El coronavirus trajo efectos disruptivos en nuestro quehacer docente y más para los estudiantes. Vivimos el drama de ver cómo aumenta el número de casos positivos y la cantidad de gente que muere. También cómo el encierro estropea nuestra vida cotidiana, produce desaliento y hasta melancolía.
Si bien en la Universidad Autónoma Metropolitana no estamos tan equipados en tecnologías de la información y la comunicación ni de otros medios digitales como otras instituciones, tampoco somos primerizos; tenemos décadas de experiencia, en pequeña escala, si se quiere, pero aporta bases para el Proyecto Emergente de Educación Remota (PEER), el artefacto que la institución diseñó para enfrentar al COVID-19.
Cierto, la globalización y la digitalización tienen efectos perturbadores en la sociedad, la economía, la política y la vida comunitaria, avanza a una velocidad vertiginosa y modifica patrones de comportamiento. Sin embargo, los medios digitales, que han revolucionado casi todos los aspectos de nuestra existencia, llegan con lentitud a nuestras aulas.
Ya por convencimiento, ya por creencia, unos rechazan aprovechar las tecnologías contemporáneas. Hay razones para ello. En primer lugar, no se pueden colocar en línea con muchos mapas curriculares, en especial en aquellos que demandan ejercicio constante en laboratorios y talleres. En segundo lugar, exige conocimiento y aptitudes del profesorado que se entrenó para ofrecer enseñanza presencial. No obstante, esas perturbaciones no entrañan un derrotero fatal.
El coronavirus trajo efectos disruptivos en nuestro quehacer docente y más para los estudiantes. Vivimos el drama de ver cómo aumenta el número de casos positivos y la cantidad de gente que muere. También cómo el encierro estropea nuestra vida cotidiana, produce desaliento y hasta melancolía. Pero me alegra ver que también nos mueve a buscar salidas.
Lo observo aun en pequeña escala en mi área de investigación. Nuestro jefe organizó un grupo de discusión por WhatsApp. Por allí charlamos, compartimos experiencias y pedimos consejos; también lo usamos para responder a demandas institucionales. Me dio gusto saber que colegas queridos apuntan que no tienen experiencia en la educación a distancia y no son duchos en el uso de medios digitales, pero quieren aprender, bajan tutoriales (perdón por el lenguaje, pero ya se popularizó ese vocablo) y se preparan para atender a sus alumnos a partir del 11 de mayo.
También advierto cierto entusiasmo en toda la UAM, no homogéneo ni compartido en su totalidad, pero allí está. En varias divisiones preparan videos, ya se programaron los exámenes de recuperación, inscripciones en línea y un conjunto heterogéneo de innovaciones en currículos, pedagogía y aplicación de medios digitales. Dos de mis alumnas, por ejemplo, presentan el resumen de sus avances y del trabajo de campo con “prezis”, son amenos y claros; el Power Point ya les parece viejo (no obsoleto).
Atención. No digo que la UAM descubrió la utopía con el PEER, es para no paralizarnos ante la contingencia. Empero, pienso que promueve autonomía personal, dosis de pensamiento creativo y colaboración entre pares y entre docentes y estudiantes. Cualidades nada despreciables.
Habrá que registrar la experiencia.