Palacio (2018) escriben que: “El empoderamiento implica sororidad o relaciones de solidaridad, hermandad y cooperación entre las mujeres, de modo tal que pactando puedan constituirse en sujetos políticos para producir nuevas simbolizaciones y discursos distintos a los del patriarcado, operar cambios y orientar acciones feministas en los ámbitos sociales” (p.43).
Acerca de la sororidad, Marcela Lagarde (2012) señala, que no se trata necesariamente de que nos amemos, no se trata tampoco de concertar siempre, compartiendo una fe común, ni de coincidir en cosmovisiones que terminan siendo impuestas. Se trata sí, de pactar con cada vez más mujeres algunas cosas, más de una vez de manera limitada y puntual, de sumar y crear vínculos, es decir, asumir que cada una es un eslabón de encuentro con muchas otras y así de manera sin fin. Al pactar el encuentro político activo tejemos redes inmensas que conforman un gran manto.
La expresión viene del latín soror, sororis, hermana, e -idad, relativo a, calidad. Enuncia los principios ético-políticos de equivalencia y relación paritaria entre mujeres. Al propiciar la confianza, el apoyo mutuo, el reconocimiento recíproco de la sabiduría y la autoridad, para muchas mujeres la sororidad es una experiencia profundamente positiva en su vida que se manifiesta en movimientos de mujeres que construyen trenzas, redes, tejidos, mosaicos, para ligar las dinámicas vividas y producidas por ellas mismas y otras mujeres. Con diversas magnitudes, madurez, recursos, oportunidades y desafíos, estos movimientos están presentes en casi todas las épocas, las regiones, las naciones, las culturas, las religiones del mundo (Riba, 2016).
Ante la necesaria importancia de construir en la formación docente a través de estas miradas, existen investigaciones que describen experiencias en la aplicación de una estrategia de sororidad que se estableció para la formación docente continua y que dio resultados positivos. Se alcanzaron los objetivos planteados y el desarrollo de la misma tuvo logros y aprendizajes significativos entre las docentes con las que se implementó la estrategia, la cual permitió activar el aprendizaje participativo, dinámico y los procesos cognitivos desarrollados durante la estrategia permitieron crear nuevos conocimientos acrecentando el bagaje cultural, donde el beneficio es colectivo. Se aprende con, por y para los otros.
En esta estrategia basada en la sororidad, las mujeres docentes se empoderan y crean redes de aprendizaje, que les permitirá seguir con sus estudios de posgrado, fortalecer sus habilidades en los procesos de enseñanza y de aprendizaje para mejorar los procesos educativos de las aulas. La estrategia se aplicó en docentes mujeres de Educación Media Superior y vio reflejada en el impacto profesional e individual, logrando su autoconocimiento (Garcia,2021).
Así como esta experiencia, hay muchas más y hay que difundirlas en todos los ámbitos y específicamente, en la educación, ya que las docentes podemos motivar a otras a que nuestros aprendizajes no sean personales únicamente, porque implican un compromiso social, un reconocimiento de nuestra dignidad como mujeres, de nuestros derechos, de nuestra condición de sujetos políticos, uniéndonos y cooperando mutuamente tejiendo redes, para construir así, una auténtica hermandad entre mujeres.
Referencias
Azcuy, V. y Palacio, M. (2008). Glosario. Voz y Empoderamiento. En Antología de textos de Autoras en América Latina, el Caribe y Estados Unidos, de la Colección Mujeres haciendo teología 2, coords. Virgina R. Azcuy, M. Marcela Mazzini y Nancy V. Raymondo, Buenos Aires.
García, N. (2021). La sororidad como estrategia de actualización docente en mujeres del nivel de educación media superior. Dilemas contemporáneos: educación, política y valores, 8(3), 00007
Lagarde, M. (2012). Pacto entre mujeres. Sororidad. En El feminismo en mi vida. Hitos, claves y utopías, México.
Riba, L. (2016). Memoriales de mujeres: la sororidad como experiencia de empoderamiento para resistir a la violencia patriarcal. Franciscanum 165, Vol. lviii 225-262.