Germán Iván Martínez-Gómez
Ante las medidas de distanciamiento social y confinamiento voluntario, las Escuelas Normales del país se vieron en la necesidad de implementar una Estrategia de Educación en Línea para continuar con el desarrollo de sus planes y programas de estudio. Es decir, buscaron operar estrategias de enseñanza y aprendizaje mediante la comunicación y la transmisión de conocimientos a través de la telefonía móvil e Internet, principalmente.
La pandemia ocasionada por el COVID-19 permitió advertir que, además de los problemas estructurales de nuestro Sistema Educativo Nacional (SEN), las Escuelas Normales mexicanas no cuentan con un Modelo de Educación a Distancia propio; es decir, carecen de un paradigma que permita atender el proceso de educación formal por otra vía que no sea la forma presencial.
Los únicos antecedentes en este sentido podemos identificarlos en el uso de la televisión con fines educativos a través de la Red EDUSAT, cuyos canales dieron cobertura tanto a las telesecundarias como a las escuelas normales, escuelas de educación indígena, secundarias generales y técnicas, y centros de maestros. Desde luego, también existen esfuerzos valiosos que han emprendido algunas instituciones formadoras de docentes para ofrecer sus programas educativos, principalmente de posgrado (especialidad, maestría y doctorado), en modalidad mixta.
Durante esta crisis sanitaria, las Escuelas Normales se han visto en la necesidad de emplear las Tecnologías de Información y Comunicación de manera asidua, para dar continuidad a sus procesos académicos, administrativos y organizacionales. Con ello, los recursos tecnológicos adquirieron una notable importancia y una fuerte visibilidad en nuestro ámbito. Sin embargo, esto no significa que estas instituciones no habían realizado meritorios esfuerzos por incorporarlas gradualmente desde hace años y atender las funciones de docencia, investigación, difusión, tutoría, asesoría y gestión. Lo que pasó, desde mi perspectiva, fue simplemente esto: durante la crisis sanitaria, las TIC dejaron de ser una opción para convertirse en la opción. La educación en línea representó la única vía para afrontar los retos de formación personal y profesional, actualización y capacitación para el trabajo de quienes no podíamos estar físicamente en nuestras instituciones. Se convirtió, así, en una alternativa a la educación formal y presencial a la que nos habíamos habituado por décadas.
Sobre la marcha, las instituciones y los propios docentes reconocimos que se había gestado un nuevo lenguaje con el que no estamos lo suficientemente familiarizados. Encontramos dificultades conceptuales que aún precisan diálogo, reflexión y discusión. De igual forma, aún nos seguimos preguntando sobre el alcance e impacto de este esfuerzo educativo que cobrará nuevos bríos.
Para adaptarnos, durante estos meses modificamos nuestro rol, cambiamos nuestras rutinas y, como señalé en otro espacio, hubo momentos en los que tuvimos una fuerte sensación de desconcierto. Y es que “de la noche a la mañana nuestro hogar se convirtió en salón de clases, sala de juntas, centro de capacitación virtual, oficina de atención psicopedagógica, y espacio para brindar asesoría y tutoría a distancia” (Martínez-Gómez, 2020). Nos convertimos en asesores, promotores y guías del aprendizaje de nuestros estudiantes. Elaboramos planes de acción para atender el desarrollo de los contenidos durante la contingencia. Acotamos su cantidad y su extensión a través de la respectiva adecuación curricular. También nos concentramos en aquellos alumnos que no tenían internet o contaban con un acceso limitado a la red. Para ellos preparamos fichas de estudio, notas de clase, infografías y videos para abordar temáticas específicas, resolver dudas y problemas de aprendizaje. Exploramos recursos ya existentes y advertimos que, a partir del uso de la TIC e Internet, podíamos introducir, modificar, transformar e innovar los procesos de enseñanza, aprendizaje y evaluación.
