Miguel Ángel Pérez Reynoso
El contexto de pandemia que hemos vivido todos y todas de marzo de este año a estos últimos días del año 2020, nos ha dejado muchos aprendizajes que incluso ahora aún no podemos dimensionar en su justo término.
El trabajar en la distancia con formas que se han inaugurado de manera masiva bajo el mismo contexto del encierro, el aislamiento y el confinamiento; han servido para llevarnos a buscar formas flexibles en el estilo o la manera de trabajar o abordar los asuntos educativos.
El trabajar en casa frente a un monitor de computadora, en donde se ven imágenes difusas o los iconos de los y las estudiantes, ha sido la forma nueva de proceder.
Uno de los aspectos que pudieran entenderse como no tan novedoso es la voz de los docentes: “bloqueen su micrófono y activen su pantalla”. Estamos ante una serie de alumnos silenciados que deben de guardar silencio, bloquear su micrófono, para no hablar o no hacer ruido.
Este silenciamiento de los sujetos estudiantes en todos los grados y niveles educativos da cuenta de la cultura piramidal y antidemocrática que tenemos en donde solo unos pocos pueden hablar o hasta abusar de la palabra y el resto (los otros y las otras) les toca solo callar, acatar, obedecer y actuar en consecuencia. Su voz no se escucha, aparte porque aparecen ruidos extraños, interferencias, etc.
Bajo otros modelos o perspectivas pedagógicas, los cuales se basan en un esquema dialógico (Freire), cuyo principio rector es la circularidad de la palabra, todos están obligados a hablar, así como todos y todas están obligados a escuchar(se).
El ruido pedagógico incomoda en distintos espacios, por eso mismo, porque todo ruido mete ruido es decir toda estridencia en las escuelas alerta a los dueños del poder y de las decisiones.
El querer estudiantes silenciados (con el micrófono apagado, bloqueado o silenciado), es una clara muestra de los excesos unilaterales de la tarea: “solo la profesora puede hablar y los y las alumnos están destinados a escuchar”. Aunque queda un paliativo, una pequeña salida “si alguien quiere decir algo, solo active su micrófono y yo lo escucho”.
La pandemia no solo ha venido acompañada por un contexto de miedo y aislamiento, también de silencio. Es necesario idear y buscar mejores alternativas, es necesario escuchar las voces de todos y todas sobre todo los que no hablan a los que no se les escucha, los que se esconden al fondo de la pantalla o del aula de clase.
La cultura del silencio, es una paradoja, más bien estaríamos hablando de la cultura de los gritos y de la estridencia. “te hablo no solo porque tengo algo que decir, sino también te hablo porque deseo que me escuches·”. Eso dijo una estudiante de preparatoria a su maestra de Ética (sic).
Así las cosas, debemos aspirar a modelos y plataformas más interactivas, más dinámicas, en donde todos y todas puedan decir y más aún en donde todos y todas tengan acceso a la escucha y al entendimiento de todo lo que se dice.