Un reciente informe francés sobre los efectos negativos de la hipertrofia burocrática nos hace preguntarnos: ¿Estamos en una mejor situación en México?
Sylvie Didou Aupetit
A mitades de junio 2023, circuló, en Francia un borrador de un libro blanco cuyo contenido fue inmediatamente comentado por la prensa y los expertos. Titulado Les entraves administratives (Las trabas administrativas) fue encargado por el Consejo Nacional de la investigación científica (CNRS) a los miembros de su Consejo científico para apuntar los efectos negativos de la hipertrofia burocrática en la producción de conocimientos, en ese organismo.
Los expertos trabajaron con base en la escucha de sus colegas. Identificaron que el deterioro de su condición profesional, la pauperización de la investigación y los disfuncionamientos de sus contextos institucionales eran obstáculos a su labor. Enlistaron entre los principales: 1. el acrecentamiento continuo de las normas jurídicas y regulatorias y la transferencia de tareas administrativas hacia los investigadores, 2. los atrasos y los disfuncionamientos burocráticos, con sus implicaciones en el prestigio de los establecimientos y en el cumplimiento de los acuerdos con las contrapartes, 3.la atmósfera de desconfianza generalizada entre académicos y burócratas y la expansión de prácticas de autocensura entre los investigadores, respecto de postular a oportunidades de financiamiento externo y 4. la ausencia de una cultura de retroalimentación con base en las experiencias positivas y, sobre todo, negativas respecto de la administración de la investigación.
Señalaron en consecuencia el predominio de un modelo adverso de gestión de la investigación, independientemente de los niveles personales de compromiso con las funciones atribuidas. Apuntaron que, por lo general. el personal administrativo estaba repleto de tareas. Carecía de la formación adecuada para resolver situaciones complejas. El uso intensivo de plataformas no simplificó su quehacer, a la inversa de lo esperado. Sólo incrementó el riesgo informático y distendió los lazos interpersonales, en el marco de una concepción de la administración “fundada en el control y en la ausencia de riesgo y no en la confianza y el acompañamiento” (p.4). De allí, que los administrativos digan sistemáticamente que ”no” a cualquier petición al margen de las rutinas establecidas, aun cuando hubieran podido formular un “sí”. Su falta de empatía acrecentó su ruptura con los investigadores. Las autoridades, sin embargo, se parapetaron en una negación del hecho y rechazaron tajantemente dar salida a las quejas expresadas.
¿Estamos en una mejor situación en México? Claro que no. Desde que iniciaron los procedimientos de evaluación, de rendición de cuentas y de financiamientos por proyecto, los académicos han sido arrinconados por las burocracias. centrales e institucionales, cada cual rigiéndose por sus propias reglas y plazos, a veces incompatibles. Esas burocracias, en un afán de autoprotección, han buscado vigilar a los académicos y “ponerlos en orden”, al margen de cualquier consideración sobre la esencia del trabajo intelectual. No disponemos de un recuento exhaustivo de las malas prácticas. Sin embargo, las charlas de pasillo permiten entrever un panorama similar al descrito en el libro blanco sobre el caso francés.
Quizás el escenario sea incluso peor porque, al parecer, salvo unos pocos colegas que, tras sus estudios sobre la gobernanza, han realizado recientemente estudios sobre las trabas administrativas, casi nadie parece preocuparse por superarlas, por resignación, impotencia ante la hidra o ceguera voluntaria. Encerrados en su obsesión por demostrar la calidad de los establecimientos que lideran, los directivos y las cupulas de las instituciones prefieren evitar una cuestión conflictual. De hecho, ningún directivo de alto nivel ha encargado un balance crítico de lo que ocurre en México ni aportado soluciones concretas a las fallas reportadas. Los sindicatos académicos, absortos en la defensa de los derechos laborales y de las prestaciones de sus agremiados, prefieren ignorar un fenómeno susceptible de confrontarlos con sus homólogos administrativos. El asunto, finalmente, tampoco interpela a los estudiantes. Aislados y sin respaldos, los académicos padecen de un sentimiento de desprotección ante arbitrariedades o errores que, desgraciadamente, se acumulan… y no se corrigen.
¿Qué hacer ante ello? Velar por la cruz de nuestra parroquia (científica) no se antoja fácil. Aunque, a los académicos, lo colectivo no se nos da muy bien ni por mucho rato, la solución sería movilizarnos para exigir organizadamente respeto a nuestro ejercicio profesional y condiciones adecuadas y racionales para hacerlo. ¿Podremos entonces congregarnos para preservar nuestros derechos y valores o nos sumiremos, cada uno en nuestro rincón, en un hondo malestar y en una pasividad paralizadora? Algunas instituciones han reconocido públicamente que su proyección internacional y la productividad de sus profesores han menguado recientemente. Lo han achacado a motivos como la fatiga crónica poscovid, la insuficiencia de los recursos presupuestales, las dificultades del regreso a las aulas después del confinamiento.
Sin menoscabo de esos factores, es preciso admitir que el marasmo está vinculado también con las barreras internas a la labor intelectual, cuya proliferación las instituciones no acotaron. La supeditación de facto de los académicos ante los burócratas les impide cumplir adecuadamente sus atribuciones. Aunque sea incómodo para organismos que pretenden albergar una comunidad cohesionada hacerse cargo de esas tensiones entre dos sectores importantes (siendo uno fundamental, otro supuestamente de “apoyo”), urge identificarlas y atenderlas. Le laissez aller (la dejadez) no es una solución, solo un espejismo que se desvanece rápidamente. Dividir para reinar es un precepto político de viejo cuño. Las instituciones de educación superior están fracturadas. Pero ¿quién reina en ellas?