El secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, no se cansa de repetir que el presidente López Obrador encabeza una campaña que implica un cambio de paradigma educativo. Insiste que la Cuarta Transformación aspira a formar una nueva generación de mexicanos incorruptibles. Considera que la educación debe de ser científica y cubrir todas las materias, además de que debe retomar la impartición de valores y civismo.
Machaca que en el marco del Acuerdo Educativo Nacional y la Nueva Escuela Mexicana, la SEP busca un cambio cultural y la reconstrucción de la moral social que nos lleve a una sociedad más armónica.
En su oratoria porfía que el civismo y los valores desaparecieron del currículo de la escuela pública en la etapa neoliberal, que hay que rescatar la enseñanza moral para atacar desigualdades, violencia y otros males que dejó el régimen anterior.
El presidente López Obrador parlamenta —aunque no con frecuencia— sobre los maestros y la vida sindical, pues parece ser que la educación le interesa poco. No obstante, cuando habla de ella, pone énfasis en la moral. “Con una moral pura se acabará la corrupción y el ímpetu criminal se desvanecerá porque se atacan sus causas”. Quizá piense que su mensaje es más poderoso que la acción política e institucional del Estado.
El presidente López Obrador reitera que sólo con la promoción del bienestar material y del alma (con citas de José Martí) México alcanzará una forma de “vivir sustentado en el amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza, a la patria y a la humanidad”. En la escuela deben sembrarse los valores que permitan el renacimiento de México.
Tras una revisión de la literatura sobre educación cívica y la ética, mi amigo Bradley Levinson, profesor de la Universidad de Indiana, sintetizó tres corrientes de la educación moral: la de los valores perdidos, el respeto a la legalidad y la del pensamiento crítico.
El primero manifiesta nostalgia, es conservador por naturaleza; el segundo, es de enfoque formalista, de reforzamiento institucional; el tercero, se inspira en los trabajos de Dewey y otros filósofos que impulsaban educación en y para la democracia. En un proyecto específico, como el de la Cuarta Transformación, por ejemplo, pueden conjugarse dos o los tres, pero uno predomina.
En su prédica en la plaza pública (aparece mucho en la prensa y los medios) el secretario Moctezuma destaca al primero, pero sospecho que en los libros de texto predominará el tema del respeto a la legalidad. Este, a propósito, era el centro de la propuesta de la Nueva Escuela Mexicana del subsecretario de Educación Básica, Lorenzo Gómez Morín, en el gobierno de Vicente Fox.
El presidente Andrés Manuel López Obrador no se pierde. Quiere rescatar valores extraviados. No deduzco el punto de un análisis de su discurso, es la razón por la que ordenó la reimpresión y distribución por millones de La cartilla moral, de Alfonso Reyes.
Cito el primer párrafo de su presentación de esa obra: “La decadencia que hemos padecido por muchos años se produjo tanto por la corrupción del régimen y la falta de oportunidades de empleo y de satisfactores básicos, como por la pérdida de valores culturales, morales y espirituales”.
Estoy de acuerdo en que la corrupción debe combatirse por todos los medios, que debemos encontrar un camino de sanear la vida pública y terminar con lastres e impunidad, que vienen de más atrás del neoliberalismo, aunque en este se hayan exacerbado.
La educación moral, la observación de valores éticos son fundamentales, pero a fe mía que con retórica y su pura enseñanza se logrará poco. En el corazón de la corrupción y la violencia está la impunidad. Y, para acabar con ella, se requiere de la acción institucional y de ciudadanos críticos. Pero este gobierno aborrece la crítica.
Sí, mexicanos incorruptibles. Mas no dejarle toda la tarea a la escuela y sus maestros. Transformar leyes en realidad, acabar con la impunidad, sería el verdadero cambio de paradigma.