Rosalina Romero Gonzaga*
Los modos de vida y la filosofía socialista que dieron origen a los movimientos juveniles han desaparecido. En su lugar ha nacido una filosofía existencialista que cambia el antiguo concepto de integración social del individuo en la clase social por un concepto de aversión a lo social […] El concepto de «clases sociales» va perdiendo el valor originario, puesto que los miembros de las antiguas clases opuestas se van homogeneizando bajo un denominador común. Así, los antiguos movimientos juveniles han originado los grupos de juventud. El concepto de «nueva ola» … es todo un estilo de vida en boga entre los jóvenes.
Trías Mercant en Carles Feixa (1998). De jóvenes, bandas y tribus. Barcelona, España, pág. 55.
¿Importan los adolescentes y jóvenes?
Los adolescentes y jóvenes han sido confinados en categorías estadísticas rígidas, donde existen más lagunas que certezas, más ignorancia que conocimiento sobre sus intereses, motivaciones, inquietudes, expectativas y, también, esperanzas, temores y frustraciones. El abandono, desinterés y desprecio profundo de los adolescentes y jóvenes ha sido consecuencia no sólo de la globalización y las políticas neoliberales impuestas a los países en desarrollo sino de la falta de visión y sensibilidad política de la clase gobernante y la imposición de la autoridad patriarcal.
Nuestra sociedad, es una sociedad de autoridades patriarcales. Nacemos en el seno de la autoridad del padre, la madre, el abuelo, la abuela; somos educados, gobernados o dirigidos por autoridades patriarcales (maestro, director, funcionario, político, sacerdote, jefe) y la mayor parte de nosotros asumimos roles de autoridad patriarcal a temprana edad. Reproducimos el esquema cuando llegamos a la edad adulta y condenamos a los niños, adolescentes y jóvenes por pensar y hacer las cosas de diferente manera.
De la autonomía a la dependencia
El poder estatal, con sus procesos análogos de jerarquización social, división del trabajo y urbanización, posibilitó la aparición de la juventud primero, entre los varones de las clases privilegiadas y, posteriormente, entre las mujeres y grupos marginados a los que ya no se reconocerán los derechos sociales de que disfrutaban. En la antigüedad, a los jóvenes se les reconoció socialmente para asumir la defensa de la patria, pero no para gestionar su patrimonio. Aumentaron las formas de control familiar, escolar, moral y penal sobre los adolescentes y jóvenes y comienza a establecerse límites etarios para clasificarlos. En la Edad Media, la adolescencia llegaba hasta los 21-28 y la juventud se alargaba hasta los 40 o 50 años. La adolescencia y juventud fueron descubiertas a finales del siglo XIX (1870), se generalizaron en el primer tercio del siglo XX y después de la segunda guerra mundial se impuso en Occidente la idea de la adolescencia y juventud como períodos libres de responsabilidades, políticamente pasivas y dóciles. Las edades para ubicarlas han variado en el tiempo, pues han dependido de los sistemas de producción, de la estructura de clases, de los objetivos y valores del sistema político y del sistema educativo. En el antiguo régimen, los niños de siete o nueve años se insertaban en la vida adulta al llevar a cabo las tareas domésticas para aprender los oficios y habilidades, lo que los hacía ser independientes desde una edad temprana; los adolescentes y jóvenes rara vez se les representaba y se les consideró adultos con derechos acotados. La ampliación de la edad ha respondido a factores demográficos, biológicos, psicológicos y, sobre todo, sociales. Los adolescentes y jóvenes fueron categorías sociales que nacieron con el desarrollo del Estado y las sociedades modernas al contener en grupos etarios a individuos dependientes de las instituciones y las reglamentaciones establecidas. Se trató de individuos carentes de autonomía e independencia, que fueron sujetos de controles familiares e institucionales.
La era de los excluidos y olvidados
En la era de las transformaciones económicas y tecnológicas, los adolescentes y jóvenes vuelven a reclamar deberes y derechos de la adultez ante el crecimiento del desempleo, la extensión de la dependencia familiar, la ampliación de las formas de coexistencia previas al matrimonio, el desinterés por la educación, la demora en la inserción social, el anticipo de la primera paternidad, el embarazo prematuro, la pervivencia de las actividades de ocio en edades maduras las cuales se han amalgamado con las drogodependencias y las nuevas formas de violencia social para dar forma a tendencias contradictorias que se han resumido en el calificativo de la «generación X». Fresas, chetos, kumbas, jipitecas, chavos banda, okupas, rastas, skinheads, skaters, pachucos, punks, cholos, chacas, reggaetonero, emos, floggers, darks, góticos, cumbieros, porros, caifanes, tiras, maras, son variedades de expresiones políticas, sociales, culturales conformadas por niños, adolescentes y jóvenes que buscan su identidad en una sociedad invadida por arquetipos construidos desde y por el capitalismo postindustrial y reproducido por las sociedades patriarcales. Esas etiquetas no hacen más que reflejar los espacios que, a fuerza de violencia o abandono, reclaman por décadas los adolescentes y jóvenes, a los que se han agregado niños de entre 9 y 12 años y que se les niega de manera sistemática sus deberes y derechos.
