*Alejandro Canales Sánchez
“La reforma educativa que se inicia en este sexenio significa un gran paso adelante, pues se propone llevar a la práctica la idea de que la educación, más que un proceso de información, es un proceso personal de descubrimiento, exploración y asimilación de métodos y lenguajes”.
El párrafo anterior no es ninguna cita de alguno de los documentos del actual proceso de reforma; tampoco parte del discurso de alguna autoridad. Son líneas de hace 40 años y están en el Plan Nacional Indicativo de Ciencia y Tecnología 1976 (p. 66). Por supuesto, todavía seguimos con la idea de que no basta la memorización de información en la escuela y vamos tras otros mecanismos de aprendizaje que parecen evanescentes.
Si se revisa el inicio de diferentes procesos de reforma, previos o posteriores a la cita ya indicada, se podrán encontrar propósitos más ambiciosos o más acotados, según el periodo y el talante del gobernante en turno, pero las palabras serán relativamente similares. Seguramente, al final del periodo de referencia, cuando llega la hora de rendir cuentas, el balance de los resultados también será parecido: el avance es indudable, no alcanzamos las metas que nos propusimos por ciertos imponderables, pero estamos en el camino correcto y habremos de persistir.
¿Por qué ocurre esto? En primer lugar porque no es suficiente un buen diagnóstico de los problemas y una impecable declaración de intenciones de lo que habría que hacer. Peor tantito si están ausentes, como ha ocurrido en diversas ocasiones. Pero si están los pasos previos, falta que enfrenten la áspera realidad y los grupos de implicados, sean beneficiarios, espectadores o afectados.
No siempre la declaración de intenciones es explícita. De hecho, la reforma educativa de hace cuatro décadas, con todo y que incluyó múltiples y variados aspectos (legislación educativa, cambios administrativos y técnico-pedagógicos) no enunció con claridad cuál era su principal objetivo o qué metas pretendía alcanzar.
En la actual reforma, al comienzo, se presentó como una reforma legal y administrativa en materia educativa, con tres objetivos: incrementar la calidad de la educación básica; aumentar la matrícula y mejorar la calidad en los sistemas de educación media superior y superior; y recuperar la rectoría del sistema educativo nacional. Nada de modelo educativo.
A pesar de que incluyó casi una decena de acciones, lo que captó la atención fue la idea de crear un “Servicio Profesional Docente” (SPD). Incluso la mención de recuperar la rectoría del sistema educativo solamente cobró sentido un par de meses después. Por supuesto, un nuevo sistema de evaluación docente tenía un efecto directo sobre el profesorado y no eran buenas noticias: cambio en las reglas de juego para el ingreso, la permanencia y promoción de los profesores. No por nada hasta ahora sigue siendo el tema más controvertido. Por la misma razón, erróneamente, se sigue considerando que solamente se trata de una reforma laboral o administrativa.}
Lo que vale la pena subrayar es que en aquel momento no hubo ninguna mención al propósito de crear un nuevo modelo educativo. Apareció cuando se emitieron las leyes secundarias en septiembre de 2013. Luego, al comienzo del año siguiente vino la consulta sobre el modelo, se realizaron foros, se sistematizaron resultados y luego vino una continua postergación de su presentación. En ese entonces, como ahora, y no sin razón, se criticó la ruta seguida: comenzar por los instrumentos y dejar para después el modelo.
Finalmente, el pasado 20 de julio, el secretario de Educación Pública, presentó el modelo educativo. En conjunto son tres documentos: i) “los fines de la educación en el siglo XXI”, en donde de manera breve, pero muy precisa, se establece el propósito de la educación y el perfil ideal del egresado de la educación básica; ii) la “propuesta curricular para la educación obligatoria”, es la parte más extensa, argumentada y medular; y iii) “el modelo educativo” y, por si hiciera falta el énfasis, con el subtítulo de “el planteamiento pedagógico de la reforma educativa”.
El documento del modelo se presenta estructurado en cinco ejes: 1) la escuela al centro; 2) el planteamiento curricular; 3) la formación y desarrollo profesional docente; 4) inclusión y equidad; y 5) gobernanza del sistema educativo. ¿Algún novedad importante? Sí, sin duda. Y obviamente es lo que faltaba: las prácticas pedagógicas y los contenidos curriculares.
Entonces ¿ahora se pondrá en marcha el modelo educativo y con ello la reforma como tal? En realidad, salvo la propuesta expresamente curricular y algunas prácticas pedagógicas, los cuatro ejes restantes, en mayor o menor medida, ya están en operación. Sin embargo, precisamente, la forma de operar y el SPD son su principal impedimento. El dilema es si ahora retrocederá para avanzar o el modelo seguirá marchando a ninguna parte. Debiera rectificar y la consulta está abierta.
(*) Investigador asociado del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE-UNAM)