Juan Carlos Silas Casillas
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO)
El Observatorio del Derecho a la Educación y la Justicia (ODEJ) es una plataforma para el pronunciamiento público, impulsado por el Campo Estratégico en Acciones, Modelos y Políticas Educativas del Sistema Universitario Jesuita (SUJ). Su propósito consiste en la construcción de un espacio de análisis informado y de posicionamiento crítico de las políticas y las reformas educativas en México y América Latina, arraigado en la realidad social acerca de las injusticias del sistema educativo, y recupera temas coyunturales y estructurales con relación a la agenda educativa vigente.
Llevamos casi once meses en confinamiento. A mediados de marzo se cumplirá el año y no se ve que se vaya a terminar pronto ni en México, ni otras partes del mundo. Las afectaciones a la economía, la vida pública y comunitaria, la educación y, especialmente a la salud, han sido tremendas. En algún momento de 2020 se podía tener alguna conversación con vecinos, compañeros de trabajo o amigos, en la que uno no tuviera experiencias cercanas de contagios que lamentar o comentar. Eso ya no sucede ahora. Todos conocemos a alguien que ha padecido Covid-19, que ha pasado malos momentos o, lamentablemente, que ha fallecido por causa del famoso virus.
Algo similar está sucediendo con el tema educativo. Es prácticamente imposible tener una conversación en la que no salga el tema de las complicaciones que ha tenido algún estudiante, del nivel que sea, o de lo complejo que ha sido para las madres y los padres de familia, ayudar a sus hijos con las actividades o tareas. En este caso, es claro que los esquemas que se han propuesto desde la autoridad federal: la Secretaría de Educación Pública, y que han sido apoyados por las secretarías estatales, las zonas escolares y las escuelas en concreto, han quedado cortos.
Las versiones I, II y III de Aprende en casa, por internet, la televisión e incluso a través de medios alternos como la radio o los impresos, han sido tibios paliativos si los comparamos con la “antigua normalidad”. Los datos de una plétora de encuestas son evidentes: niñas, niños y adolescentes quieren regresar a la escuela, madres y padres de familia quieren que sus hijos regresen a la escuela y los docentes están contando los días para volver a lo que hacían.
Las actividades escolares trasplantadas a la casa no acaban de arraigar, ya no digamos de producir flores o frutos. Es un secreto a voces que los aprendizajes no son los ideales ni los esperados, y que los actores centrales del proceso educativo, estudiantes y maestros, siguen estando incómodos en su nuevo escenario de actuación.
Sin la menor voluntad de ser “ave de mal agüero”, el pronóstico sensato es que el año escolar 2020-2021 será completamente a distancia. Es decir, que quedan todavía varios meses de confinamiento y sus implicaciones educativas. Ante este escenario, lo que queda es pensar en tres momentos cruciales para la educación mexicana y tratar de salir con la mejor respuesta a lo que plantean. Los momentos son: 1) el pasado inmediato, con sus aciertos y yerros, con las inevitables brechas formativas, 2) el futuro inmediato, qué hacer para lograr un regreso sano y sólido a las escuelas, presumiblemente para agosto 2021, y 3) el futuro mediato, qué modelo educativo tendremos después de 18 meses (más o menos) de trabajar de manera remota y aprender a hacerlo.
El pasado inmediato requiere reflexión en al menos dos sentidos: a) saber qué fue lo que sí aprendieron los estudiantes en términos del currículo prescrito y qué les faltó, y b) cómo se puede “rellenar esos huecos”. En el primero de los sentidos es importante tener una actitud positiva y propositiva. Es muy humano encontrar motivos para la frustración, señalar los errores e inconvenientes de una modalidad educativa que nadie esperaba hace un año, que tuvo que construirse con prisa en medio de una astringencia presupuestal alta y una emergencia sanitaria nunca vista por lo menos en cinco generaciones. Será muy esperable que maestros, alumnos, padres y autoridades educativas comiencen a buscar culpables y a deslindar responsabilidades, sin embargo, eso no rellenará las brechas en el aprendizaje, cosa que sí logrará iniciando con una valoración minuciosa de lo logrado y su cotejo con lo esperado y continuando con los pasos adecuados para lograr que, de manera remedial, se den esos aprendizajes que, en su momento, no se dieron. Ése es justamente el segundo de los sentidos. Una vez que se tenga un diagnóstico concreto de los aprendizajes no logrados, deberá instrumentarse un plan por escuela para ayudar a los alumnos a completar lo esperado. Seguramente requerirá un sobreesfuerzo de los mismos estudiantes, sus maestros y sus padres.
EL segundo momento se refiere al futuro inmediato: el regreso a la escuela. Deberá cumplir con las medidas sanitarias necesarias y con los requerimientos pedagógicos conducentes. Una prioridad es y debe ser la salud, con eso no se juega y, como se ha visto, cuando se toma con ligereza o se busca servir otros fines (económicos, sociales, etc.), termina por traer un escenario peor que el que se tenía. Las escuelas deberán reflexionar acerca de sus logros y sinsabores durante estos meses para plantear las medidas que mejor les acomoden. Aquí la premisa es: la salud primero y enseguida el aprendizaje y, para ello no hay medidas universales que le vengan bien a la diversidad de escuelas. La rurales y urbanas, pequeñas y grandes, matutinas y vespertinas, equipadas y modestas, etc., tienen características particulares que sólo quienes las habitan conocen bien y sabrán usarlas para el bien de los alumnos. Esta reflexión y su posterior propuesta se dará seguramente en las sesiones de Consejo Técnico Escolar y se pondrán en concierto con los otros órganos colegiados que marca la nueva Ley general de Educación 2019.
Por último, el futuro mediato, consistirá en aprender de la experiencia. Es impensable que, una vez que se pueda retornar a las escuelas sigamos como si nada hubiera pasado. El sistema educativo mexicano deberá enfrascarse en un ejercicio profundo de reflexión acerca de qué pasó, cómo se afrontó y especialmente qué se aprendió de ello. No hablo sólo de qué habilidades desarrollaron o qué conocimientos lograron los estudiantes con relación con el currículo, estoy planteando una reflexión en torno a qué se aprendió y qué habilidades se desarrollaron junto con esta nueva forma de trabajar. Cómo funcionaron las escuelas en esta mecánica emergente y qué se puede extraer como experiencia, cómo fue el vínculo con los hogares, los padres de familia y otros miembros del núcleo familiar cercano que apoyaron a los estudiantes, cómo estos alumnos vivieron la experiencia y qué saben ahora que no hubieran logrado con el trabajo pre-Covid al que estaban acostumbrados. Este ejercicio dará buenos resultados si se desarrolla de forma comunitaria, horizontal y, especialmente, de abajo hacia arriba. Es decir, si parte de los grupos pequeños de actores educativos por salón, para pasar al nivel por año escolar y de ahí a la reflexión por escuela, en un largo camino hacia las autoridades estatales y federales, puede rendir mejores resultados que si se emprende en el usual camino vertical jerárquico.
Sin duda estamos en tiempos inciertos, no estamos cerca del final aún, pero es necesario ir juntando voluntades y capacidades para aprender de la experiencia y salir fortalecidos. Si logramos que alumnos, padres de familia, maestros, directivos y comunidades reflexionemos juntos sobre esto y encontremos las formas de solucionar juntos, de manera concertada, las dificultades que se presentan en el ámbito educativo, podremos decir que salimos fortalecidos de esta pandemia.