Abelardo Carro Nava
Muy pocos estudios se han realizado sobre un tema que, desde mi perspectiva, es relevante en el ámbito educativo, en tanto que el desarrollo y adquisición de los aprendizajes de los estudiantes, pasa por el empleo de algunos de los útiles o escolares que, cada ciclo escolar, le son solicitados a los padres de familia por parte de las maestras o maestros que tendrán a su cargo el grupo de alumnos donde se encuentra inscrito su hijo o hija, pero, ¿son necesarios dichos útiles en las escuelas?, ¿por qué es indispensable que el estudiante empleé algunos de ellos en cada una de las clases de acuerdo a la asignatura y grado que cursa?, ¿es obligatorio que los padres de familia adquieran y entreguen a la escuela los útiles que les fueron solicitados?, ¿cuál es el papel del estado o de la propia Secretaría de Educación Pública en el otorgamiento de dichos útiles escolares? En fin. Una serie de cuestionamientos que, si usted gusta, son básicos y sencillos, pero que permiten formular una serie de ideas sobre un tema que, insisto, más allá de la polémica que en estos días podría levantar por los elevados costos de los materiales dada la inflación tan complicada que tenemos en nuestro país, resulta importante para comprender su trascendencia en el ámbito educativo y escolar.
Como es lógico, muchos de los útiles escolares que hoy conocemos han ido evolucionando conforme han transcurrido los años. No es para menos pues, si lo pensamos un poco, la educación ha ido cambiando a través del tiempo, aunque, por ejemplo, la forma de las aulas (infraestructura) sea muy similar a la que se conoció en plena época porfirista.
De hecho, ya que estamos hablando de este periodo de la historia de México, un trabajo que merece una lectura especial sobre este tema, es el de Rosalía Meníndez titulado “Memorias de un salón de clase en la Ciudad de México: mobiliario y materiales escolares (1879-1911)” y, en el que se destaca, en la parte de anexos, algunos inventarios sobre los muebles y útiles existentes en las escuelas municipales; como parece obvio, referiré algunos útiles escolares que ahí aparecen: libros (de texto), cuadernos, pizarrines, reglas geométricas, compases, escuadras, mapas, esferas, ábacos, pinceles, tinteros grandes y chicos, caballetes, cuadros para dibujo, cajas con colores, estampas diversas, tambores, lápices, cajas con plumas, hojas de papel cartoncillo, sobres, portaplumas, entre otros de singular importancia.
Ahora bien, un dato que debe tomarse en cuenta, es que los cambios educativos propuestos durante el porfiriato, tuvieron la intención de “modernizar la escuela y el aula” y, por ello, el estado comenzó a destinar mayores recursos económicos para el mejoramiento de las escuelas en cuanto al mobiliario y material escolar se refiere, por ello es que llama la atención que, en dichos inventarios, se observé una cantidad importante de útiles cuando, en realidad, las instituciones educativas no contaban con ellos, y bueno, el texto que arriba señaló, justamente aborda lo encontrado en la Ciudad de México aunque, como sabemos, en las entidades de la República Mexicana progresivamente fue llegando esa “modernidad” que, como tal, hoy día no parece demasiada, sin embargo, supongo que en esas fechas sí lo implicaba. En fin, sobre este mismo tema, recomiendo leer un poco sobre los Congresos Higiénico Pedagógico y de Instrucción Pública celebrados en nuestro país porque, de tales eventos, se desprendieron diversas políticas educativas tendientes a mejorar la educación en el territorio mexicano que incluían, desde luego, los espacios, muebles y materiales escolares.
Dicho lo anterior, sugiero no perder de vista que desde la creación de la Secretaría de Educación Pública en 1921, varios proyectos educativos nacionales se implementaron en México tales como: la educación nacionalista, la educación rural e indígena, la educación socialista, la educación técnica, entre otros; proyectos que colocaron en una difícil situación a la escuela porque, el incipiente sistema, no lograba definir con claridad su pedagogía ni los objetivos de estudio; supongo, este escenario era hasta cierto punto comprensible, en tanto que el país estaba viviendo diversas luchas sociales internas que generaron esa poca claridad en el ámbito educativo. No obstante, el esfuerzo emprendido por algunos de estos actores para el diseño y distribución de libros de texto a las escuelas (solo por mencionar un ejemplo) no fue suficiente para que los estudiantes y profesores contaran con los insumos que pudieran favorecer el aprendizaje con los recursos que éste requiere dado el proceso formativo que, como sabemos se desarrolla, tantos en las aulas como fuera de ellas. Una deuda que ha estado presente desde hace varias décadas en México.
