Nota del editor: Tribuna Milenio convocó a cuatro destacados analistas: Manuel Gil Antón (ColMex y Educación Futura); Rosaura Ruiz (UNAM);Axel Didrikson (UNAM); Sergio Cárdenas (CIDE); y Ulises Flores Llanos (FLACSO) para debatir sobre las necesidades de la UNAM y su futuro. Por ser de interés general, reproducimos aquí el debate. Bienvenida la deliberación pública.
No digo nada nuevo. La UNAM contiene muchos, distintos, diferentes y desiguales espacios. Así es. Los que saben sobre el conocimiento humano suelen decir que la escala de observación (donde está ubicado el que ve) hace al fenómeno (lo que observa). Llevan razón.
Dice Tony Becher que si uno es ocupante de un transbordador espacial que se aproxima a la Tierra, de lejos tendrá ante sí una esfera uniforme. Conforme se acerque, reducida la distancia, distinguirá masas de tierra de océanos. A punto de aterrizar, “la visibilidad de todo el planeta proporciona un panorama localizado mucho más detallado, que podría incluir las costas y las montañas, bosques y lagos y, posteriormente, ríos, carreteras, vías ferroviarias, casas, jardines, árboles y el tráfico”. Culmina así: “En cada etapa sucesiva, hay un equilibrio entre lo comprehensivo y lo específico. Ver el todo es verlo ampliamente, sin tener acceso a lo determinado. Ver las partes es ver a profundidad, sin tener el panorama general” (“Las disciplinas y el académico”, “Universidad Futura” 10, verano del 92, UAM-A).
¿De qué hablamos cuando nos referimos a la UNAM? Sin ubicar la posición del que mira y comenta, no nos entendemos. Afirmamos algo desde fuera, y un colega nos refuta con base en la experiencia cotidiana de su facultad: ambos decimos algo sobre la institución, pero el fenómeno al que nos referimos varía. Por eso es difícil entendernos. Para poderlo hacer, es preciso advertir al contertulio dónde estamos y qué es lo que, dado nuestro enfoque, se alcanza a ver. No es lo mismo, aunque tampoco está radicalmente separado.
Valga un ejemplo: sin trabajar en ella, quien ahora escribe, situado en otra institución, reconoce el peso que tiene lo que dice o calla el rector de la UNAM. Durante estos años advertí en el Dr. Narro una voz que señaló y denuncia, con más autoridad e impacto que los partidos y los partidarios de la izquierda, los graves problemas nacionales: desigualdad, pobreza, abandono de los jóvenes, impunidad y falta de una perspectiva global que guiase el camino del país. Voz relevante sin duda. Al comentarlo con amigos que laboran en alguna escuela, refutaban mi parecer, pues tenían la expectativa de una reforma a los planes de estudio, o la reparación de la infraestructura en su espacio de trabajo que no había ocurrido. Si de eso era responsable el rector o no, se le atribuía el incumplimiento de lo esperado, y por tanto su gestión se cuestionaba. ¿Quién tiene razón? Resulta estéril plantearlo así: la distinta escala de observación hace inútil la contienda: es preciso distinguir el diferente nivel en el que nos encontramos y, a través del diálogo, apreciar que ambas posiciones pueden tener, nunca la razón definitiva, pero sí sentido. Y eso importa al dialogar o debatir.
Por ello, sin pretensión alguna de agotar el tema, y menos sostener que son “los temas” cruciales, sino los que advierto desde mi campo de estudio: el análisis sobre la educación superior pública en su conjunto, compartiré algunos.
- A lo lejos: la UNAM es una institución y un símbolo. Encarna lo que se entiende, y se concibe, como un valor profundo y un sitio a preservar: el espacio más importante para el pensamiento libre, en ocasiones crítico, fincado en la autonomía. A su vez, es el lugar del que surge la mayor y más importante producción de conocimiento científico y en lo que toca a las humanidades. La amplitud de campos del saber que se cultiva en ella no la tiene ninguna otra institución en la república. Esto no significa que, fuera de sus linderos, no existan importantes avances en el conocimiento. Incluso que en los temas que trabajan, puedan superar lo que en la UNAM se produce. Pero la extensión y diversidad de lo logrado en la Nacional es incomparable. Por su data, tradición y cuantía de recursos públicos asignados sería inesperable (e inaceptable) que no fuese así. Este rasgo de símbolo y primacía, en el conjunto de una educación superior mexicana que ya cuenta, hoy, con cerca de tres millones y medio de estudiantes, 340 mil profesores, una tasa bruta de cobertura equivalente al 35% del grupo de edad normativo y más de dos mil instituciones de todo tipo, persiste y es notable.
