Fidel Ibarra López
La frase que da título al presente artículo, se desprende de un hecho que se hizo viral en la red. Y el hecho es el siguiente: un docente del Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Sur (CCH Sur), perteneciente a la UNAM, demanda a un alumno que encienda la cámara de su computadora para iniciar la clase. El alumno, en respuesta al docente, le señala que “está descompuesta, está totalmente rota” y, por ende, no puede encender la cámara. De aquí en adelante se desprende el diálogo que convirtió en noticia nacional a este hecho. Reproduzco el diálogo para los fines de análisis del presente artículo:
Docente: “¿Entonces qué sentido tiene que tomen clases si no pueden tener los elementos?, responde enojado el profesor.
Alumno: “Profesor, eso es muy poco considerado, considerando (sic) que muchos compañeros no tienen acceso a sus cámaras. Muchos (sic) sus familias no pueden siquiera costearse una webcam”.
Docente: “Ese rollo sale sobrando, los pobres ya se quedaron…”. (Infobae, 12 de octubre del 2020).
Hasta aquí el diálogo. ¿Qué se desprende de lo anterior? El docente fue acusado en las redes sociales de “clasista” e “insensible”. Y los calificativos son correctos. Sin embargo, más allá del clasismo que contiene la expresión del docente, hay una realidad lacerante: la migración de la educación al espectro digital ha dejado al desnudo la brecha de desigualdad que se tiene en este país en lo referente al acceso a las tecnologías. Por décadas se ha insistido por parte de los organismos internacionales -como el caso de la UNESCO y la CEPAL en el caso de América Latina- en la necesidad imperativa de integrar las TIC´s en la educación, así como en la construcción de las competencias digitales en los docentes. Ambos aspectos aparecieron de forma reiterada en el discurso institucional, pero no fue asumido como parte toral de la política educativa. Y el problema se fue arrastrando y arrastrando. Hasta que nos llegó la pandemia. Y literalmente nos agarró con los dedos en la puerta, tanto a la sociedad como al gobierno.
Ahora, con el modelo de educación a distancia a través del programa “Aprende en Casa II”, en el sistema de educación pública, se está llevando a cabo un proceso de enseñanza-aprendizaje diferenciado que generará una brecha muy fuerte en los aprendizajes de los alumnos, dependiendo de su condición socioeconómica. ¿Por qué? Me explico: el programa de la SEP, está operando para las clases más desprotegidas que no tienen acceso a una computadora o a Internet. Y la televisión es el único medio para recibir el “proceso de enseñanza”. En este modelo educativo, el alumno -de educación básica- no tiene una vinculación directa ni con el “telemaestro” que le expone la clase en televisión, ni con el maestro que está a cargo de su enseñanza. A lo sumo, la vinculación con este último es de forma indirecta por medio de “WhatsApp”. A través de esta red social, la madre de familia le envía las tareas al maestro. El maestro califica, y le envía la calificación al padre de familia. No hay un proceso de retroalimentación, ni de reforzamiento de los aprendizajes. Solo una clase de contenido a través de un “telemaestro”, una tarea que se deprende de esa “teleclase” y que termina realizando el alumno.
Por su parte, los alumnos que estudian de igual forma en el sistema de educación pública, pero que sí tienen acceso a las tecnologías, el programa “Aprende en Casa II” es un programa de apoyo, pero no necesariamente el programa con el cual se fundamenta el proceso de enseñanza-aprendizaje. Aquí, el docente desarrolla su clase de forma sincrónica con sus alumnos. Y mantiene una vinculación directa con el alumno. En la escuela privada, el programa “Aprende en Casa II” ni siquiera forma parte del proceso de enseñanza-aprendizaje. En ésta, el modelo educativo está fundamentado en un modelo de educación a la distancia a través del uso de una plataforma digital. Y en todo caso, el problema que se tiene en la escuela privada es el “exceso de tareas” a los alumnos. Un aspecto que se podría subsanar a través de las “tareas integradoras”, lo cual implica integrar los diversos contenidos en una tarea y no de forma separada. Ello ayudaría a reducir la carga de trabajo tanto para los maestros como para los padres de familia, sin que ello implique bajar la calidad de los aprendizajes.
Este proceso diferenciado de los aprendizajes, inexorablemente generará un “atraso” en los alumnos. Y ese “atraso” se observará de forma más aguda en los niños y adolescentes con mayor rezago socioeconómico. Y el problema es que lo que estamos ante un proceso irreversible. La educación a la distancia (virtual) llegó para quedarse. Y quien no se integre a ese proceso se quedará atrás. Y la población que está con mayor riesgo, es la población con mayor vulnerabilidad socioeconómica.
Y a quien le corresponde enfrentar esa situación, es al Estado -en sus tres niveles de gobierno-. No se puede permitir que los más pobres se queden atrás.
Si en realidad estamos ante un gobierno que pondera a “los pobres”, una forma de demostrarlo reside en mejorar las condiciones en la que estos últimos reciben educación. Mantener una “educación de pobres para pobres” es inadmisible en un mundo que tiende hacia la digitalización de la educación.