Entonces, entre proyectos educativos y claroscuros pedagógicos, las escuelas, con las maestras y maestros al frente, continuaron el camino. A veces, un libro de texto, cuaderno, lápiz, goma, regla, entre otros, fueron empleadas como herramientas para generar eso que conocemos con el nombre de aprendizaje y conocimiento. Obviamente, en la medida en que poco a poco fueron apareciendo los programas de estudio, mediante los cuales se orientó la planeación didáctica que el profesor debía elaborar, dichos útiles fueron adquiriendo importancia en la escuela y en el salón de clases.
Un dato que, en este orden de ideas llama la atención, fue la aparición de la mochila en la década de los 50. Propuesta que rápidamente se trasladó al Sistema Educativo con la finalidad de que los estudiantes pudieran trasladar los útiles escolares que eran proporcionados por el gobierno, pero también, los que eran adquiridos por los padres de familia, para que fueran empleados de acuerdo a la organización escolar y curricular establecida.
¿Cuántos de nosotros no recuerda, con cierta nostalgia, el inicio de un ciclo escolar en el que habrían de estrenarse los útiles escolares que formarían parte de nuestra formación en las escuelas? Desde luego que, “estrenar”, alude a la adquisición de ciertos materiales, pero, la verdad de las cosas, sabemos bien que en muchos hogares mexicanos el recuperar algunos de ellos de otros grados cursados y, hasta de otros familiares, fue una de las tantas acciones que tuvieron que realizar nuestros padres con la finalidad de que pudiéramos contar con los insumos que nos permitieran acudir a la escuela en las mejores condiciones posibles.
De un tiempo a la fecha, se ha normalizado la emisión de una serie de listas de útiles que los padres de familia tienen que adquirir como uno de los requisitos que las instituciones educativas establecen antes de iniciar el ciclo escolar. La aparición de tales listas es, por así decirlo, reciente, debido al intento de “regular” lo que dichas instituciones solicitan cada año.
Estas cuestiones, de alguna forma se entienden porque, por un lado, debe reconocerse que el estado sería incapaz de proporcionar todos aquellos materiales que son necesarios para el abordaje de los contenidos para la generación de aprendizajes; por el otro, el que los padres de familia pueden apoyar con la adquisición de algunos de éstos para la educación de sus hijos; sin embargo, hoy por hoy, habría que pensar y repensar el empleo de esos útiles en las escuelas.
Pienso que, por un lado, los colectivos docentes tienen toda la capacidad y el conocimiento necesario para priorizar aquellos materiales que sus estudiantes puedan y deban emplear a lo largo del ciclo escolar, por el otro, que los mismos padres y madres de familia reflexionen en la relevancia de contar con estos insumos en las escuelas para que sus hijos se acerquen a ese aprendizaje requerido; ambas cuestiones, desde luego, sin quitar la responsabilidad del estado para entregar los materiales didácticos que coadyuven en este proceso tal y como lo mandata el Artículo 3º Constitucional puesto que, tal parece que en los últimos años, bajo el discurso de la corresponsabilidad de los diferentes actores en el proceso formativo de los educandos, se ha diluido lo que por propia ley le corresponde al estado.
Si en algún momento en la historia de nuestro país, a partir de una valoración se distribuían los útiles escolares a las escuelas mexicanas, por qué no pensar en una política que aminore los gastos de los padres de familia y de maestras y maestros que, con sus propios recursos, compran material para sus aulas y alumnos.
Tal política tendría que estar fuera de esas “modas” o “acciones” que, regularmente, los políticos diseñan y aplican con el propósito de tomarse la foto para quedar bien con la gente. La educación, aunque no es ajena a la política, no tendría que ser el terreno de “tiburones” que pretenden conseguir votos para las urnas.
Pienso que dichos útiles, más que representar un gasto innecesario es una oportunidad para el aprendizaje; aquí el tema pasa por: qué útiles se pueden y deben emplear, con qué propósito, cuál es su intención didáctica, desde que mirada pedagógica se miran, en qué contexto, bajo qué condiciones, etc.
Por cierto, en los próximos meses, el magisterio estará siendo “formado” en razón del plan de estudios a implementarse en el 2023, ¿cambiará también la perspectiva de las autoridades en cuanto al diseño de las aulas en las escuelas mexicanas?
Al tiempo.
Referencias.
- Meníndez, R. (2008). Memorias de un salón de clase en la Ciudad de México: mobiliario y materiales escolares (1879-1911). Foro de Educación 10, pp. 245-263.