Juan Carlos Yáñez Velazco
La semana pasada el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) anunció el arranque de dos programas televisivos con Canal 22 y el Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano. Inició ya “Voces de la evaluación”, que se transmitirá martes y jueves a las 21:30 h. Luego vendrá “Pensar la educación”.
El jueves 6 de septiembre, con Juan Carlos, mi hijo de 8 años, vimos el segundo de la serie “Voces de la evaluación”. Lo de él fue involuntario; veía otro canal y a las 21:34 h. le pedí que me prestara un momento la televisión para ver si había comenzado. Un grupo de niños vestidos de blanco caminaban senderos polvorientos para llegar a su escuela, al fondo, un paraje desolado. Contaban las peripecias de 4 kilómetros diarios para llegar a clase y la vuelta a casa.
Juan Carlos no protestó y las imágenes siguieron. Lo perdí de vista y me concentré en la pantalla. Las voces infantiles de los escolares, a veces tenues, se perdían con el ventilador que intentaba bajar el intenso calor de la noche colimense. Aparecieron las mamás y el director de la escuela, con rostros curtidos pero alegres relataron aspectos de la vida comunitaria.
Después de un corte apareció el conductor y Sylvia Schmelkes, consejera de la Junta de Gobierno, experta en asuntos espinosos del sistema escolar, hoyos negros que amenazan la viabilidad educativa del país y cuestionan la impertinencia de insistir en la calidad de la educación sin colocar en el centro a la equidad.
El tema del programa son las escuelas multigrado. Ella explicó con claridad los rasgos generales. Entonces me di cuenta que Juan Carlos no solo estaba en la habitación en penumbra; miraba la pantalla y escuchaba atento. No aguantó las preguntas. Papá: ¿cómo trabajan en las escuelas multigrado?, ¿en Colima también hay escuelas multigrado? Le pedí que escucháramos y enseguida respondería.
Probablemente impactado por la pobreza del caserío de 25 familias y las penurias para sobrevivir con oficios precarios o trasladar agua a la escuela, clavó una interrogante filosa: ¿por qué existen las escuelas multigrado? En el tono de su voz mezclaba sentimientos de curiosidad, tristeza e indignación. Lo miré y regresamos a la pantalla. De reojo vi que esbozaba una sonrisa cuando el narrador contó que el coro de niños de la escuela había ganado el primer lugar en un concurso.
No puedo saberlo, ni le pregunté, pero es muy probable que en su cabeza revuelta contrastara los 250 metros que debe caminar para llegar a la puerta de su escuela, con los kilómetros que recorren los niños hidalguenses de la escuela “El Nigromante”. Probablemente haya comparado que él tiene una maestra de español, otra para inglés, una directora y el maestro de educación física, mientras aquella escuela, como miles en el país, solo tiene un director y un maestro, que hacen todas las funciones para abrir sus puertas cada mañana a los niños y familias que llegan a ellas. Probablemente esas y otras cuestiones le hayan revoloteado.
La escuela multigrado es una respuesta exigua, ineficaz ante una realidad dolorosa, y de una dimensión descomunal por su porcentaje, que rebasa el 40 % de las escuelas primarias en el país.
Las escuelas multigrado, como la educación que reciben los indígenas o los niños y adolescentes hijos de jornaleros migrantes, son un recordatorio contundente de que, sin transformarlas, junto con otras zonas oscuras del sistema educativo, el derecho a la educación de calidad con equidad es una promesa lejana todavía para millones y millones de mexicanos, aunque hoy buena parte viva una primavera de esperanza.
@soyyanez