Javier García Zapata
Si el tsunami de noticias sobre nuestro cada vez más intenso y abrumador tema electoral y sobre los reiterados hechos de violencia en el país le han dejado espacio para asomarse a lo que ocurre en otras naciones, sin duda está enterado de que Nicaragua vive una tensa calma tras una serie de protestas cuyo saldo fue la muerte de varias decenas de personas, sobre todo estudiantes, y el desistimiento del gobierno de aplicar las reformas al sistema de pensiones.
Seguro sabe usted que el régimen encabezado por Daniel Ortega, o más bien por su mujer, Rosario Murillo, aprobó una serie de medidas orientadas, según afirmó, a “evitar la privatización del servicio, mejorar la atención médica para todos y garantizar la seguridad social para la población”. (Más o menos los mismos pretextos que acá utilizó Felipe Calderón hace una década para reformar la ley del ISSSTE, en lo que según él fue “un triunfo para la política, la economía y para la democracia”).
Con tal propósito, las pensiones tendrían una disminución del 5%, mientras que las aportaciones de los trabajadores aumentarían de 6.25 a 7%, y la cuota de los patrones pasarían del 19 a 22.5%. La reforma dejaba intacta la edad para jubilarse, 60 años, y el tiempo laborado: 15 años o 750 semanas, considerado uno de los más bajos del mundo.
En apariencia se justifica el mal menor por el bien mayor, y parecieran no tan gravosas las nuevas cargas.
Y, sin embargo, comenzaron las protestas, curiosamente encabezadas por los estudiantes, que salieron a las calles a exigir al gobierno que diera marcha atrás. Las manifestaciones fueron reprimidas por la policía y el ejército, con el apoyo de grupos sandinistas; el resultado fue decenas de muertos, heridos y desaparecidos, además de cuantiosos daños materiales, incluidos los que sufrieron edificios históricos.
Aunque no tan rápido como hubiese sido lo deseable, pues la situación no se hubiera desbordado tanto, Daniel Ortega salió al paso, frenó la reforma motivo de la discordia, llamó al diálogo y pidió la interlocución de la jerarquía católica.
Los estudiantes por un lado, el sector privado por otro y la Iglesia Católica por su parte, convocaron a sendas manifestaciones.
Ortega y su esposa (“dictadura bicéfala”, los definen) ha encontrado un fuerte crítico y adversario en su otrora aliado, el ya casi centenario sacerdote y poeta Ernesto Cardenal (¿Quién no recuerda aquel su epigrama: “Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido: / yo porque tú eras lo que yo más amaba / y tú porque yo era el que te amaba más. / Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo: / porque yo podré amar a otras como te amaba a ti /pero a ti no te amarán como te amaba yo”.),
En entrevista exclusiva con la agencia de noticias DPA, Cardenal dijo que “no debe haber diálogo” entre el presidente Daniel Ortega y la sociedad civil, sino que debe elegirse “otro gobierno, una república democrática”.
Afirmó que el diálogo carece de sentido, porque ” el diálogo es para entenderse, y nosotros no nos podemos entender”. Hace dos años Cardenal se declaró “perseguido” por los Ortega.
De cualquier forma están previstas pláticas con mediación de cinco obispos, en fecha aún no confirmada.
Ortega encabezó este lunes una manifestación, durante la cual dijo precisamente que “está pendiente la instalación de un diálogo para tratar de ver temas que tienen que ver con la justicia social y económica, y la seguridad de los nicaragüenses”.
Bueno, ¿y qué es lo que tendríamos que tomar como lección de lo que está ocurriendo en tierras de Sandino?
En primer lugar el hecho de que no hay mal que dure cien años (aunque la Colonia duró 300 años y la ocupación árabe en España se llevó casi ocho siglos, y el PRI busca llegar al centenario en el poder, disfrazándose tres veces de PAN), y Ortega ha sido presidente en dos ocasiones, para un acumulado de 22 años: de 1979 a 1990, y de enero 2007 a la fecha (Don Porfirio estuvo 30 años, y Benito Juárez sólo alcanzó a despacharse con 15).
También, que en realidad el asunto de las pensiones fue sólo el detonante de toda la inconformidad por la corrupción y la ineficiencia gubernamental que se venían arrastrando, y que el gobierno no únicamente desoyó indiferente sino que respondió con frivolidad, expresada en las decenas de “árboles de la vida” que la vicepresidenta y esposa de Ortega mandó colocar por todo Managua.
Los “chayoárboles” son enormes estructuras metálicas de hasta 20 metros de altura, de formas estilizadas, de variados colores y con iluminación. Muchos fueron derribados durante las protestas.
Otra lección es que los estudiantes —a los y de los que Ortega dijo que no habían conocido los horrores de la guerra interna— fueron quienes se pusieron al frente de las protestas, con total determinación y valentía. Sin duda, fue importante el acompañamiento de maestros y directivos universitarios.
Asimismo, se puede observar que a la postre Ortega sí hizo algo de caso, y por lo pronto consiguió una tregua. Al menos evitó más derramamiento de sangre, si bien la exigencia ahora es que se marchen su mujer y él. Como diría el filósofo juarense nacido en Michoacán: “Pero qué necesidad”, y qué necedad haber puesto oídos sordos, cuando pudo consensuar con la población, no con su camarilla, la reforma que provocó el estallido.
Para retortijón de los jacobinos, es evidente que la Iglesia Católica conserva reconocimiento, prestigio y confianza entre la población, gracias a la presencia y activismo de clérigos como Ernesto Cardenal, y se la considera interlocutor válido y viable, habida cuenta de la pérdida de confianza en otras instituciones.
Otra lección, quizá la más importante, es que si el pueblo se sacude la apatía, se decide y se une, es capaz de todo.
Así que esa “primavera nicaragüense” debe ponernos en alerta, servirnos de espejo y de lección para combatir la corrupción y la impunidad; para no seguir legislando a espaldas y contra los intereses de la mayoría; para no desdeñar ni usar ni tratar como niños a los estudiantes; para no desoír a la gente; para escuchar e incorporar a todas las voces e instituciones sin descalificarlas (ya ni Macron se ruboriza cuando habla del asunto).
El proceso electoral que estamos viviendo es una buena oportunidad para mirar hacia el sur y procurar evitar situaciones como las que hoy vive Nicaragua. Es decir, que se eviten el encono y la guerra sucia, y se exorcicen las tentaciones de violentar la voluntad mayoritaria.
Y que sea quien sea que resulte ganador el 1º de julio, la población deberá mantenerse activa, participativa, vigilante, exigente…