A raíz de la muerte de Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, se observaron al menos dos fenómenos mediáticos dignos de comentar. Por un lado, el patético guión de Televisa para despedir al humorista de 85 años. Se llegó a tal nivel de lucro y descaro que incluso un “actor” que conducía el funeral televisivo llegó a decir: “véngase a la celebración en el Estadio Azteca, no le va a costar nada”. Por el otro lado, en las redes sociales, diversos trabajadores del intelecto como académicos, profesores universitarios y algunos otros que se identificaban como “escritores”, lanzaron duros mensajes contra el cómico. La mayoría de éstos subestimaron el trabajo de Chespirito por distintas razones. Unos le reclamaba sus funciones “extra artísticas” como por ejemplo que “le sirvió al régimen del PRI” y luego que “apoyó a Fox”. Otros, aseguraron que gracias a sus programas y personajes como el Chavo del 8, “millones” habían aprendido a ser insensibles a las carencias, acosar al débil, permitir abusos y tener como máxima aspiración una torta de jamón.
Ambos fenómenos llaman mucho la atención. Del primero referente a las taras de Televisa no me voy a ocupar ahora, aunque éstas aparezcan sin cortes y en horario estelar todo el tiempo. Quisiera comentar, más bien, el segundo fenómeno que está relacionado con las valoraciones que hacen algunos académicos del trabajo del cómico mexicano.
Como dije, Chespirito ha sido duramente criticado por trabajar para Televisa y, según sus detractores, por reforzar la función deseducadora de esa empresa. Comparto las críticas a Televisa, la cual nunca se ha interesado por realizar una amplia labor cultural mediante el poderoso instrumento que es la televisión. Como a muchos, les interesa sólo el rating, dinero y lo inmediato, subestimando la capacidad de gusto y asombro de los mexicanos. Sin embargo, ¿por qué no podríamos reconocer algún mérito en Chespirito, independientemente de su lugar de trabajo? ¿Es honesto conectar de manera automática la pésima función de Televisa con el trabajo del comediante? ¿Hay que odiar a todos los que llaman televisos para ser popular académica e intelectualmente?
Al leer sus Memorias, uno puede saber que Roberto Gómez Bolaños no siempre trabajó para Televisa. En sus inicios y por un largo rato, prestó sus servicios para una empresa que era la competidora de ésta (Televisión Independiente) y fue ahí donde nacieron sus personajes más importantes como el Chapulín Colorado y el Chavo del 8.
Además, contrario a lo que se supone, Chespirito estudió ingeniería, profesión que dejó para ser aprendiz de productor de radio y televisión en una agencia de publicidad en donde, dice, escribía textos para comerciales, leyendas de carteles e incluso, jingles y eslogan para empresas. Más tarde, escribió guiones radiofónicos y televisivos para diversos cómicos entre ellos, Viruta y Capulina y Manolín y Shilinsky. Además, Gómez Bolaños ganó un concurso relacionado con la redacción de artículos deportivos en La Afición, compuso canciones – algunas malas y otras muy ingeniosas como “La Ciruela Pasa” – y escribió y dirigió varias obras de teatro. ¿No es esto reflejo del talento individual? ¿Por qué restarle méritos al comediante si su proceso creativo comenzó previo a su contrato laboral con Televisa? Puede que nos guste o no su trabajo, pero ese juicio tendría que estar basado en un mejor razonamiento y no simplemente en una mera contingencia: el lugar donde trabajó por un tiempo.
Por otro lado, hay otra cosa que también irrita a algunos “académicos” y ésta es la supuesta función extra artística del trabajo de Chespirito, es decir, las repercusiones que, según sus detractores, van más allá del simple hecho de hacer reír o entretener. A sus “críticos”, no les interesa apreciar la actuación de un personaje como el de la Chimoltrufia, por ejemplo, sino que esa caracterización supuestamente refuerza el estereotipo de una mujer “jodida” e ignorante.
¿Eso mismo pensaría Chespirito al crearla? ¿Quería el cómico mexicano cometer deliberadamente ese supuesto “daño social”? No; según Gómez Bolaños, la Chimoltrufia era una “delicioso y adorable” papel que tomaba vida gracias a su esposa, Florinda Meza. Para su creador, el personaje representaba a una “luchadora incansable, discutidora sin remedio, segura de sí misma, inculta pero inteligente, honesta en todos los sentidos, valiente, emprendedora, orgullosa cuando era necesario pero dulce y tierna cuando las circunstancias lo exigían”. ¡Chanfle!
Ante las discrepancias de significado sobre el personaje de la Chimoltrufia, ¿a quién creerle? ¿A los críticos de Chespirito que ven cosas en donde su creador claramente no? ¿No será que en ocasiones los académicos vemos cosas en donde no las hay? ¿En qué teoría o epistemología nos apoyamos para justificar tales “observaciones”? Además, ¿será cierto que al ver los personajes de Chespirito, “millones” nos volvemos conformistas, babosos y egoístas? ¿Por qué algunos sectores “ilustrados” de México suscriben fehacientemente que existe una relación directa entre ver un programa y adoptar ciertas conductas? Para ellos, no somos personas sino robots o autómatas.
Juzgar manifestaciones tanto de la “alta cultura” como de la “popular” con criterios morales parece arriesgado, pero esto amerita un debate que ojalá pronto los centros intelectuales organicen y promuevan y repito, puede o no gustarnos el trabajo del cómico mexicano, pero su valoración estética, supuesta función social y la elección tanto de verlo como de evitarlo, podría estar basada en mejores tipos de razonamiento. Que nos se nos chispotée.
Profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro (FCPyS).