Miguel Ángel Pérez Reynoso
El inicio de todo gobierno en nuestro país cuya duración es de un sexenio comienza con frescura, bajo un ambiente festivo y de celebración, hay promesas y augurios de un mejor funcionamiento de la mayoría de las áreas o espacios del sistema. De esta manera el gobierno de López Obrador al que se le conoce como el de la Cuarta Transformación, inició con una serie de anuncios y de promesas fuertes en torno a los cambios que estaban por venir.
Hoy cuando se rebasa la mitad de la gestión sexenal, es posible darnos cuenta que la Cuarta Transformación (4T) solo es una serie de frases de cliché y un cúmulo de buenas intenciones que se reducen a aspiraciones políticas e ideológicas. En la historia de nuestro país las tres transformaciones anteriores a las que se hace alusión, son hechos o movimientos históricos de largo calado, cuya lógica es como sigue: primero acontece el hecho histórico y luego se le pone nombre. Aquí se quiso actuar a la inversa, se le pone nombre a los cambios históricos que se pretende emprender. De esta manera la 4T se reduce a una serie de consignas y de aspiraciones ideológicas sobre las cuales no se han logrado establecer esquemas serios y sólidos en torno al cumplimiento de la cusa que dicen enarbolar. El eje central de la 4T es la lucha constante en contra de la corrupción y de los personajes del pasado que se beneficiaron con la misma, pero después de ello, no exponer ni tiene claridad acerca de una plataforma programática que le de sustento a las acciones y declaraciones de todos los días.
En educación la 4T tuvo su derivación sectorial en la llamada Nueva Escuela Mexicana (NEM), ahí también se hicieron algunos anuncios basados en la justicia educativa, la equidad, la inclusión y la atención educativa a los grupos y sectores desfavorecidos. La parte declarativa no fue ni ha sido ni muy potente, ni muy consistente, ha habido pocos cambios en la organización y funcionamiento del sistema; de tal manera que puede pasarse a un escenario funcional en torno a las aspiraciones políticas, ideológicas y sobre todo pedagógicas de la 4T. Al presente gobierno le ha pasado lo mismo que a su antecesor, se consumió tanto en la atención de los asuntos políticos que ha dejado de lado la construcción pedagógica, en el diseño de planes y programas de estudio, libros de texto y en la derivación curricular de la NEM, las cosas siguen inconclusas.
Es lamentable que los anuncios espectaculares no se vean traducidos en acciones concretas y consecuentes en la perspectiva de la conformación de un sistema educativo que sea congruente con lo que anuncia y con lo que espera.
Un último punto de este estancamiento tiene que ver con la parte sindical, con relación a la organización gremial de las y los docentes y trabajadores de la educación en nuestro país. La promesa de democracia sindical en el SNTE no se ha cumplido plenamente, a estas alturas del sexenio aún no se ha concretizado el relevo de la dirigencia nacional en el SNTE. El asunto no es sencillo, los actuales dirigentes no están dispuestos a ceder el poder y junto a ello, otros grupos y otras personas están al acecho del poder, pretenden garantizar la reproducción de los esquemas corporativos. El SNTE estorba desde hace muchos años el avance y el desarrollo educativo en el país, pero no hay quien lo haga a un lado.
Se requiere un pacto educativo desde abajo, con todas y con todos, o con la mayoría, que garantice arribar a un sistema diferente, basado en el diálogo, el compromiso colectivo y la participación comprometida y desinteresada. Para ello se requiere desburocratizar el sistema y generar estructuras desde abajo. No podemos saber qué tan dispuesto está el magisterio nacional de dar un gran salto para arribar a un sistema que se acerque a formas y procedimientos, prácticas y estilos de gestión diferentes, como sucede en los sistemas educativos del primer mundo.