Juan Carlos Silas Casilas
ITESO Universidad Jesuita de Guadalajara, @JuanSilasjc
Luis Medina Gual
U. Iberoamericana CDMX, @medinagual
En días pasados, la directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) publicó en La Jornada un breve texto titulado “La indispensable reforma del posgrado”. Un tema sin duda relevante ya que el posgrado mexicano como parte de la educación en nuestro país, lleva décadas dando tumbos, ofreciendo calidades dispares a la población que desea acceder a ella. En ese texto aludió al neoliberalismo como influencia para las prácticas y políticas educativas de los gobiernos anteriores y, de un plumazo restó toda valía a los casi siete mil programas de posgrado que se calcula son ofrecidos por las instituciones particulares.
La educación superior mexicana ha pasado por diferentes etapas en las que se han alternado el protagonismo instituciones públicas y particulares. Para nadie es un secreto que la expansión de la educación mexicana de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado se dio merced a un importante empuje de parte del gobierno federal. Este crecimiento en instituciones, matrícula y personal académico en el sector público se vio acompañado por un pequeño pero vigoroso incremento también en la participación de instituciones particulares. Durante las “décadas perdidas” de los años 80 y 90, fue clara la incapacidad tácita de las instituciones públicas de desarrollar su labor más allá de lo inercial, ofreciendo educación superior insuficiente en términos cuantitativos y cualitativos. Fue entonces cuando las instituciones educativas particulares a lo largo y ancho del territorio nacional comenzaron una importante expansión. Se tuvieron algunos años en los que el crecimiento anual de la matrícula particular fue superior a la pública y se alcanzó la proporción muy cercana a ⅔ en instituciones particulares y ⅓ en públicas que más o menos se mantiene hasta hoy en el pregrado.
En este sentido, hablar de Instituciones de Educación Superior (IES) ya sean públicas o privadas en nuestro país, es hablar de un conjunto de instituciones con gran heterogeneidad de orígenes, historias, misiones, tamaños, estructuras y modelos educativos. Comprender el caso concreto de las instituciones particulares requiere dar cuenta de su historia. Empleando la tipología que desde los ochenta propone Daniel C. Levy, es fácil ver cómo el surgimiento de las IES en latinoamérica se dio por “oleadas”. En específico, las universidades particulares tienen su inicio con dos oleadas, primero las de laicas y posteriormente las de corte confesional que se fundan a principios y mitad del siglo XX como una alternativa a las universidades públicas y con un claro interés de servir a grupos sociales afluentes o cercanos a su cosmovisión. Posteriormente, a partir de la década de los setenta, pero exponencial en los noventa y en el advenimiento del nuevo siglo, tuvimos el surgimiento de otro tipo de IES privadas, las que se conocen como de “absorción de la demanda”. Aquí vale la pena aclarar que la última ola surge como respuesta a la legítima necesidad de los jóvenes de iniciar sus estudios superiores, que se toparon con que el Estado mexicano no era capaz de cumplir su propósito de dar educación suficiente a su población. Por otro lado, había estudiantes que por diferentes razones no deseaban acceder a la formación ofrecida por las instituciones públicas, situación que se sigue registrando. Esto tuvo como resultado un crecimiento y diversificación importante en instituciones, programas y modalidades educativas.
Analizar el posgrado en México es una oportunidad ideal para observar lo desarrollado en las décadas previas y tratar de comprender las razones por las que es indispensable reformarlo. De acuerdo con datos de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), la matrícula nacional de estudiantes de posgrado, incluyendo especialidades, maestrías y doctorados es de 403,312 estudiantes, 61,714 en especialidad (15.3% del total), 289,730 en maestría (71.8%) y 51,868 en doctorado (12.9%). En términos del balance público-particular se puede ver que las IES de financiamiento que depende del Estado, atienden a 146,232 estudiantes, que representa 36.2% y las particulares a 257,080 es decir 63.8% del total. Una proporción de tercios inversa a lo que sucede en pregrado.
Por otro lado, el reporte del Consejo Mexicano de Posgrado de 2015 señala que las IES públicas tenían 4,396 programas académicos (41%) y las particulares 6,341 (59%). Este mismo documento reporta que las IES públicas tenían prácticamente el mismo número de especialidades (957 vs 948 de las particulares) y mayoría de doctorados (686 vs 366 de las particulares) mientras que las instituciones particulares casi duplican el número de programas de maestría ofrecidas por las públicas: 5,027 vs 2,753. Por último, las IES públicas tenían en 2015, 60% de sus programas de carácter profesionalizante y 40% con enfoque de investigación, mientras que las particulares 89% profesionalizantes y 11% de investigación.
En todo caso, es evidente que los casi once mil programas de posgrado reportados en 2015 por el COMEPO, que seguramente son más en este momento, muestran una gran heterogeneidad. La diversidad en su foco, modalidad, duración y, evidentemente, las condiciones para ofrecerlos y cursarlos, es enorme. Posgrados públicos y particulares enfrentan muchos retos, entre los que se puede citar: 1) efectividad en la formación de los estudiantes, 2) generación y transferencia de conocimiento, y 3) incidencia real en la sociedad. Tanto los programas de instituciones particulares como de las públicas reconocen la necesidad de valorar sus procesos y resultados y buscar un mayor impacto en el bienestar nacional. Es por eso llamativo que la titular del CONACyT se haya olvidado de las innegables necesidades de muchos de los posgrados públicos y sólo haya pensado en los ofrecidos por las IES particulares. Sin duda hay unos excelentes programas y otros que dejan qué desear en ambos tipos de instituciones. Es igualmente llamativo que haya recurrido a la desafortunada metáfora de la comida chatarra, que al carecer de virtudes, debe venderse por obra de la mercadotecnia.
No todas las instituciones educativas particulares operan con fines de lucro y muchos programas de licenciatura y posgrado ofrecidos por las IES particulares son de alto nivel. De la misma forma, no todas las IES públicas están lejanas al neoliberalismo y algunos programas de posgrado ofrecidos desde el financiamiento del Estado mexicano son realmente pobres. En este sentido, juzgar a unos como negativos y a otros como positivos sólo por su fuente de ingresos es corto de vista o francamente inicuo.
Para terminar, es muy correcto que el CONACyT dé pasos hacia la mejora de los posgrados. Para ello, será muy positivo que el gobierno de México invierta cantidades importantes de recursos y logre que la totalidad de los posgrados públicos sean excelentes y de alto impacto social. Será lento y costoso alcanzar que todos los posgrados públicos, por el simple hecho de pertenecer a las IES de financiamiento público, sean referente de calidad. Las IES particulares, por su parte, deberán acatar como hasta ahora, lo establecido en las normas que el Estado mexicano plantea y cumplir con su función educativa y social, lo que requerirá también esfuerzo.
En otras palabras, unos no son potentes y los otros débiles, en virtud de la ideología de un funcionario. Unos no serán nutritivos porque una persona califica a sus equivalentes como chatarra. Denostar a unos para que los otros luzcan no es la forma de mejorar los posgrados mexicanos. Invertir recursos y tomar decisiones centradas en potenciar la formación de profesionales y el bienestar del sistema educativo puede dar mejores resultados. Requerirá esfuerzos más allá de lo que le resta del sexenio, pero sus logros se recordarán más allá del tiempo en la función pública. El símil con la comida chatarra quedará en el anecdotario y, esperemos que una política pública acertada, quede en el sistema educativo nacional.