Miguel Casillas
Para Ivonne, Natalia, Jeysira, Rosalía, Eglantina, Jaqueline, Ingrid, Tere, Yaya
Un fantasma recorre la universidad, el fantasma del feminismo. Nunca había sido tan amplia la protesta ni tan legítima la exigencia de justicia ante la violencia de género. Las y los estudiantes universitarios están ofendidos, no sólo indignados, sino resueltos a romper el sistema patriarcal de dominación que atraviesa las prácticas y las relaciones en las instituciones de educación superior.
La profesora Agnes Heller hablaba de la indignación como una condición necesaria previa a la emancipación, cuando los agentes dominados se dan cuenta, reconocen, vuelven visible la violencia simbólica a que venían siendo sometidos. Eso está pasando en la universidad, las y los estudiantes indignados han decidido denunciar, exponer y hacer visible la violencia de género a que se ven sometidos cotidianamente. Y están cansados de ser ignorados. Y no están dispuestos a transigir.
Muchas escuelas de la UNAM están tomadas por los estudiantes y el paro estudiantil se extiende cada día. Como siempre sucede, hay una enorme variedad de reivindicaciones particulares en los pliegos petitorios de cada escuela, pero hay un denominador común: el rechazo a la violencia de género, al acoso, al hostigamiento sexual, y por supuesto al sistema de complicidades que sostiene la impunidad de los agresores y acosadores.
Durante años se han acumulado las denuncias, las quejas y las inconformidades frente a profesores, funcionarios y empleados que ejercen actos violentos hacia los y las estudiantes, y muy poco o nada se ha hecho. Apenas inician algunas instituciones de educación superior con la elaboración de protocolos y reglamentos contra la violencia de género, pero en la mayoría de las universidades no se hace nada, se tiende a minimizar las quejas, a criminalizar a las víctimas, a ridiculizar sus exigencias, a ignorar a las y los estudiantes violentados. No hay atención ni acompañamiento legal o psicológico. Mucho menos sanción y reparación del daño. Ante la protesta, se les acusa de querer desestabilizar a la universidad y es verdad, las y los paristas y estudiantes movilizados quieren desestabilizar ese sistema que los ignora, que los minimiza, que no entiende la gravedad de la situación.
Los sindicatos y las autoridades, en esa simbiosis burocrática que sostiene la gobernabilidad en las instituciones, son y han sido cómplices para mantener la impunidad. En una universidad que reivindica los derechos humanos eso es inadmisible.
Aquí no hay distinción que valga, se trata de dos fuerzas confrontadas, la que sostiene el sistema patriarcal de dominación y la que quiere desplazarlo y construir relaciones de igualdad, respeto y mutua valoración.
Las fuerzas progresistas deben respaldar y apoyar las reivindicaciones estudiantiles sin cortapisa alguna, se trata de desplazar al viejo pasado patriarcal, destrozarlo y arrojarlo al basurero de la historia. Se trata de un conflicto mayor, de modificación de las conciencias, que necesariamente se resolverá a favor de la igualdad y la justicia.
Desmontar las visiones ideológicas machistas es un gran reto a nivel de toda la sociedad, y eso está sucediendo de modo acelerado en México y en todo el mundo. Por fortuna, las y los universitarios están en la vanguardia de ese proceso y las universidades son epicentro de esta revolución feminista. La responsabilidad es enorme, pues del modo en que se resuelvan las demandas de igualdad y fin a la violencia de género dentro de las universidades, habrá como siempre una repercusión social más amplia.
Destacan las y los más jóvenes, estudiantes de bachillerato; hay movilizados de casi todas las facultades. Frente a ello, las y los profesores no podemos guardar silencio, ni dejar que el movimiento universitario sea satanizado desde los medios y comentaristas más conservadores (que sostienen con sus discursos y sus prácticas el sistema patriarcal). Recordemos que casi siempre ha sido así, los jóvenes aceleran los cambios y las fuerzas reaccionarias los resisten; frente a la violencia de género sucede lo mismo, la vieja anquilosada universidad misógina se resiste y cobija a sus peores profesores, a sus más deleznables funcionarios, a sus alumnos más atrasados.
Además de frenar la violencia de género, la agenda del movimiento está ansiosa de justicia frente a la impunidad; exige un cambio profundo en el gobierno de las instituciones en el sentido de la paridad; demanda igualdad salarial, de ingresos de carrera; busca mejorar las condiciones de estudio y de trabajo de las mujeres en la universidad. Sin embargo, para que atraviese el ADN del proyecto curricular de las universidades deben cambiar con una perspectiva de género el contenido y las prácticas educativas, el sentido mismo de la educación y de las relaciones entre los agentes universitarios.
En las universidades e instituciones de educación superior tenemos la obligación de formar, de educar, de inculcar los valores de una sociedad moderna, democrática, igualitaria, libre y solidaria entre nuestros alumnos. La socialización universitaria debe ser antitética a la violencia de género, de la discriminación y el prejuicio.