El menosprecio por las escuelas normales ha sido una constante en lo que va de este sexenio. Razones para sostener mi dicho son muchos y muy variados; no obstante, permítanme argumentar algunos que, desde mi perspectiva, son los que destacan a partir de tal aseveración.
Falta de autonomía. Como instituciones de educación superior (IES), a diferencia de las Universidades, por mandato Constitucional, las normales no gozan de una autonomía en el más amplio sentido de la palabra; muy a pesar de que a partir de 1984 estas instituciones forman parte de las IES de nuestro país. ¿Cómo es posible que hoy día se hable de una gobernanza en el subsistema normalista si en los hechos éste depende de la federación con su respectivo “estrangulamiento” en las entidades?, ¿cómo es posible pensar en términos de gobernanza si, para acabar pronto, en 2013 la Auditoría Superior de la Federación (ASF), detectó opacidad en el manejo de los recursos destinados a las escuelas normales rurales?, ¿cómo es posible pensar en términos de gobernanza si, para acabar pronto, sobre el destino de los 400 millones de pesos que recibieron esas escuelas normales rurales en el 2015 poco se sabe al respecto?, ¿cómo es posible pensar en términos de gobernanza si, para acabar pronto, la figura de los Consejos de Participación Social en las normales son letra muerta? En fin, sin autonomía en cuanto a recursos, diseño curricular, investigación, difusión y extensión del conocimiento, entre otras cuestiones más que son fundamentales en las IES, las normales, poco o nada pueden hacer al respecto dado que están supeditadas a lo que la autoridad educativa determine, y punto.
Heterogeneidad normalista. Aunado al asunto de la nula autonomía de las escuelas normales, un tema que no es menor, es precisamente el de la heterogeneidad de éstas; y es que como sabemos, la existencia de normales rurales, urbanas, superiores, beneméritas y centenarias, entre otras (incluyendo las privadas o particulares) y las diversas licenciaturas que ofrece cada una de ellas, la situación se complica en demasía. Y digo que se complica, porque su misma heterogeneidad encierra en sí misma desafíos importantes, sobre todo, cuando hablamos de la formación de los futuros profesores que más adelante se insertarán al Sistema Educativo Mexicano (SME). Es claro que las zonas geográficas donde éstas se localizan influyen en esa formación, pero también, lo que ello significa en términos de infraestructura y capacidad académica (solo por citar dos ejemplos). ¿De dónde provienen los estudiantes que cursan sus estudios en una escuela normal?, ¿cuáles son las condiciones sociales, económicas, políticas y económicas que se viven en las comunidades, estados y regiones donde se encuentran estas instituciones?, ¿cuál es la forma de contratación de los profesores normalistas?, ¿cuáles son las actividades que realizan los docentes en sus escuelas?, ¿qué características tiene la formación de los alumnos dado el contexto en el que se encuentran insertos? En este sentido, es menester recuperar lo que el pasado 22 de mayo el Secretario de Educación Pública, Otto Granados, expresó en la XI Reunión Nacional de Autoridades Educación Normal del país, en cuanto a que nadie posee la verdad absoluta en cuanto a cómo se dan los procesos de enseñanza y aprendizaje, y es cierto. En este sentido cabe recordarles a las autoridades de la Dirección General de Educación Superior para Profesionales de la Educación (DGESPE) que, con las palabras del Secretario (su jefe), deben considerar en la construcción del plan de estudios que vienen realizando, esa heterogeneidad dados los procesos de formación inciertos como él mismo asegura.
Las normales rurales… ¿punto y aparte? Pocas son las escuelas normales rurales del país. Su historia hemos llegado a conocerla por el desafortunado, lamentable y trágico acontecimiento que sacudió al país entero con relación a los 43 estudiantes desparecidos de la escuela normal rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Gro. Su olvido, tal y como así ha sido, data de hace muchos años, décadas diría yo. ¿Y qué ha hecho el actual gobierno en este sentido? Por el trágico suceso que refiero, destinar en 2015, 400 millones de pesos para que éstas “atiendan” sus necesidades. Sin embargo, y como parece obvio, la transparencia en el uso y destino de esos recursos duerme el “sueño” de los justos, cuando por obligación tendría que ser todo lo contrario. Es decir, tendría que haber una total transparencia, cosa que hasta el momento en que cierro estas líneas no ha existido. Ahora bien, si nos remontamos un poco a la heterogeneidad de la que he hablado; éstas, las escuelas normales rurales, tienen una misión y particularidad concreta, que ni la misma SEP, y muy probablemente la DGESPE ha reconocido, su formación para cubrir la demanda de maestros y maestras en los sectores más vulnerables del país. Entonces, ¿por qué en la actual propuesta curricular que la DGESPE está construyendo para las licenciaturas en educación preescolar y primaria no consideran un simple dato como el que arroja el tipo de licenciatura que las escuelas normales rurales ofrecen? Pregunta básica pero que no encuentra respuesta porque lo importante es “armonizar” los planes de estudios con los que trajo consigo el nuevo modelo educativo.
Y ya que estamos hablando sobre la armonización del plan de estudios con el modelo educativo que entrará en vigor el próximo año. Deseo compartir un dato que me parece incongruente y por demás aberrante en la construcción del plan de estudios para las normales. En el documento “Aprendizajes Clave para la Educación Integral” (pág. 265), se señala que se requieren profesores especialistas para trabajar la asignatura de inglés. ¿Acaso las escuelas normales formarán especialistas en esa materia?, ¿cuál es la intención de tal propuesta en el plan de estudios para las normales que entrará, según lo dicho, en agosto de este año?, ¿acaso estamos ante la presencia de la implementación de una moda más que de una verdadera “transformación” educativa en términos de lo que la pedagogía y didáctica significa?
Por cierto, si de modas hablamos, llama la atención que en la última reunión en la que participó personal de la DGESPE y profesores de las licenciaturas en educación especial, se haya tocado el tema de cambiar el nombre a la licenciatura en educación especial por el de educación inclusiva. Palabras más, palabras menos; referentes más, referentes menos, la moda, sí, la moda al parecer se impone.
Tiempo al tiempo.
Con negritas:
Un asunto que me parece importante incluir en este apartado, tiene que ver con la investigación educativa y lo que en las normales se realiza. Sin embargo, más por falta de espacio que de ganas, lo dejaré para un posterior momento dado que, desde mi perspectiva, éste es un tema que debe tratarse a profundidad, puesto que tal parece, que mientras en la DGESPE y en los estados se exige que los maestros normalistas hagan investigación, la misma autoridad educativa pulveriza cualquier intento de conformar redes de colaboración entre las escuelas normales.