Las pasiones inflamadas rechazan la prudencia; sin embargo, cuando se vive una crisis, hay que reflexionar. Los actores del movimiento deben esforzarse por encontrar un plano de racionalidad que pueda hacer de su movimiento un hecho histórico positivo y no un fracaso.
No estamos ante una lucha fratricida y es falso que se enfrentan dos mundos conceptuales excluyentes: de un lado los buenos, de otro, los malos. Ese maniqueísmo es falso y deleznable. Todos somos, a la postre, ciudadanos mexicanos. Mexicanos que no opinamos lo mismo sobre un tema determinado: el tema determinado sobre el que disentimos es la forma en que se administra la carrera profesional docente.
El viejo modelo
Antes existía un modelo con reglas laxas que daba márgenes amplios para la acción arbitraria de líderes sindicales y de burócratas. Para ingresar a la profesión docente se presentaba un examen: quien lo pasaba tenía plaza, quien no lo pasaba, no la tenía. Sólo que algunos líderes (y otros tantos burócratas) entregaban plazas a personas que no presentaban examen. Se vendían plazas. Cada plaza costaba 80 o 100 mil pesos. En otros casos, las regalaban. ¿A quién se la regalaban? A sus amigos. A sus compinches, a quienes les prometían obediencia, lealtad, etc. En otros casos las plazas, como si fueran bienes privados, se heredaban de padres a hijos. Llegó a darse el caso de que un maestro ingenuo anunció en la sección de Clasificados de El Universalque vendía una plaza de tiempo completo de primaria. Otro tanto ocurría con las promociones. Las plazas de director o supervisor, en muchos casos, se asignaban según criterio arbitrario de tal líder sindical o de tal burócrata. Y, finalmente, sucedía algo similar en la concesión de estímulos, donde siempre hubo (incluso con Carrera Magisterial) manipulación del sistema por parte de líderes y burócratas.
En el antiguo sistema los que mandaban eran los poderosos; los que sufrían las injusticias eran los débiles; los profes que no tenían palancas ni dinero. Este orden de cosas contribuyó decisivamente para generar la actual crisis de la educación.
El nuevo modelo
La reforma busca solucionar los problemas del viejo modelo y propone se adopte como base un principio: el principio del mérito. Darle a cada quién según su mérito. Para saber cuál es el mérito de cada quien se hacen concursos de oposición basados en evaluaciones. Yo quiero ingresar, me evalúo. Yo quiero promoverme para director, me evalúo. Yo quiero ganar incentivos (como ocurría en Carrera Magisterial) me evalúo.
La evaluación más polémica –el eje del malestar– es la llamada evaluación de desempeño. Es aquella que deben presentar todos los docentes, al menos una vez cada 4 años. Los profesores que tenían plaza antes de 2013 jamás la perderán, en cambio, de no superar tres evaluaciones anuales consecutivas serán retirados de la actividad docente y adscritos a otras tareas. Por su parte, los profesores jóvenes que entraron después de 2013 recibirán formación con apoyo de tutor, pero tendrán que evaluarse anualmente en dos ocasiones. Si alguno de éstos no obtiene notas suficientes en estas evaluaciones, será separado de su trabajo. Este es el punto crítico.
La inteligencia nos dice que no hay que echar abajo, la reforma en su totalidad, en todo caso hay que preservar el principio de que plazas y puestos se asignen con base en el mérito, que la evaluación de desempeño adopte otras características y que se consideren formas más adecuadas para “evaluar la permanencia”. La reforma –dijo Sylvia Schmelkes–, se puede mejorar; sería un grave error histórico de consecuencias incalculables que se derrumbara por completo lo ya construido.