A mitad de mañana me dirijo al estacionamiento de la escuela, entre los carros veo que la maestra Lupita sigue apresuradamente a uno de sus pequeños alumnos de primer grado, luego de algunos intentos finalmente logra sujetar al niño de uno de sus brazos y lo lleva de regreso al salón de clases. Una acción rutinaria que la profesora debe de hacer todos los días debido a que el niño presenta un problema de autismo, de allí su resistencia a estar dentro del aula. Una vigilancia celosa que la maestra tiene que combinar con la atención de los otros 40 alumnos que son parte del grupo, puesto que existe el riesgo latente de que el niño pueda salir de la escuela y extraviarse o simplemente sufrir un accidente dentro del edificio escolar.
En otra escena de la vida escolar, me percato de la despedida lastimosa de una alumna de cuarto grado que se aferra llorosa a su papá cuando éste se presta a marcharse al terminar el recreo. El maestro Alfredo responsable del grupo toma en peso a la niña, la abraza y diciéndole palabras al oído la lleva dentro del salón de clases, platica largo tiempo con ella hasta que logra calmarla y convencerla a seguir trabajando, no sin antes mostrarle con sonrisas, muecas y mímica corporal las bondades de seguir con sus compañeros dentro de la escuela. Una separación dolorosa que el profesor logra suavizar aún y cuando la niña sabe que no volverá a ver a su papá hasta después de un mes, pues el divorcio de sus padres ha marcado definitivamente una separación forzada de la familia.
Asimismo recuerdo el día que Mary Carmen, la niña seria y recatada del grupo de quinto grado pasó hasta el escritorio a revisar su tarea con el cuaderno maltrecho y con el resorte semi salido. Al ver esto, su maestro Sergio le recomendó sobre la importancia de cuidar sus cuadernos, al mismo tiempo que le solicitaba el resto de las libretas para su revisión. Todas estaban en la misma situación, lo que obligó al maestro a reparar el resorte de cada una de ellas con ayuda de unas pinzas. Mientras el profesor hacía esto, la niña empezó a sollozar tristemente. Un llanto comprensible al saber que dos años atrás su papá las abandonó a ella, a su pequeño hermano y a su mamá.
Del mismo modo, no escapa de mi mente aquella escena donde llega la maestra Nohemí acompañada de uno de sus alumnos de segundo grado hasta el estanquillo de la tiendita escolar y sin pensarlo dos veces le solicita a la cocinera que le sirva alimentos al niño y que le anote en su cuenta el costo del desayuno, asimismo, lleva al alumno a la llave de agua y empieza a lavarle afanosamente las sucias y costrudas manos. Una acción rápida que realizó la profesora porque un número importante de niños ya estaban demandando con gritos su regreso al salón de clases porque otros compañeros estaban ya peleando.
Lo anterior son pequeños episodios de lo que es también la vida en las escuelas, porque cuando no se tiene el referente de este contexto es fácil suponer que los maestros vamos a la escuela a enseñar, a facilitar aprendizajes, a ayudar a construir conocimiento a los alumnos. Sin embargo la vida de la escuelas es mucho más que eso, los que hemos transitado ya varios años por los contextos escolares sabemos que la tarea del maestro va más allá de las situaciones pedagógicas e instrumentales que marca la disciplina. La tarea del maestro es muchas veces actos de amor y afectividad, actitud de servicio, acción psicológica y por supuesto son gestos de solidaridad con sus alumnos.
Nuevas tareas que han emergido en los últimos años con gran impacto debido al colapso social y económico que tenemos como nación, porque sería irresponsable omitir realidades como la sucedida en Torreón Coahuila en los años 2008-2012 conocida como la “etapa negra” de la inseguridad, donde según el informe del Instituto Municipal de Planeación (Implan) de esta ciudad, nos dice que las muertes por agresiones de algunos de los padres dejaron a un total de 4 mil huérfanos, cifra que inevitablemente ya ha crecido en los últimos 3 años. Estamos hablando de miles de niños en situación de orfandad en una ciudad de apenas 600 mil habitantes.
Niños que seguramente en su gran mayoría tienen un hogar disfuncional e incompleto en el terreno de la afectividad, la protección y la economía, lo cual se reflejan con facilidad en los contextos escolares tal y como lo muestran los episodios ya presentados. Esto obliga sin lugar a dudas a que los maestros forzosamente tengan que diversificar sus acciones didácticas y hacer uso de capacidades, competencias y recursos que van más allá de la simple pedagogía.
Por eso cuando vemos a algunos niños de las escuelas marginadas de la periferia de las ciudades buscar los sobres de frituras tirados para lamer la escasa salsa que algunos otros niños dejan, o comerse las granadas inmaduras no causa ya sorpresa para los maestros. Sin embargo es un conocimiento novedoso para quien desconoce a detalle la realidad escolar de la escuela pública.