Desde el mismo mirador, la UNAM ocupa, para bien en muchos casos, pero también con un dejo de paternalismo en otros, un liderazgo que se expresa en frases tales como: “la empresa cultural más importante del país”; “el sistema de “capilaridad social” señero en la república”; “la casa editorial más importante de América Latina” o la que, de verdad, es una universidad con toda la barba, toga y birrete. Es común escuchar a los colegas azul y oro decir que van a la universidad, y al preguntar a cuál, responden: pues a la UNAM, o qué: ¿hay otra? Incluso, entre nuestros compañeros de oficio pumas, hay rivalidad a veces seria y soterrada, y otras más bien derivada del cariño: voy a la facultad. ¿A cuál? Pues a Ciencias, o Filosofía, o qué: ¿hay otra? Cada una es, para quien es de ahí, “la facultad”: no requiere apellido.
Sin entender esta dimensión, y lo que tiene de positivo y limitado, no se comprende a esta institución que, a veces, reclama 450 años de edad como continuidad de la Pontificia, otras 100 y pico desde las fiestas del primer centenario de la Independencia (a escasos días de que Díaz viera estallar su confianza en la minoría de edad política de los mexicanos) o menos si la data fundadora se fija en la Ley Orgánica hoy vigente. Lo dicho: desde ese mirador, la UNAM es signo de autonomía, de las pocas entidades que conservan y expresan el valor de lo público y nacional, de contrapeso ante los poderes constituidos, no siempre real, pero sostenido como saga y sentido de identidad no solo de quienes la habitan, sino de muchos otros sectores sociales. La UNAM es la UNAM. Y basta.
- A media altura: ya se ven zonas diferenciadas desde este punto de vista. En este caso, creo que pasamos a una UNAM más asequible a los detalles, y a las UNAMs que la conforman: no sólo son diversas, sino desiguales en sus recursos, fama y condiciones de trabajo.
Esa UNAM, más cercana a la vista intermedia, oscila entre dos perspectivas: la preservación de la figura de la universidad vertical, análoga a la etapa del presidencialismo de ayer y hoy. Un señor que manda, aunque sólo manda lo posible para conservar la imagen que manda con acierto; otros señores feudales que ordenan de acuerdo a lo mandado, como condición de llegar, algún día, al anhelado Sexto Piso. Además, con cuerpos colegiados a modo y un sistema “cardenalicio” en su Junta de Gobierno: 15 purpurados, que, de manera similar al pacto de las élites políticas nacionales para trasladar el mando presidencial (sin tiros, muertos y asonadas) a otro miembro de la aristocracia o el aparato, dirigen un proceso semejante –”sin influencia política interna y externa” cuando está pletórico de ella– en el que están ausentes tres valores que ya son patrimonio de la vida social hasta en la Suprema Corte: información, transparencia y rendición de cuentas. ¿Conciencia de la Nación cuando el sigilo, así dicho por quien dirigió el Instituto Nacional para la Transparencia, se postula como valor a preservar en la UNAM?
Oscila, digo, entre este proceso reservado y opaco, producto de una etapa previa convulsa que se ha mitificado como “el adecuado por naturaleza”, a alternativas que apuestan por la transparencia y la rendición de cuentas. Minoritarias quizá; no intrascendentes.
En cuanto al personal académico, ya visible en esta etapa de aproximación, reproduzco lo que me han dicho varios unamitas a lo largo de los años: no es lo mismo estar en un Instituto que en una facultad en CU; difiere harto si trabajas en las prepas o CCH; incluso no es igual lo que ocurre en la 6 que en la 8, ni en el CCH Sur que en el Vallejo. Tampoco, siendo la misma institución, se reparte de manera análoga el prestigio si se está cerca del Estadio o en una Facultad de Estudios Superiores, digamos Iztacala.
