La evaluación de los maestros es un tema de moda. La idea de que los maestros deban ser evaluados no es nueva; la feroz insistencia de que lo sean sí es nueva. Tres preguntas: 1) ¿Debemos evaluar a los maestros? 2) ¿Cómo evaluar a los maestros? 3) ¿Qué es ser un buen maestro?
Primera pregunta: Mi opinión es que sí debemos evaluar a los maestros, como también debemos evaluar a los políticos, a los médicos, a los policías, a los funcionarios. El problema es ¿cómo?
Segunda pregunta: No existe un método adecuado de evaluación que arroje más luz que oscuridad o penumbra. Hace un mes, más o menos, un alto funcionario de la SEP, durante un seminario me preguntó sobre el método de valor añadido o valor agregado para medir a los maestros. Ese es quizá el método más utilizado en el mundo que persigue los resultados de pruebas estandarizadas, algo así como: “dime cómo les va a tus estudiantes y te diré como te va ti”. El problema con este método es que es muy limitado porque el tema del desarrollo infantil o de los aprendientes es tan complejo pues no podemos “controlar” por todas las variables que influyen sobre el resultado de los alumnos para aislar el efecto del maestro.
Lo que la evidencia sugiere es que los mejores maestros son aquellos suertudos que tienen en su aula a los mejores niños y no al revés.
La evidencia también dice que maestros y escuelas que en un año muestran resultados maravillosos en sus alumnos, en otro año muestran resultados desastrosos. Entonces, atar la rendición de cuentas a mediciones tan imprecisas o engañosas es inadecuado, injusto e incompetente. Este problema crece cuando premios y castigos son enlazados con los resultados de las evaluaciones.
Esto no quiere decir que no evaluemos a los maestros. Lo que quiere decir es que lo hagamos de otra manera.
El martes 13 de mayo pasado se publicó un artículo en una influyente revista científica (EEPA de AERA) que llega a varias conclusiones devastadoras: 1) políticas que tienden a mejorar la instrucción de los maestros no son un buen camino para influir sobre el aprendizaje de los estudiantes; 2) no sabemos todavía, a pesar de décadas de investigación, lo que realmente es importante en la instrucción; 3) no sabemos qué realmente ocasiona que algunos estudiantes mejoren y otros empeoren, ni con los métodos más sofisticados de evaluación; 4) las bajas correlaciones cuestionan la evaluación de valor agregado de alto impacto pero también las evaluaciones de mejora de la instrucción de bajo impacto; 5) es quizá inútil que los maestros utilicen los resultados de estas mediciones de valor agregado para informarles sobre qué o cómo cambiar su instrucción; 6) las pruebas estandarizadas estatales no son un buen indicador para diferenciar a los buenos de los malos maestros. 7) maestros considerados como buenos, tienen estudiantes con resultados pobres y, viceversa, malos maestros tienen buenos estudiantes; ¡uy!
Este estudio se suma a un rosario de evaluaciones y meta-evaluaciones sobre las mediciones de la efectividad de los maestros que apuntan en la misma dirección. Una lista de los estudios se publica en un artículo con el mismo título de esta nota en mi BLOG.
Tercera pregunta: ¿qué es un buen maestro? Esta es quizá la más difícil. Como lo documenté en mi libro The Lending Power of PISA publicado en 2008/2009 por la Universidad de Hong Kong (traducido como El Poder de PISA) existen muchas variables: un buen maestro es el que motiva, pero también el que sabe disciplinar con ruido constructivo, y el que sabe construir, crear; el que sabe interactuar; el que abre las puertas; el que sabe que hacer lo incorrecto es hacer lo correcto, o que lo que parece malo no necesariamente es malo, como se cuenta en la extraordinaria historia de un joven atribulado y desorientado que robaba libros y tiendas, y que un día su maestra de inglés le dejó robar un libro de la biblioteca y en lugar de detenerlo compró más libros del mismo autor para que misteriosamente aparecieran en el estante socorrido por el ladronzuelo. Este joven destinado para una vida de cárcel, muerte o miseria, agarró la lectura y con ello, se tituló de abogado, ascendió a juez y terminó como ministro de corte de apelaciones. Su hija recibió un doctorado en genética. A veces los resultados de un buen maestro se ven 30 años después.
Por supuesto que hay malos maestros; pero también hay buenos maestros. Por cada mal y mal intencionado maestro debe haber miles de buenos y bien intencionados maestros.
Un buen maestro no lo define el marco de la teoría, sino la práctica del contexto. ¿Por qué? Porque todas las teorías se basan en historias, y todas las acciones en futuros. Los investigadores vivimos en el mundo del a posteriori (analizar lo que ya pasó) y los maestros en el mundo del a priori, lo que todavía no sucede.
Versión competa del artículo con el mismo título en: http://eduardoandere.wordpress.com
El autor es profesor investigador visitante de la Universidad de Nueva York. http://eduardoandere.net