Tradición, iniciación, selección, bienvenida o semana de prueba, son algunas de las palabras que, particularmente, entre el alumnado y los comités estudiantiles de las escuelas normales rurales se escuchan cuando está por concluir el ciclo escolar y, el comienzo del otro, con su consecuente proceso de “selección” de aspirantes se vislumbra a lo lejos. Proceso que, indiscutiblemente, para la institución formadora de docentes implica una organización administrativa importante, porque ésta se desprende de la emisión de una convocatoria (por la autoridad educativa estatal), seguido de la preinscripción, el examen de admisión y curso propedéutico y, por último, la inscripción. No obstante, para los comités estudiantiles el significado varía considerablemente, pues dicho proceso se observa como un “filtro” cuya finalidad es la de “evaluar” en los aspirantes la vocación de servicio, convicciones, ideologías, disposición y compromiso con la lucha social, entre otros.
Sobre esta última cuestión, una pregunta que de botepronto se viene a la mente es: ¿quién evalúa todos los rasgos arriba mencionados y cuál es el referente para valorar, por ejemplo, la vocación y/o disposición a la lucha social? Como parece lógico, las o los responsables de realizar esas valoraciones son las y los “veteranos” de las comunidades estudiantiles quienes, ipso facto, establecen una relación desigual con los aspirantes caracterizada por el dominio-sumisión a partir de una premisa básica: la coacción; es decir, o se acepta todo lo que en las escuelas se haga en esa “iniciación o semana de prueba” o no entras. Así de sencillo.
Tal parece que, durante esa semana de prueba, se desarrolla una especie de rito de iniciación; esto si consideramos que un rito con estas características significa un cambio de condición de un sujeto que es sometido a una serie de pruebas con el propósito de convertirse en otro diferente o distinto al que era, una vez que haya superado dichas pruebas para ser aceptado en la “tribu” a la que desea pertenecer. La pregunta en todo caso sería ¿son necesarias estas pruebas para que un aspirante pueda o no ser aceptado al grupo al que presumiblemente desea ingresar?
La literatura sobre este tema es interesante, sobre todo porque la mayor parte de ésta proviene de las universidades como objeto de estudio derivado de un fenómeno social como las novatadas o “iniciaciones”; sin embargo, en nuestro país, el tema, principalmente en las escuelas normales rurales no se toca o, si se hace, “tiene” que realizarse con sumo cuidado para no herir susceptibilidades.
Indiscutiblemente, pienso que un tema del que perece haber evidencia del fallecimiento de aspirantes a ingresar a las normales rurales debe abrirse al diálogo y discusión, simple y sencillamente porque los tiempos, las circunstancias, las leyes, los derechos, entre tantas cuestiones más así lo demandan. ¿Dichos normalistas se sentarían a dialogar sobre estas prácticas tan, pero tan arraigadas en sus escuelas normales?
Obviamente, para pocos normalistas rurales es desconocido lo que sucede en ese periodo de prueba. Los medios de comunicación y las y los denunciantes señalan una constante ridiculización, vejación, humillación o degradación en las actividades que imponen los veteranos que ya he referido. Otra vez, ¿son necesarias estas pruebas? Peor aún, si un aspirante no las pasa, ¿el comité estudiantil tiene el poder suficiente para negar el acceso a una educación en la escuela normal rural en la que desea realizar sus estudios profesionales? Si este fuera el caso: ¿qué poder tiene este comité y quién se lo ha otorgado?
Es obvio que todo proceso de ingreso a cualquier círculo social, organizacional, institucional, etc., tiene efectos en las personas. En consecuencia, habría que preguntarse y repreguntarse si lo que sucede en las normales rurales no está dejando en los y las aspirantes diversas secuelas, conflictos psicológicos, sociales o culturales, de género, entre otras tantas cuestiones que, por lógica, dañan la integridad y salud de las y los jóvenes.
Ojo, no hay que perder de vista que lo que viene sucediendo en las normales rurales no es algo que recientemente esté aconteciendo porque, por ejemplo, en julio de 2018 los medios de comunicación dieron a conocer el presunto fallecimiento de 1 joven, y la hospitalización de 2 más, derivado de una novatada en la normal rural de Mactumatzá, Chiapas; en agosto de 2022, aspirantes a ingresar a la normal rural “Benito Juárez” de Panotla, Tlaxcala, exigieron a la Comisión Estatal de Derechos Humanos poner fin a las novatadas que se realizan al interior de ese plantel; en julio de 2024 se dio a conocer el fallecimiento de un joven al interior de la escuela normal “Lázaro Cárdenas del Río” ubicada en Tenería, Estado de México, consecuencia de una novatada; y, hace unos días, fueron denunciadas alumnas de la normal rural “Carmen Serdán” de Teteles, Puebla, por actos violatorios de los derechos humanos en contra de algunas aspirantes, durante la famosa y conocida semana de prueba.
Hace unos días escribí y se publicó un artículo titulado Las normales rurales: repensarse o desaparecer donde, derivado de lo acontecido en la normal rural de Tenería, y de otras prácticas que ocurren en varias normales rurales como la Benito Juárez de Panotla, las y los normalistas tendrían que sentarse y reflexionar su actuar, con una mirada crítica; no hacerlo, podría llevarlos a la desaparición de la modalidad de internado que las caracteriza, o bien, de sus propias escuelas. Creo, si no me equivoco, es momento de hacerlo.
No piensen, muchos de estos estudiantes que, por provenir de contextos poco favorables para su crecimiento y desarrollo, cuenten con alguna razón o motivo para que en estas instituciones hagan lo que se les venga en gana; permisividad y/o libertinaje le llaman. Recuerden lo que en su momento el gran Raúl Isidro Burgos expresaba a los cuatro vientos: quien ve una injusticia y no la combate, la comete.
Honren el legado de tantos y tantos luchadores sociales y magisteriales que han egresado de sus escuelas normales rurales; no deshonren a sus escuelas; arrópenlas y mantengan su buen nombre con sus acciones, pero acciones que no implique el mantenimiento de prácticas que hoy día ya no encuentran cabida, mucho menos en espacios de formación docente.
Sean congruentes con sus principios e ideales y, si fuera necesario dejar de pertenecer a la FECSM, háganlo o reconstrúyanla, una federación que en los últimos años ha dado muestra de que sirve para dos cosas: para nada y para nada, poco puede beneficiarles el pertenecer a ella.
Espero, por el bien del normalismo rural mexicano que muchos apreciamos, que así sea.
Eso espero.
Al tiempo.