Autores institucionalistas que analizan las relaciones de poder, usan la noción de tecnología del poder para estudiar las luchas políticas. No hay un consenso respecto de su significado, pero cuando la emplean se entiende lo que quieren transmitir.
Anthony Giddens, cuando discute la dialéctica del control, arguye que los grupos subordinados —tanto en el aparato de Estado como entre las clases sociales— también ejercen poder ya que disfrutan de ciertos grados de albedrío; él habla de la discordancia en las relaciones de dependencia y autonomía. Por eso, hay cambio gradual en la sociedad, no sólo revolucionario.
La mayoría de los autores tiende a usar el concepto de tecnología del poder para analizar las disposiciones que surgen del aparato de Estado, de cómo los gobernantes utilizan los instrumentos de control —leyes, reglamentos, rutinas y costumbres— para mantener el poder político. Quienes analizan los movimientos de masas utilizan otros conceptos.
Hoy tanteo la tesis de Giddens. A fe mía, que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación desarrolla una tecnología del poder más eficaz que el gobierno del presidente Peña Nieto.
A finales de julio, la CNTE tuvo en vilo a amplios segmentos sociales en los territorios donde disfruta de influencia, mientras el gobierno sólo articula piezas oratorias con proclamas sobre el Estado de derecho, aunque nulas para calmar los apetitos de los líderes de la disidencia.
La tecnología de la CNTE sufrió cambios bruscos en su estrategia de contestación. Ya no más grandes marchas ni mítines de decenas de miles. Hoy la movilización es hormiga. Bastan unas 20 personas para bloquear una carretera o una línea de ferrocarril. Los daños que causan a las empresas y a la sociedad son enormes. Esos golpes aislados, pero coordinados, reúnen todas las características de una guerra económica. La CNTE la va ganando.
No obstante, la línea política es más importante para la disidencia magisterial. Movilizar a maestros en vacaciones exige un alto grado de motivación y medios para sembrar confianza de que con esos métodos de lucha obtendrán triunfos. Con esa táctica hormiga, alrededor de tres mil maestros llegaron al Zócalo de la Ciudad de México el 28 de julio. Realizar un mitin frente al Palacio Nacional fue una victoria. Los maestros burlaron los cordones de seguridad para mofarse de las autoridades.
La lucha curte y, cuando hay triunfos, por pequeños que sean, también fortalece el carácter de los participantes. Hoy, los militantes de la CNTE andan crecidos, tienen al gobierno de cabeza y, aunque causan daños a la población, saben cómo quitarse de encima el desprestigio; su aparato de propaganda es vigoroso. Son expertos en aparecer como víctimas de un sistema injusto. No importa que sus consignas sean verdades a medias o mentiras francas, sus seguidores las creen.
La credibilidad es la fuente de legitimidad para el gobierno y de poder para los disidentes. El secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, dijo palabras duras: “Los bloqueos y las afectaciones a la ciudadanía deben terminar. Por ello, en breve se estarán tomando las decisiones necesarias para permitir el tránsito en vías estratégicas y el abastecimiento de las comunidades” (Excélsior, 2 de julio).
Adelfo Alejandro Gómez, líder de los maestros de Chiapas, expresó: “El gobierno le apuesta a alargar el conflicto, a esperar quizás otras coyunturas, pero esa situación no está a discusión, nuestro plan de acción continúa, si (en una semana) no dan respuestas considerables, las actividades tendrán una mayor envergadura para realizarse en todo el país” (Excélsior, 27 de julio).
El ultimátum del secretario Osorio Chong resultó un blof y no pienso que la CNTE ande con fintas. Usted, ¿a quién le cree más?