Darles un papel a los estudiantes en la evaluación de sus maestros suscita temores. Algunos docentes y responsables del desarrollo de políticas educativas creen que los alumnos no tienen criterio de juicio maduro para asumir tal responsabilidad. Se preocupan por la confiabilidad de las apreciaciones y creen que los alumnos reservarán sus mejores evaluaciones para los profesores que les regalan la calificación.
El doctor Gregory Prince disiente. Hasta hace poco, era Presidente (Rector) de Hampshire College, en Amherst, Massachusetts, y Coordinador del Consejo de Justicia Étnica y Racial del Colegio de Abogados Nacional (American Bar Association). Hace tres años se jubiló y ahora trabaja con una fundación que busca oportunidades para alumnos pobres en las universidades. Uno de los programas de la fundación es un campamento académico de verano que prepara a los participantes para el éxito en admisiones y desempeño académico posterior. El Dr. Prince contrata para el campamento los mismos profesores de los colegios de los estudiantes, mayormente ubicados en ciudades cuyos centros dilapidados la clase media abandonó hace tiempo, como Newark, Camden, y Baltimore. El proceso de selección de los maestros contratados para el campamento es sencillo: preguntarles a los muchachos. “Ellos saben quiénes son los maestros excelentes”, asegura Prince.
Como si fuera idea revolucionaria: los muchachos saben cuáles profesores son de calidad, y dirán la verdad al respecto. El Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) incluye a opiniones expresados en “grupos focales” de alumnos como factor de consideración en la evaluación de los docentes mexicanos. Sin embargo, esto debería hacerse con encuestas, no con grupos focales, ya que la presión social cuando hay que hablar frente a un grupo asegura que los alumnos más confiados y extravertidos siempre hablarán más que sus compañeros menos asertivos, y sus opiniones influenciarán a los demás.
La encuesta ideal para plasmar las opiniones de los estudiantes debe tener pocas preguntas y ser fácil de administrar. Debe concentrarse en comportamientos en el aula, no basarse en valoraciones intangibles. La investigación Tripod comprobó que con cinco a siete afirmaciones los estudiantes, consistentemente y con un alto grado de confiabilidad, indican con cuales profesores aprenden más. Y sus apreciaciones son comprobables por pruebas objetivas de desempeño académico. Los alumnos deben indicar si están de acuerdo o no con siete afirmaciones como estas:
- El maestro/la maestra de esta clase me alienta a hacer mi mejor esfuerzo.
- El profesor/la profesora de esta materia me mantiene el interés. No me aburro.
- Nuestra clase se mantiene ocupada y no pierde tiempo.
- La profesora/el profesor de esta materia nos da tiempo suficiente para explicar nuestras ideas.
- Cuando estoy confundido/a, mi profesor/a sabe cómo ayudarme a entender.
- Mi profesor/a quiere que pensemos, no solo que memoricemos cosas.
- Mi profesor/a toma el tiempo de resumir lo que aprendemos todos los días.
Si los estudiantes están de acuerdo con estas siete afirmaciones sobre su maestro/a, se trata de un docente de calidad. ¿Sencillo, no? ¡Pregúntales a los muchachos! La encuesta representa un beneficio adicional para los profesores al proveer una descripción resumida de las buenas prácticas pedagógicas. Claro que no es la única evidencia de calidad profesional que se debe considerar, pero dentro de un proceso de evaluación docente multifacética, conviene respetar la opinión de los estudiantes. Educar a un alumno es guiarlo a que vaya encontrando y haciendo más contundente la expresión de su voz auténtica. Es posible en la medida que confiemos en la seriedad de los contenidos expresados.
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