Desde los estudios académicos, a los adolescentes y jóvenes se les ha ubicado como una categoría cultural integrada por hombres y mujeres dependientes, conformistas (entre los burgueses o clase media alta) y delincuentes (entre la clase media baja o lumpenproletariado), susceptibles de ser contenidos en movimientos sociales (juventudes católicas, juventudes obreras) o político-ideológicos (juventudes hitlerianas, jóvenes turcos, juventudes sandinistas 19 de Julio, #YoSoy132) que, para bien o para mal, han exigido espacios para ser tomados en cuenta. Sin embrago, los adolescentes y jóvenes han sido confinados a ser un conglomerado social abstracto, vacío y carente de importancia política práctica, segregados por la edad bajo el estereotipo de conformismo. Ambos grupos se les ha descrito bajo el signo de la despolitización, el escepticismo y el consumismo como parte de la transformación de la sociedad rural, industrial y posindustrial.
A nivel internacional el panorama es desalentador. Los adolescentes carecen de una definición etaria: algunos lo ubican entre los 10 y 14 años; otros entre los 10 a 19 años; otros más entre los 14 y 29 años y de un instrumento formal internacional que defiendan sus derechos. Los jóvenes son llamados a “transformar el mundo” sin involucrarlos por completo en las decisiones públicas. Los instrumentos de protección hacia los niños, adolescentes y jóvenes sólo existen en los informes oficiales y las legislaciones sin mayores repercusiones para protegerlos. Por el contrario, la adolescencia y juventud han sido divulgadas como “problemas sociales” por parte de los guardianes de la moral (sean organismos internacionales, gobiernos nacionales o grupos económicos y políticos) y como sujetos poco visibles y protagónicos. La gran mayoría de los adolescentes y jóvenes del mundo (el 88%) vive en países en desarrollo, es decir, 1 de cada 6 adolescentes vive en los países menos desarrollados, predominantemente en las zonas urbanas. Los adolescentes y jóvenes no constituyen sujetos de derechos, dado que se les considera carecen de los conocimientos y la confianza en sí mismos para tomar decisiones bien fundamentadas. Sigue sin atender sus características, rasgos, valores, aspiraciones e identidades, razón por la cual los Estados nacionales y los organismos de financiamiento o cooperación internacionales suelen perderlo de vista cuando elaboran los programas o recomendaciones para dichos grupos. De manera recurrente, el concepto de la adolescencia se ha superpuesto con el de la juventud como una manera de homogeneizarlos. Incluso, el límite de edad para ubicar a los adolescentes se ha ampliado debido a la prolongación del proceso educativo, las percepciones de incertidumbre económica y laboral, así como las mayores aspiraciones que poseen. Todo ello, como parte de los nuevos códigos que despliega la posmodernidad.
Nosotros los adolescentes y jóvenes
No nos debería asombrar la violencia que regresa y recrudece no sólo en los espacios escolares sino en las calles y las propias familias, ya que representa la extensión y ampliación de un proceso de desprecio, estigmatización y abandono sistemático, desde antaño, que niega la existencia misma de las diversas expresiones de los adolescentes y los jóvenes. Desde las familias, las escuelas, las universidades, los centros de trabajo, las instituciones y las agencias oficiales se siguen restringiendo los espacios para los adolescentes y los jóvenes. El olvido culpable es de quienes se niegan a ver que los adolescentes y jóvenes han sido utilizados históricamente por las instituciones y el poder político para fines diversos, sean delictivos o de integración social, sin preocuparse por atacar de fondo las estructuras y poderes verticales, y autoritarios que arrastran a los adolescentes y jóvenes al círculo perverso de la pobreza, la marginación, la división, la desigualdad y la exclusión social.
El nuevo gobierno que entra en funciones el 1 de diciembre, pero que ya se mueve desde distintos espacios, tendrá que abordar y desterrar vetustas formas patriarcales, patrimoniales y corporativas utilizadas en el pasado, alejarse de éstas, imaginar nuevas formas de interlocución y ofrecer espacios de desarrollo personal, educativo, laboral que permitan reconstruir el ser de cada niño, niña, adolescente y joven para hacerlos sentir y formar parte de una sociedad agobiada por sus propios prejuicios y exclusiones.