El otro día circulaba (es un decir, pues el tráfico apenas se movía) por Polanco y vi los anuncios. Dos minoristas de muebles y decoración para el mercado de altos ingresos anunciaban la apertura de tiendas en la capital del país: Pottery Barn y West Elm, ambas del grupo norteamericano Williams-Sonoma. La competencia directa –Crate and Barrell– había llegado un poco antes, en 2013 y cuenta actualmente con 5 tiendas en el país (DF, Querétaro y Monterrey).
Lo primero que pensé fue: ¡qué cosa, tres nuevas marcas de tiendas de muebles caros para los consumidores pudientes en dos años, mientras que IKEA, la cadena del mismo tipo, pero para clase media, brilla por su ausencia! Lo que esto indica, me dije, es que, a ojo de buen cubero, el mercado que atienden estas cadenas de lujo, si bien pequeño en términos relativos –alrededor del 5 por ciento superior de la población– es suficientemente grande en números absolutos y dispone de ingresos y ganas de gastarlos súper atractivos para esas marcas. Mucho más atractivos y rentables, por lo visto, que el segmento más amplio de clase media al que le vende IKEA en los 50 países en los que opera (entre ellos, Rusia, India, Turquía y República Dominicana, este último, único de América Latina y el Caribe).
Pongámosle numeritos a todo esto: un tapete de baño en IKEA cuesta, en promedio, alrededor de 8 dólares (137 pesos o dos salarios mínimos diarios). También en promedio, en Crate en Barrel, un tapete parecido te sale en unos 750 pesos, en West Elm en 460 pesos y en Pottery Barn en 600 pesos. Podría pensarse que habría un mercado más amplio y suficientemente rentable de clase media con posibilidad de pagar el precio IKEA o similar, pero, claramente, no es así. El otro mercado, el de tapetes de baño de a 600 pesos en promedio (9 veces el salario mínimo diario en México en 2015), típico de clase media-alta resulta mucho más apetitoso.
Un botón de muestra de nuestra boyante desigualdad también en la cima. Un indicio más de nuestra contrahecha geometría social. No por nada somos el mercado de lujo más grande de América Latina y el quinto más importante en tamaño para las grandes marcas de las economías emergentes. Poquitos ricos y aspirantes a ricos, sí, pero con hartas ganas de distinguirse y con billeteras muy bien dotadas para costearse el distingo.
La extrema desigualdad social de México no es nueva. De un tiempo para acá, sin embargo, se ha ido volviendo cada vez más escandalosa.
A ello ha contribuido, como ha mostrado el trabajo de Gerardo Esquivel y otros, el aumento en la desigualdad, en particular el despegue de la cima de la pirámide social con respecto al resto y las crecientes distancias al interior de la cima misma (1.9 y 30 millones de ingreso anual individual promedio, respectivamente, del 1 por ciento y del 0.01 más altos, según estimaciones conservadoras de Esquivel). A visibilizar esta desigualdad ha ayudado, también, la impudicia creciente de nuestras clases adineradas, especialmente notoria quizá entre aquella parte de éstas que se siente menos segura en su status VIP.
Este rasgo de los high-enders mexicanos no nos es exclusivo; la ostentación extrema caracteriza, desde hace varias décadas, los hábitos y costumbres de los ricos y los “acomodados” en buena parte del mundo. No he encontrado una buena explicación para ello. Es posible que tenga que ver con la mezcla de gula consumista y zozobra social –particularmente en la parte de abajo de la punta superior de la pirámide social– provocada por la combinación entre dos elementos. Primero, el reinado del poder comprar como única vara para existir y distinguirse socialmente en estos tiempos que corren. Segundo, el miedillo en materia de estatus y pertenencia social producida por la notoria ampliación de las diferencias al interior de los adinerados, el desbarrancamiento del piso, y el adelgazamiento de las capas intermedias de la sociedad. Algo así como si en cada compra de un tapete de baño de 600 pesos o más, el volante lo llevara una voz interna que dice: “seguiré siendo VIP cueste lo que cueste, no me voy a caer, no soy ni pareceré nunca parte de la ‘peluza’, la clase media o como sea que le llamen a eso “otro” socialmente aterrante.
Twitter:@BlancaHerediaR