En contraste con campañas presidenciales anteriores, el tema de la educación enciende debates. Se discute más que nada la Reforma Educativa, si sigue, si se abroga o se modifica; que está bien, pero que hay cambiar la evaluación; que hay que seguir con ella, a pesar de la oposición de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, nos dicen.
Parece obvio que los candidatos persiguen el voto de los docentes. La mayor parte de sus mensajes se dirige a ellos, escasos a los padres de familia y a la sociedad. No obstante, a pesar del tono de campaña, aquí y allá afloran planteamientos que indican las aristas de por dónde podrá ir la política educativa en el siguiente gobierno. Indicar, en este contexto enrevesado, no quiere decir que se discuta a fondo la pedagogía, los fines de la educación o la mejor educación posible para el futuro. La puja política se destina a ganar votos.
Me pregunto a qué se deberá que la mayoría de las ofertas de los candidatos en el campo educativo se dirija a los maestros, que son pocos, en comparación con el número de votantes que pueden arrojar los paterfamilias. ¿Por qué tanta atención al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y a la CNTE y poca a otros actores?
He escuchado o leído tres conjeturas que no se excluyen entre sí. La primera: El gremio está organizado y como tal, representa una fuerza política considerable. No sólo es el número de votos, es la participación en los grupos de “a pie”, en visitas casa por casa, representantes de casillas, observadores electorales y, además, los maestros pueden convencer a sus familiares cercanos de votar por uno u otro candidato.
No obstante, el SNTE ya no es la maquinaria corporativa formidable que hizo historia electoral en el régimen de la Revolución Mexicana. No es la organización que seguía la consigna del gobierno, no es ya más un todo orgánico y bajo un control riguroso. El SNTE es una confederación de grupos con intereses más diversos cada vez.
La segunda presunción, quizá más sofisticada, reza que, al dirigirse a los maestros, los candidatos envían mensajes a toda la sociedad para mostrar su interés por la educación. Al poner esmero en los actores más importantes del sistema escolar, revelan —aunque de manera subliminal— que les concierne un asunto que atañe a la nación.
Tal vez, pero, al poner a los docentes en el centro, también indican que seguirán en la mira de la política educativa —ya como víctimas, ya como villanos— y la sociedad y los niños en segundo plano. Esto lo intuyen los activistas de las organizaciones de la sociedad civil y por eso convocaron los aspirantes a la Presidencia a que firmaran un pacto (10 por la educación) para mejorar al sistema en su conjunto y no nada más colocar el acento en el magisterio.
La tercera tesis se enfoca a la plaza pública. No importa tanto lo que digan los candidatos sobre otros asuntos: El aprendizaje, la violencia escolar o bullying, el currículum, la pedagogía o los libros de texto, la prensa y los medios destacan los puntos sobre los maestros. Por ejemplo, las notas del 9 de enero en los periódicos nacionales reportaron poco de los puntos del Foro 10 por la educación, que no tengan relación directa con los maestros. Es más, la nota principal la dio Andrés Manuel López Obrador con su ausencia.
Quizá ésta explique algo de lo que le interesa a los medios —y el medio es el mensaje, diría McLuhan—, pero es insuficiente para entender por qué otros temas no “pegan” tanto y si se habla de los maestros sí.
Mi respuesta es más sencilla. La Reforma Educativa y la evaluación docente, aunque no los hayan finiquitado, debilitaron santuarios del SNTE y la CNTE; hubo cambios, unos de fondo, otros de superficie, pero tuvieron consecuencias. Allí está la cuestión.