Con su habitual sabiduría Philippe Meirieu escribe (“En la escuela hoy”, Barcelona, Octaedro/Rosa Senset, 2004): “¿A qué está sentenciada la pedagogía? A ‘ir haciendo con lo que tiene’ y ‘hacer con’ es, evidentemente, la única manera de ‘hacer’.” Sabias palabras que los reformadores, excepto en condiciones extraordinarias, no deben olvidar jamás. Por eso, hipotetizo, la reforma educativa mexicana está en extinción como proceso de revitalización de prácticas reales en los salones de clase. Por eso los profesores debemos entender que, si no estamos enganchados con los estudiantes, no hay reforma ni suceden los aprendizajes que pretendemos, y ellos aprenderán algo distinto a lo pretendido en el currículum. Me corrijo: eso sucederá de cualquier forma, quizá el matiz es por la distancia entre el documento y la realidad.
Sólo Dios, para quienes existe, puede hacer ‘sin’, es decir, crear de la nada. En las instituciones educativas eso es imposible y hay que transformar sin detenerse. Las metáforas son abundantes para ilustrarlo, como la de reparar el motor de una nave en movimiento, en el aire durante el vuelo, en el agua.
La transformación impulsada por el gobierno de Enrique Peña Nieto, en sus primeros pasos, es una síntesis de lecciones de lo que se debe o puede hacer para que funcione (o no) una reforma. Enseguida, comparto algunas de esas lecciones que ya se pueden derivar, aunque parezca prematuro.
Una primera lección es que los ciudadanos, los profesores, los estudiantes, las familias y los medios debemos discernir las razones de las reformas. Al respecto, cierto debate se centró, en buena medida, en discutir si se trata de una reforma educativa o no. No es fácil, pero tampoco tarea que demande un doctorado en Harvard. Las reformas en nuestro país, más allá de lo declarado, suelen servir para uno o varios propósitos: para, en efecto, mejorar la educación; para actualizar los discursos, o como parte de una nueva arquitectura conceptual, que muta palabras pero no visiones, menos realidades; para distraer la atención y colocarla en un aspecto puntual o para ocuparse en algo y dar la impresión de que se trabaja con denuedo. Quizá no sea la tarea más fascinante, pero sí necesaria.
Una segunda lección, tan elemental como olvidada, es que los cambios por decreto no resuelven en automático ningún problema. Ejemplos abundan en el sistema educativo nacional. La enseñanza secundaria es obligatoria y, sin embargo, hoy se estima que son 16 millones los jóvenes mexicanos que no tienen un certificado de ese nivel. Sucede lo mismo con la inversión del 8% del PIB dictada en la Ley General de Educación. Ni siquiera uniendo la inversión pública a la privada alcanzamos la cifra. Esperar entonces que sólo por decretarse viviremos otra realidad es un acto irresponsable o ingenuo, menos con la resistencia que enfrenta la reforma ante un segmento de la sociedad al que no se puede descalificar porque no son pocos, y muchas de sus críticas tienen fundamentos. Al final de cuentas, la justeza de una demanda no está dada por la cantidad de los demandantes. Lutero no comandaba un ejército monumental.
Tercera. Los cambios, en principio, generan problemas; algunos pueden favorecer las reformas, algunos pueden enterrarlas. ¿Ante qué problemas estamos ahora? La resistencia es uno, la indiferencia me parece no menos grave, pero el diagnóstico todavía no está completo y el gobierno nacional debería tenerlo para trazar la ruta. Ejemplificaré con otro caso derivado de la anterior reforma constitucional sobre la educación media superior: al hacer obligatorio el bachillerato, ipso facto, aumentó el número de rezagados en el país, pues quienes no terminaron la prepa deben sumarse a los millones de rezagados de la enseñanza básica y analfabetos.
Cuarta. Los cambios se deben hacer “con” los responsables de ejecutarlos. Es una perogrullada: si no están los profesores, quiénes harán los cambios. Si no están los directivos, quiénes dirigirán, apoyarán, alentarán, corregirán los cambios. Incluso, si no está el SNTE, la organización de profesores, cómo se podrán lograr los propósitos declarados. El sistema educativo es un campo de poder y de conflictos, y esos podrían conducir a un estallido social todavía mayor, más indeseable e irrefrenable. Como se infiere de la cita de Meirieu: sólo Dios podría hacer sin, es decir, crear de la nada, pero no es el caso que nos ocupa, evidentemente.
Quinta. La insistencia en la evaluación pondera como relevante aquello que, siéndolo, es parte de un complejo sistema que debe ser afectado integralmente. De los modelos educativos centrados al alumno hemos pasado en un peligroso salto mortal a la enseñanza centrada en la evaluación de todo lo que se mueva en el interior de la escuela, lo que abre un boquete enorme ante la falta de claridad de muchos aspectos (el nuevo modelo de escuela que propone el Programa Sectorial de Educación, por ejemplo).
Finalmente, la ausencia de un debate amplio, intenso y extenso es señal de la irrelevancia de la educación para el conjunto de la sociedad. El caso de la cantante Jenny Rivera ocupó un mayor despliegue de los medios, en sólo un fin de semana, que la exposición y la discusión de la reforma. No se puede comparar, dirán con justa razón; en efecto, la reforma sí debió ser un tema que copara todas las planas y todos los medios.
Twitter@soyyanez