A partir de 1984; año en que las escuelas normales sufrieron un cambio radical en cuanto al ingreso y egreso de sus estudiantes pero, también, en la forma en que estructural y orgánicamente éstas se concebían, se hizo evidente – aunque desde mi perspectiva ya existía –, una diferencia notable en cuanto a la formación que las universidades brindaban a sus alumnos y lo que en las normales sucedía.
Se pensó, que con el acuerdo presidencial por el que las instituciones formadoras de docentes pasaron a formar parte de las Instituciones de Educación Superior (IES), adquiriendo el rango de licenciatura, el proceso formativo de los normalistas iba a mejorar. Y la verdad de las cosas, años después de tal proceso, el normalismo mexicano sigue estancado, no así, lo que en la universidades acontece.
Motivos para sustentar mi dicho, son muchos y muy variados; sin embargo, permítame centrarme en tres o cuatro puntos que me parecen de lo más importantes. Veamos.
Normativamente, las universidades y las normales están concebidas de diferente forma. Como sabemos, las primeras gozan de autonomía. Así, sin más ni más: autonomía. Ello implica la formulación de planes y programas de estudio para licenciaturas y posgrados, formas de contratación del profesorado, formas de organización administrativa, formas de hacer y difundir la investigación, formas de difundir y extender la cultura y el conocimiento, formas de incrementar su acervo bibliográfico, formas de desarrollar la tecnología con propuestas innovadoras, formas de lograr una movilidad académica de estudiantes y maestros; en fin, formas que reditúan en un fondo: su posicionamiento ante la oferta educativa pero, también, ante la sociedad en su conjunto.
Por su parte las normales, como sabemos, dependen directamente de la Secretaría de Educación Pública (SEP) y no gozan de la autonomía tal y como sucede con su contraparte. Es aquí donde cobra razón de ser lo que en reiteradas ocasiones Alberto Arnaut ha planteado, la docencia – incluye la formación inicial de maestros – es una profesión de estado. Y es de estado porque su campo de acción es en extremo limitado y su total dependencia, como lo he expuesto, es de la SEP, aunque en los discursos se diga lo contrario. ¿Desea un sencillo ejemplo? Para la adquisición de material bibliográfico, actualmente, las normales lo solicitan vía PACTEN (programa de fortalecimiento de la calidad educativa) previo consentimiento de las autoridades educativas. ¿No es suficiente ello?
Ahora bien, como IES, ambas tienen tres áreas sustantivas para su desarrollo: docencia, investigación y difusión y extensión de la cultura. Sus finalidades, están plasmadas en sus respectivas misiones y en los manuales de organización/funciones que las define y caracteriza; no obstante, el trabajo que se desarrolla para que éstas cobren vida, se diferencia considerablemente. Insisto, mientras en unas el abordaje y comprensión de alguna de las disciplinas (universidades) es fundamental, en otras (las normales) la pedagogía y didáctica – aunque son más –, se vuelve el campo de acción bajo el cual se concretan sus cimientos. Me explico.
Por años, las normales han estado dedicadas a la docencia. Si usted revisa sus planes de estudio, estas escuelas, han estado trabajando en la consolidación de aprendizajes para que sus alumnos sean profesionales en el ámbito educativo. La observación y práctica docente, ha sido, es y será, un elemento fundamental para el desarrollo de su quehacer educativo. Como es de suponerse, en las universidades la docencia, no está comprendida de esta manera. Las disciplinas y el conocimiento de éstas, son parte de su quehacer profesional, puesto que se espera que los egresados se inserten a un sector laboral que requiere de un conocimiento disciplinario y especializado en su ramo, como por ejemplo: medicina, derecho, mercadotecnia, informática, etc. Pero, ¿entonces las normales, en sus procesos de formación, no requieren de un conocimiento especializado? Sin duda, pero el escenario en el que se insertarán sus egresados, difiere en cuanto a la aplicación del conocimiento. Se trabaja pues, con el estudio y conocimiento de varias disciplinas y no en una en específico, por ejemplo: psicología, estadística, finanzas, matemáticas, algebra, danza, física, derecho, lingüística, etc.
Por lo que respecta a la investigación, mucho se puede decir; sin embargo, me limitaré a expresar que también hay sendas diferencias. Por sus propias dinámicas institucionales, la investigación, aunque no es desconocida por los docentes y alumnos normalistas, no se realiza como debiera. ¿Por qué? Insisto, la forma de organización de una escuela normal, difiere en cuanto a los quehaceres que cada docente y alumno normalista lleva a cabo durante un semestre y ciclo escolar: planeaciones, evaluaciones, jornadas de observación y práctica docente (supervisión de esas jornadas), elaboración de material didáctico, diseño y puesta en marcha de actividades socioculturales en las escuelas de práctica, entre otras más; son las que se viven cotidianamente en las normales, no así en el ámbito universitario, donde para acabar pronto, aunque realizan prácticas sobre los saberes adquiridos, su propósito difiere del educativo.
En cuanto a la difusión y extensión de la cultura se refiere, éste también encierra un cúmulo de diferencias importantes, el más notable, es aquel que implica la consolidación de grupos representativos para la difusión. Mientras en las universidades gozan de recursos y especialistas en su ramo, en las normales no sucede de esta manera. Pareciera ser que el fututo docente debe y tiene que ser un todólogo en diversas áreas para el cumplimiento de un propósito. En los años que tengo de servicio, no he visto que en la facultad de ingeniería de tal o cual universidad, se preparen cuadros artísticos para presentarlos en un determinado festejo. Cierto, la cultura no se reduce a ello, pero es una pequeña muestra que refuerza mi argumento.
En todo caso, y para acabar con este sencillo análisis, considero que entre ambos escenarios no existe una pelea. No están confrontados. Por el contrario, las universidades están cumpliendo con su misión y las normales también lo están haciendo.
Efectivamente, hace falta lograr un acercamiento entre ambas instituciones. No es que las universidades subestimen a las normales o viceversa, como bien lo reflexionaba mi colega Pedro Flores Crespo hace unos días. Se trata pues, de lograr esos canales de comunicación en los que, a partir de las experiencias, se vincule eficazmente la formación de estudiantes del nivel superior de México.