Una realidad que es importantísimo precisarla y difundirla, valorar el trabajo del maestro. Porque un amplio sector de la sociedad sólo sabe la versión que las autoridades corruptas y autoritarias que tenemos en el país le dicen a través de muchos medios masivos de comunicación, que se aventuran irresponsablemente a decir que los maestros no trabajan, que cualquiera puede hacer el trabajo, que son vándalos y huevones. Innumerables apelativos que han surgido en gran cantidad sobre todo ahora de que las confrontaciones entre profesores y el gobierno están subiendo de tono como consecuencia de la imposición de la Reforma Educativa.
Por eso es urgente que la versión de los maestros sea también escuchada, conocida y empiece a ganar consensos ante los embates de denostación que el poder realiza sin miramientos hacia la profesión. Es cierto que un amplio sector del magisterio nacional no comparte los métodos de defensa y resistencia que hacen los compañeros del sureste mexicano aglutinados en la CNTE, eso es válido y respetable en una sociedad democrática. Lo que es censurable, es que estos maestros se queden con las manos cruzadas y temerosamente inmóviles ante los embates de denostación generalizada y sin argumentos que hace el gobierno federal de los maestros y su trabajo, aún y cuando conocen muy de cerca las implicaciones y dificultades que la tarea docente demanda en la actualidad.
Es necesario que al menos otorguemos voz a la profesión, que la defendamos, que construyamos nuestro discurso, que dejemos emerger y pongamos en la discusión pública la realidad de hambre que viven diariamente muchos de nuestros alumnos, la falta de un simple lápiz para escribir, las inasistencias de varios días a la escuela por enfermedades que tardan en curar a causa del medicamento similar que otorga el seguro popular, por la falta de unos pesos para pagar el camión para el traslado o por el simple “no tuve que darle de comer al niño por eso no lo traje a la escuela” que los padres mencionan a los maestros para justificar las faltas.
Y lo que me parece todavía más grave, una gran contradicción y una lamentable ausencia de solidaridad hacia la profesión, es que conociendo esta realidad adversa que viven los alumnos de la escuela pública, haya maestros que se suman al coro del escarnio que algunos grupos encabezados por el gobierno y televisa realizan de la función docente. Sobre todo cuando saben que es un gobierno que se ha caracterizado por los innumerables actos de corrupción que promueve, soslaya y encubre para sus aliados.
El caso más reciente y que tiene que ver con la profesión, es sin duda el fraude que cometió la SEP y el SNTE al “robarse” en el primer trimestre de 2016 el salario de 5 mil plazas docentes para pagar comisionados en funciones sindicales según datos del Sistema de Administración de Nómina de la Secretaría de Educación Pública, un pago indebido por la ley que ellos están imponiendo a sangre y garrote, la cual prohíbe en el Artículo 78 el pago de comisionados sindicales.
El secretario Aurelio Nuño, los gobernadores y los líderes de opinión afines al poder no se cansan de satanizar, amenazar y ejecutar descuentos y despidos a los maestros que resisten a la Reforma, a ellos les aplican la “Ley”, -los vamos a echar- declara el secretario de educación en cadena nacional. Pero al mismo tiempo calla, solapa y omite fraudes y arbitrariedades que comenten sus aliados. Una doble moral que la sociedad mexicana incluyendo el magisterio en su totalidad debería de rechazar y censurar con firmeza. Sí echa a los maestros de la CNTE, tendrá también que empezar por echar a los miles de comisionados del SNTE que sigue protegiendo impunemente y que no han regresado todavía a las escuelas, donde está su lugar.
Por lo anterior, los maestros tenemos que informar al pueblo de México que la realidad educativa es complicada y no va a mejorar con la Reforma Educativa como tendenciosamente los grupos en el poder le están haciendo creer. La vida en las escuelas está en estrecha relación con el bienestar social y familiar. La construcción del conocimiento en los niños y el desarrollo de habilidades intelectuales es un proceso complejo que es casi imposible conseguirlo de manera masiva mientras siga existiendo un alarmante nivel de desintegración familiar, desnutrición y hambre, violencia y abandono, orfandad, carencias económicas, problemas de discapacidad y trastornos neurológicos mal atendidos, entre otros.
Y por supuesto no va a mejorar, mientras tengamos un gobierno autoritario que impone una Reforma Educativa sin consultar a los maestros, sin escuchar a los especialistas. Un gobierno que miente de manera frecuente, que manipula la información y además no es transparente. Un gobierno que está empeñado en golpear y deshacerse de los “vándalos y huevones” como hace llamar a los maestros que se resisten a su autoridad. Un gobierno perverso que está enfermo de soberbia, un gobierno que reprime al rebelde y premia al sumiso, permitiéndole el robo y la tranza, lo que nos ha llevado a tener una corrupción a niveles escandalosos de impunidad.
Claudio Alberto Escobedo Hernández, profesor de nivel primaria con 18 años de experiencia frente a grupo en el estado de Coahuila.