Sergio Dávila
Hace unos años fui víctima de un robo en mi casa. Los ladrones aprovecharon una breve salida y acopiaron lo que el tiempo les permitió. Al regresar, inmediatamente noté el impactante e indignante espectáculo que conjuga las ausencias de artículos con el desorden del contenido de cajones y compartimentos del clóset que yacían en el suelo. A primera vista uno descubre las ausencias más notorias: una televisión, una laptop, una tablet. Entre los artículos faltantes, después descubrí, también estaba una moderna báscula digital, de esas que además de medir el peso, pueden calcular el índice de masa corporal y además registran la información para realizar un seguimiento semanal, mensual o anual y descubrir tendencias, así como registrar las metas y objetivos para mantenerme saludable.
Iniciamos con la noticia difundida por Mexicanos contra la corrupción de que por primera vez desde el año 2000, nuestro país se abstendrá de participar en el programa internacional PISA, cuya prueba se aplicará en este año. Habrá que esperar la confirmación de la SEP y la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación, las instancias oficiales que deberán ratificar o desmentir esta noticia. En todo caso no sorprende. Su destino estaba marcado desde que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) pedía su cabeza durante la campaña que llevó al entonces candidato Andrés Manuel López Obrador al gobierno de la tercera alternancia y otorgarles derecho de picaporte sobre el despacho presidencial. El presidente se ha negado a recibir gobernadores, empresarios, presidentes municipales, padres de niños con cáncer, familiares de víctimas o feministas; pero la CNTE siempre es bienvenida y escuchada.
Intentaré no abusar de la atención de mis amables lectores para ubicarlos en lo que consiste el programa PISA y las posibles implicaciones de esta decisión. Desde 1994 México forma parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, una influyente organización internacional que diseña y promueve políticas públicas en temas como vivienda, seguridad, economía y por supuesto, educación. En el seno de esta organización surgió el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA es un acrónimo de sus siglas en inglés). Su objetivo es evaluar la formación de los alumnos cuando llega el final de la etapa de enseñanza obligatoria (la media internacional es a los 15 años). Los reactivos de la prueba han sido diseñados no para medir o explorar qué es lo que saben los jóvenes, sino lo que son capaces de hacer con lo que aprendieron a lo largo de su escolaridad. Así pues, la prueba se realiza cada tres años, teniendo como ejes principales, aunque no únicos, las competencias lectora, matemática y científica de los estudiantes. Se eligieron estas tres, porque son las que permiten una comparación internacional y son factibles de evaluar mediante reactivos de opción múltiple sin necesidad de hacer uso de tecnologías.
La primera aplicación de esta prueba se hizo en el año 2000 y México es uno de los más de 70 países que han participado desde entonces. Lamentablemente los resultados no han sido buenos para nuestro país. Consistentemente ha obtenido el peor lugar de los países que conforman la OCDE y no mucho mejor que otros con economías menos desarrolladas que la nuestra. El desempeño de nuestros chicos no ha mostrado diferencias significativas en las 6 aplicaciones a pesar de reformas y modelos educativos reactivos y emergentes instaurados en casi dos décadas. De acuerdo con los resultados de la aplicación de 2018, el 56.3% no son capaces de resolver situaciones de la vida cotidiana aplicando conocimientos matemáticos, y un 44.7% no entiende lo que lee. Estos resultados han provocado las más variadas y polarizadas reacciones entre autoridades, docentes y sociedad.
Las autoridades educativas siempre intentaron minimizar o justificar estos malos resultados a veces de manera grotesca, como cuando Alonso Lujambio intentó hacernos creer que “México va en sentido correcto en educación” ante una mejora no significativa en los resultados de la prueba en 2009; o cuando Aurelio Nuño nos advirtió al presentar los resultados de 2012 que sería necesario esperar al menos doce años para ver una mejora en los resultados de la prueba como efecto de la implementación del Nuevo Modelo Educativo.
En los primeros días del sexenio actual el presidente López Obrador fijó también su postura ante la OCDE al señalar que “es una organización neoliberal al servicio de la privatización de los servicios públicos”, y su incondicional Mario Delgado señalaba desde la cámara de diputados que sus informes “sólo serán referencias bibliográficas cuando se haga una lectura de la realidad para sugerir cambios y mejoras a la escuela.” Que nadie se llame a sorprendido. Se trata de la crónica de una muerte anunciada.
Algunos docentes, entre ellos los de la CNTE sintieron que la opinión pública los culpaba de los malos resultados educativos en el país, y reaccionaron cuestionando la validez de la prueba. Se usaron dos premisas que a fuerza de repetirlas hicieron eco en el gremio y parte de la sociedad: que los exámenes no estaban contextualizados a la realidad nacional y que participábamos en desventaja contra países más desarrollados y con economías más fuertes que el nuestro. Ambos señalamientos exhiben desconocimiento del programa y descalificación de uno de los proyectos internacionales más cuidados por especialistas internacionales. Sin embargo, fueron impuestos con la fuerza de la violencia, impidiendo la aplicación en algunas escuelas durante la edición de 2018.
¿Qué se pierde si no participamos de la prueba PISA? Más allá de posicionamientos ideológicos, se trata de un programa que no sólo exhibe resultados que permiten compararnos con otros países. Es más, yo afirmaría que esa es su función menos importante. La aplicación de la prueba viene acompañada por un cuestionario contextual que permite hacer investigación sobre correlación de resultados y múltiples variables. Gracias a estos estudios sabemos, por ejemplo, que uno de los factores que influyen más en los resultados de los estudiantes es la escolaridad de la madre; o bien que los resultados proporcionan de manera consistente un resultado mejor en la competencia matemática de los chicos en relación con las chicas, lo cual permitió detectar que inconscientemente muchos maestros somos más condescendientes con ellas y retamos intelectualmente más a los varones.
Además, las economías menos favorecidas pueden revisar las estrategias utilizadas en otros países y que han dado resultados positivos, sin necesidad de “inventar el hilo negro” como lo está haciendo de manera muy exitosa Perú. Finalmente, los marcos de referencia sobre los que se realiza la prueba son uno de los compilados más valiosos para entender las competencias evaluadas y los procesos cognitivos asociados a su enseñanza y aprendizaje. En mi opinión, deberían ser textos de referencia obligatorios para todos los profesores en formación o para realizar programas de actualización dirigidos a los profesores en ejercicio.
Si no tuviera sentido compararnos con otros países por tener malos resultados, entonces México debería también salir de la FIFA y renunciar a participar en los mundiales de futbol. Los resultados son consistentes y permiten inferir que nunca ganaremos un mundial. Tampoco deberíamos participar en el Comité Olímpico Internacional y enviar deportistas a las olimpiadas. Sabemos que nuestro resultado en el medallero nunca nos permite presumir. Deberíamos dejar de participar en las Olimpiadas, sobre todo en las de invierno, donde participamos en condiciones diferentes a nuestro contexto. No sólo cualquier deportista, sino cualquier lector con un mínimo de sentido común sería capaz de refutar este argumento.
Dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Ya lo veremos. De confirmarse la noticia, México ahora formará parte de una lista de países latinoamericanos que no son evaluados por PISA: Belice, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Bolivia, Ecuador Guyana, Guyana Francesa, Paraguay, Surinam y por supuesto, Venezuela.
¡Me robaron mi báscula, caray! Esa que además de medir el peso, podía calcular el índice de masa corporal y además registrar la información para realizar seguimientos y monitorear mi peso y mantenerme saludable. Pero después de todo, ni la usaba. No me gusta eso de estarse pesando de manera cotidiana. Tan rico que es desayunar gorditas sin mayor preocupación.