“Sí, se nos tacha de holgazanes, flojos, alborotadores, rateros, secuestradores y guerrilleros… pero muy pocos son los que conocen sobre las normales y la misión tan importante que tienen: educar al pueblo”. Estas sabias palabras, le escuché expresar años atrás a quien hoy es – y sigue siendo – mi mejor ejemplo: mi padre. Hombre de 82 años, sabio, prudente, tolerante, justo, crítico, reflexivo y de buenas costumbres. De origen humilde y formado como profesor en la Escuela Normal Rural de Tenería “Lázaro Cárdenas del Río”, ve con profundo pesar lo que en nuestros días acontece en el normalismo mexicano.
Escuchar sus historias, sus anécdotas… sus recuerdos, hace que piense y repiense lo que estamos viviendo. Y es que mire usted, de un tiempo a la fecha en mi México querido, se ha satanizado el ejercicio más noble que puede existir en cualquier país: la profesión docente. La sociedad se ha polarizado, las posiciones, a veces radicales en torno a un hecho, desvían la atención de un problema que el Gobierno Federal y las propias entidades de mi querida República Mexicana, no han querido entrarle, como decimos, al “toro por los cuernos”.
Irrisoriamente, en el discurso pomposo de actual Secretario de Educación, Aurelio Nuño, se hace especial mención de que en México, se requiere de los mejores maestros pero, ¿cómo lograrlo si por años estuvieron olvidadas las escuelas formadoras de maestros?, ¿cómo impulsar el desarrollo de las normales si en los hechos siguen padeciendo los estragos de pésimos gobiernos?, ¿cómo hacerlo si en el actual sexenio fue brutalmente golpeado el magisterio?
Palabras, simples y llanas palabras de un gris Secretario, pero no hay argumentos. De las más de 200 escuelas normales públicas del país, 16 son normales rurales. Instituciones formadoras de docentes de las que por años, han egresado cientos de maestros y maestras que se han integrado al Sistema Educativo Mexicano (SME), con la firme idea y convicción, de educar al pueblo. Allá, donde difícilmente llegan los recursos económicos a las escuelas rurales o indígenas; allá, donde la miseria se viste cotidianamente de gala porque el gobierno ni siquiera las toma en cuenta; allá, donde el sol se esconde con la esperanza de que el amanecer traiga algo nuevo; allá, donde el ejercicio docente, cobra vida y sentido, sin que la teoría abone mucho al respecto.
Sí, es cierto, los estudiantes de esas 16 normales rurales del país, se manifiestan y detienen el tráfico de algunas ciudades de mi amado país. Sí, en sus consignas, expresan un profundo rechazo a las políticas educativas que en los últimos años ha implementado Nuño. Sí, con sus acciones, muchos ciudadanos se encuentran molestos. Pero, ¿se ha preguntado por qué sucede esto?, ¿por qué es necesaria la salida de estos jóvenes de sus instituciones para manifestar lo que a su propio derecho les corresponde?, ¿por qué detienen por un momento su formación para exigir se mejoren las condiciones de sus planteles educativos y de sus maestros? Muchos juzgamos, criticamos, nos enojamos ante tales hechos, y es cierto. Sin embargo, reflexionar las respuestas a las preguntas que he formulado, es un imperativo básico para comprender que tales exigencias, tales manifestaciones y tales expresiones, tienen fundamentos.
Hasta el momento en que cierro estas líneas, no he sabido de algún funcionario de gobierno, que haya dado una explicación lo suficientemente válida, que nos lleve a comprender la reducción de la matrícula en las normales. Vaya, no me he enterado de una posición pedagógica al respecto. Lo que si he leído y escuchado, han sido meros efímeros posicionamientos en torno a las manifestaciones que en varias entidades de México se han suscitado en los últimos meses. Hecho que me preocupa y ocupa, porque si en realidad se quiere mejorar la educación en un país tan vapuleado como el nuestro, hasta el momento, repito, las autoridades educativas, no han dado los suficientes argumentos para evidenciar que, reducir la matrícula, contribuirá a la formación de los millones de niñas y niños que asisten a tomar clases en los diferentes niveles educativos del SEM.
En este sentido, llamó mi atención, que el pasado fin de semana, los normalistas de esas 16 escuelas normales rurales del país, salieron a las calles de la Ciudad de México para manifestar: el cese a la represión y hostigamiento a las normales rurales de mi querida República Mexicana. Hecho que, dadas las actuales condiciones políticas, económicas y sociales que vivimos, adquiere singular importancia. Y adquiere esta relevancia, porque el país se encuentra en picada, y esto es cierto. Tristemente, es un país que no es el mismo que plantea incesantemente Peña y Nuño en sus discursos, del aquel en el que viven millones y millones de mexicanos. Dese cuenta, las resultados que se obtuvieron de las más recientes encuestas publicadas por reconocidas empresas, y que se lograron gracias a las preguntas que les realizaron a varios mexicanos que, como usted o yo, padece los estragos de un pésimo gobierno, arrojaron una calificación reprobatoria a la administración Peñista.
Irrisoriamente, tenemos por un lado, a un Presidente reprobado por la sociedad y, por el otro, a un gris Secretario de Educación, que habla y habla de evaluación y se regocija con ello, pero que en los hechos, no es capaz de evaluar a su propio jefe y, mucho menos, a su gobierno.
No, no se trata de juzgar o criticar a las escuelas normales rurales y a sus estudiantes sin conocimiento de causa. Tampoco, de hacer cuentas y de pensar si es suficiente el recurso que se destina para cada uno de estos alumnos. Se trata pues, de asegurar una educación que le permita al pueblo de México, salir de la miseria en que los gobiernos priistas y panistas lo han metido y sometido.
Cierto, es probable que no todos coincidamos en las formas en que suelen manifestarse estos jóvenes estudiantes pero, desde mi perspectiva, prefiero a un alumno que cuestione, que reflexione, que argumente; a un ser humano callado y sumiso ante las injusticias, como las de Ayotzinapa o Tiripetío, por ejemplo, de las que el gobierno no ha dado la cara, pero eso sí, prefiere gastarse millones de pesos en la difusión de un “nuevo” modelo educativo que de nuevo nada tiene, y ahí sí, muy pocos nos atrevemos a decir algo.
En suma mi apreciable lector, las normales rurales viven y seguirán viviendo, porque por más que se diga lo contrario, son la piedra angular del SEM: ¡Fuerza escuelas normales! ¡Fuerza!