De las tres decenas de miles de profesores en números redondos, una quinta parte son de tiempo completo, con acceso a prestaciones y recursos inaccesibles al resto. Entre la mayoría, los profesores por hora, hay quienes así lo quieren por su relación con otros mercados o actividades, pero una proporción, no menor, son profesores de “tiempo repleto” merced a la cantidad de horas clase que han acumulado. Sin sabático, acceso a beneficios adicionales ni un despacho para atender a los estudiantes, sostienen la mayor parte de la docencia en licenciatura.
¿No sería posible mejorar las condiciones de trabajo, haciéndolas equivalentes en calidad, sin disminuir la diversidad de niveles de estudio y tareas centrales? Diversidad, necesaria. ¿Desigualdad inevitable? Es un reto.
- A ras del suelo: como en toda la educación pública en México, en la UNAM se puede hacer la mejor carrera posible a nivel mundial, o en ocasiones, si no la peor, sí una muy diferente. La planta académica es añosa, y los sistemas de renovación no han podido ser tan eficaces como se esperaría. La jubilación es un barranco, con apenas unos puentes colgantes inestables… Sin embargo, no hay duda de que es la universidad de avanzada en relación al problema de la inequidad de género; también, para muchos estudiantes es el sitio de encuentro con un tipo de cultura de otro modo inalcanzable, y pasa lo mismo con sectores sociales no adscritos a la universidad que se acercan: museos, auditorios, teatro, cine, danza. Es una institución que impregna hasta el tuétano la identidad y el sentido de pertenencia: si no se lleva al extremo de la exclusión de los otros, es muy valiosa.
En ocasiones, se estima, creo, en demasía lo que hoy se llama gobernabilidad, y se excluyen procesos de cambio. No es menor la tranquilidad para el trabajo académico, pero es diferente la calma a la consolidación de formas arcaicas sin esfuerzo por renovación.
Signo, territorio enraizado de valores de los que se puede diferir, pero son parte de su tradición. Avanzada del país en ciertas dimensiones, y, al tiempo, sin acusar recibo de actitudes ya comunes en el país, como la rendición de cuentas en sus procesos de elección. Centralista, productora del saber más completo, anquilosada aquí, al mismo tiempo que creativa allá… Ejemplo en la defensa de la dimensión de género o los derechos humanos en la educación pública, en la apertura de toda la UNAM en línea, o en la información sólida que permite pensar su futuro. Insignia para bien: solidaria; modelo único a veces, altiva, sin reconocer la diversidad de la educación superior actual. Crítica, sí, en ciertos lares, pero también funcional a empresas y sectores públicos en otros. Espacio en que confía la sociedad, hasta para llevar bien las cuentas en las elecciones.
Decir compleja ya es un tópico, un lugar común: creo que quizá la delimitan mejor las nociones de diversa y contradictoria: viva. Llena de retos, pero bien avituallada de fuerza y capacidad: es, son, serán estas UNAMs de la UNAM, y muchos más problemas, desafíos y potencial para enfrentarlos, el referente en los programas que den a conocer quienes aspiran a ocupar la rectoría muy pronto.
Si es tan complicado escribir de ella sin ser impreciso, doy fe, menuda tarea será coordinar su cambio en la permanencia de su tradición renovada, y la permanencia que no conserve esclerosis sino patrimonio en el cambio. Pronto se va a elegir a quien ocupe la oficina, pero no basta: lo que es crucial es la conformación de corrientes de pensamiento universitario, modificando formas institucionales, a pesar de la prevalencia de un sistema que convoca al asilamiento para conseguir dinero extra, y prestigio, cada quien. Voltear a ver al otro no es requisito, hoy, para subsistir: sin un nosotros fuerte, o varios, el debate por el futuro de la UNAM y sus UNAMS será en las alturas. Y allá, en las nubes, todo es cuestión de acomodarse…
Twitter: @ManuelGilAnton