Tanto obsesionarse con las evaluaciones para luego no saber qué hacer con sus resultados. De acuerdo con el INEE, seis de cada diez maestros que acudieron a la evaluación docente salieron reprobados. No tienen un dominio suficiente sobre los conocimientos de las materias que imparten, y tampoco las habilidades que se requieren para ser un buen profesor.
De los 130 mil 503 educadores que participaron del ejercicio, solo 4 mil 558 resultaron excelentes. En contraste, casi 80 mil regresaron a casa con orejas de burro.
¿Qué sigue ahora? Nada relevante. Los reprobados tienen aún dos oportunidades para intentarlo. Si de plano en la tercera ocasión reprueban, entonces sí terminarán fuera del sistema educativo. Es alta la probabilidad para que la gran mayoría obtenga una nota suficiente durante alguna de las siguientes oportunidades.
Para mi el problema radica en otra parte. El pensamiento mágico que se instaló en la mentalidad – tanto de las autoridades como de los legisladores –hizo creer que basta con reprobar a un profesor para que el sistema educativo, milagrosamente, comience a funcionar mejor.
Ya se reprobó a seis de cada diez profes y no pasó, ni pasará nada. Solo confirmamos que la nave no va, pero eso ya lo sabíamos.
Con todo, este ejercicio de evaluación grita varios argumentos que deberían atenderse con cuidado.
Por ejemplo, que los profesores que exhibieron las notas más bajas radican en Chiapas, Tabasco, Guerrero, Campeche y Michoacán (no sabemos de Oaxaca porque ahí la planta docente logró esquivar los exámenes previstos por la Constitución).
En sentido inverso, se confirma que Querétaro, Colima, el Distrito Federal, Baja California y Baja California sur son las entidades con maestros más competentes.
Otra vez el Mexiquito y el Mexicote; uno que, al menos en términos educativos, es aventajado y otro que no logra despegar. El país de la columna fracturada.
Después de la evaluación docente, los maestros que aprobaron obtendrán plazas permanentes y protegidas con estímulos salariales. En hora buena, han sido premiados los profesores de Querétaro, Colima, Distrito Federal y las Bajas. Ellos podrán permanecer, ejerciendo su oficio, dentro de esas entidades, hasta envejecer si así lo desean.
En cambio, se han quedado sin cargo estable, ni estímulos, ni reconocimientos, los docentes de los estados más pobres del país. Condenados al desaliento, a saberse eternamente minusvalorados. Sus resultados, como tantos otros indicadores, son la prueba de que Chiapas, Guerrero, Campeche, Tabasco, Michoacán (y Oaxaca) tienen a la mediocridad como destino manifiesto.
Lo grave del asunto es que justo en la misma región, dónde los profesores no aprobaron la evaluación, es dónde los estudiantes obtienen las peores notas.
Si se revisan los datos de PISA 2012, resulta que las y los niños de Tabasco obtuvieron la calificación más baja, de toda la República. En el penúltimo lugar estuvieron los de Guerrero, una casilla atrás los de Chiapas y los de Campeche no muy lejos de sus compañeros del sur mexicano.
Tanto esfuerzo evaluativo para confirmar lo que ya sabíamos. Los profesores menos preparados y los alumnos con resultados más preocupantes conviven en el mismo salón de clases.
Una solución para divorciar el binomio sería enviar a los alumnos del Mexicote para que tomen clases con los profesores del Mexiquito. Pero es inviable. La otra implicaría mandar a los mejores profesores del país para que impartan clases en las escuelas que muestran los peores resultados.
Que la mejor docente imparta clases en la sierra de Oaxaca, en la tierra caliente que comparten Guerrero y Michoacán, en Ocosingo, Chiapas, en Tenabo, Campeche.
(Podría explorarse también que las y los docentes de las entidades rezagadas pasen una temporada de capacitación en las escuelas dónde se obtienen los mejores resultados).
Valdría la pena hacer el esfuerzo aunque para ello hubiese que pagar el doble a los docentes migrantes, y también enfrentar las barreras políticas que los líderes magisteriales locales opusieran.
Y sin embargo, la manera como recientemente se diseñó el sistema de profesionalización magisterial es contraria a esta propuesta.
El sistema de carrera de los maestros está pensado para funcionar por entidad federativa y por tanto no prevé traslados de una región a otra, ni tampoco estímulos para quien lo haga por razones como las propuestas arriba.
Todo lo contrario. Es un sistema construido para ahondar las distancias entre el Méxiquito y el Mexicote, al menos desde el plano educativo. Para premiar a los que ya sabíamos que merecían premio y para castigar a los que ya sabíamos que tenían rezago.
El ejercicio de evaluación educativa se revelará estéril si su consecuencia no son acciones y políticas públicas prontas y precisas para corregir las fallas. Una obsesión que el Pacto por México vendió políticamente muy cara, y que sin embargo podría volverse mañana moneda sin valor alguno.