Con la reclusión voluntaria en nuestros hogares, apreciamos que el trabajo en línea implica un enorme reto profesional tanto para los docentes en formación como para los docentes formadores. En el primer caso, los estudiantes normalistas tuvieron que valorar la importancia del autodidactismo; es decir, de la autoinstrucción. Así, de forma repentina, muchos de nuestros estudiantes tuvieron que aprender a organizar sus tiempos para gestionar sus aprendizajes. Debieron mejorar sus hábitos de estudio y de trabajo, e incluso cambiar sustancialmente sus prácticas. Advirtieron que aprendían, sí, a su propio ritmo y de manera autónoma, pero que ello requería madurez, compromiso y corresponsabilidad en su propia formación.
En el caso de los docentes formadores, el reto se centró no sólo en la urgencia de replantear su práctica docente para atender por vía remota a sus estudiantes, sino en las demandas de autoprofesionalización. Esto es, en la exigencia de participar en opciones de actualización, capacitación y profesionalización que requerían una mínima educación tecnológica y un máximo de esfuerzo por asimilar la lógica del trabajo a distancia. Al respecto debemos señalar que, para muchos maestros y maestras, el hecho de entrar “de golpe” en la llamada educación virtual, ha resultado tremendamente doloroso, por el requerimiento de generar, a distancia, los aprendizajes y las experiencias sustantivas de los programas educativos a su cargo; y desde luego, por la exigencia de superar las propias carencias derivadas de la baja competencia digital.
Considero que el desafío inmediato para las Escuelas Normales es pasar de la educación en línea a la educación a distancia. Para ello es preciso contar con un Modelo propio. Como ha señalado Laura Frade (2020), la educación a distancia no es educación on line; no es educación virtual; no es diseño instruccional usado en una plataforma digital; tampoco son clases en internet. La educación a distancia usa la tecnología pero no se reduce a ella. En la educación a distancia debe existir un plan y programas de estudios, una o varias plataformas tecnológicas para facilitar el proceso educativo y herramientas diseñadas por los docentes para suministrar la enseñanza, propiciar el aprendizaje y brindar acompañamiento a los educandos que requieran orientación, asesoría y tutoría.
También deben precisarse en ella las modalidades didácticas, definirse las estrategias educativas, generarse nuevos ambientes de aprendizaje y crearse dispositivos y recursos didácticos diversos. Enseguida, deben quedar definidas las técnicas de comunicación y profundización; y gestarse material audiovisual que cumpla con lo que denomino las 7 C: Completo (que nada le sobre ni le falte); Conciso (que no sea extenso sino sintético), Coherente (que siga una lógica: de lo fácil a lo difícil, por ejemplo); Concreto (que sea preciso y delimitado); Conceptual (que permita recuperar las nociones esenciales de los temas abordados); Correcto (que no presente faltas, errores ni defectos) y, finalmente, Considerado (que piense en el público al que está destinado). Todo esto permitirá lograr los aprendizajes esperados, que se advertirán en su momento en los productos y las evidencias respectivas.
Es innegable, la educación en línea ha sido una opción educativa durante la contingencia; pero la educación a distancia puede ser una verdadera alternativa para las Escuelas Normales en un futuro próximo, siempre y cuando ésta cuente con un currículo definido, una concepción pedagógica que la sustente y planteamientos teóricos, metodológicos y epistemológicos que fundamenten su planeación, operación, progreso y evaluación.
Referencias
Frade, L. (2020). Conferencia en apoyo a la educación a distancia que brindan los docentes pandemia COVID-19. Parte I. Recuperado el 28 de mayo de 2020, de https://www.youtube.com/watch?v=kW2yrC4FrK4
Martínez-Gómez, G.I. (2020). Los docentes de educación básica en México ante el COVID-19 ¿La emergencia como principio de innovación docente? Abran su cuaderno. Consejo Mexicano de Investigación Educativa. Recuperado el 26 de mayo de 2020, de http://www.comie.org.mx/v5/sitio/blog/