A pocos días de culminar el año, un hecho por demás doloroso y lamentable ocurrido hace varios meses, sigue presente en la memoria de muchos mexicanos: la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Con seguridad, muchos podrían decir que este tema ha dejado de tener importancia, tal vez, haya quien se atreva a afirmar que esto es cosa del pasado o, peor aún, puede ser que algunos cuantos se hayan quedado con la idea que vendió el Estado Mexicano a través del ex Procurador General de la República (PGR) sobre “la verdad histórica de los hechos”. Cosa más triste sería ésta pero vayamos por partes, porque de este asunto todavía hay mucho que decir.
Desafortunadamente, vivimos en un país en el que como ciudadanos, no creemos en las autoridades. Consecuencia obvia de los “malos manejos” en los que han incurrido muchos de los funcionarios públicos de primer y segundo nivel gubernamental, llegando hasta el propio Presidente de la República – cuya aceptación por parte de la sociedad ha ido en picada – y que, para acabar pronto, lo único que ha generado, ha sido la revelación de los más “íntimos secretos” de la política mexicana y la exhibición de varios funcionarios en los medios de comunicación nacionales e internacionales, ya sea por sus mismos “colegas” o por quién sabe quién, pero que ha dejado entrever una lucha desmedida por el poder y la suciedad e inmundicia de buena parte de “la clase política mexicana”.
Pero volviendo al tema que me ocupa, ¿por qué no fue, es y será aceptada por la sociedad la versión que dio el entonces Procurador de la República? La respuesta es simple, por los altos niveles de corrupción e incredulidad del que gozan los funcionarios públicos en mi México querido, aunque de públicos… ¿tienen mucho? En fin, ello explica el por qué aún se tiene en la mente a los jóvenes estudiantes de la Normal Isidro Burgos de Iguala, Gro.
Fíjese mi apreciable lector, que hace unos días leía con atención el libro titulado “La noche más triste: la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa”, en el que su autor, Esteban Illades, da a conocer este suceso a partir de una investigación profunda y de la cual, deseo compartirle un párrafo que en lo personal sigue retumbando en mi cabeza: “Algunos intentaron explicar lo que había ocurrido pero sólo tenían fragmentos del terror de la noche del 26. Pasarían cuatro días para saber con exactitud cuántos compañeros seguían desaparecidos: 43. Faltaba la parte más horrible de la historia, que el destino de esos 43, saliera a la luz”. Con estas palabras me gustaría plantear algunas sencillas interrogantes: ¿puede imaginar el por qué sigue retumbando esta idea en mi cabeza?, ¿puede usted imaginar por un momento el suceso y lo que cada uno de estos jóvenes pasó en esos instantes?, ¿puede usted imaginar y hasta llegar a sentir el horror, pánico, miedo, y demás calificativos que pueden emplearse en esta tragedia?
Así es, la clave de estas preguntas está en imaginar lo sucedido y ponerse en el lugar del otro para intentar comprender la magnitud del suceso y obtener de esta forma, las respuestas. Una “noche negra”, policías, ruido de sirenas, disparos de armas de fuego, jóvenes acorralados, gritos desaforados de todo tipo, vecinos asustados, personas asesinadas – sin deberla ni temerla –, confusión, caos, pánico, desolación, incertidumbre, tristeza, angustia, dolor, muerte.
En los últimos meses y días, he leído, escuchado y visto, varias apreciaciones e interpretaciones de los hechos de Ayotzinapa como la que líneas atrás he expuesto. Todas ellas – si usted quiere – válidas, finalmente cada uno tiene un punto de vista sobre este desafortunado incidente. Sin embargo, en todos ellos, hay algo contundente: la falla del Estado Mexicano. Falla que nos ha llevado – a quienes escribimos – a ocupar líneas y líneas sobre un hecho triste y lamentable, pero que seguiremos recordando los mexicanos como el más grande fracaso del estado a través de su gobierno. Un estado-gobierno cuyo principio de existencia, ha sido, es y será, salvaguardar y garantizar la vida de las personas que lo habitan, sean éstas temporales o permanentes, en cualquier caso, la vida del ser humano es y debe ser su prioridad inmediata sencillamente porque a él debe su existencia, a él debe su permanencia.
Pero no, tal parece que no ha sido así y menos en Iguala. Con seguridad habrá quienes me cataloguen de alarmista y exagerado al calificar de esta manera a una forma de gobierno o al gobierno mismo, la verdad es que no me importa mucho. Y no me importa porque ante la “desaparición o muerte” de estos jóvenes, no hay calificativo que me lleve a decir y afirmar que el estado ha fallado. Las razones para sustentar lo que he dicho son muchas, creo que muchos las conocemos y poco o nada estamos haciendo.
Como padre de familia, me preocupa la situación que hoy vivimos. Vaya, ni siquiera me atrevo a pensar que mi hija pudiera pasar por una situación similar. Como profesionista, cada mes, cada semana, cada día, cada hora, cada minuto, intento poner mi máximo esfuerzo para aportar algo a una sociedad que al parecer poco a poco se va desquebrajando por culpa de “los malos gobiernos”. Como ser humano, me entristece lo que vivimos. Me duele el que un grupo de jóvenes estudiantes no vayan a iniciar un año más en un país que no asegura el bienestar de sus ciudadanos.
No. Este sentir no es desagarrase las vestiduras – como podría pensarse –. No es mi estilo. Y tampoco se trata de fijar una postura de izquierda, derecha o centro. Se trata más bien, de una realidad evidente que, por más difícil que parezca, debe tragarse para opinar o emitir un juicio al respecto. Si, efectivamente, la calidad moral no puede estar a mi favor, de hecho ni siquiera la contemplo, pero como ciudadano pensante y perteneciente a un país que amo profundamente, expreso mi sentir y lo comparto con ustedes y con los padres de familia de esos jóvenes que “no aparecen”. Ellos están y estarán en nuestra mente, y con mucha seguridad en enero próximo, en alguna de esas aulas de la Normal Isidro Burgos retumbará: los 43 normalistas… ¡están presentes!
Docente en Escuelas Normales en Tlaxcala.
Twitter: @Lalocoche